Me encuentro sentado en un gran sofá anaranjado, viendo hacía una cabina de grabación hermosamente detallada, repleta de paneles de madera, un set de micrófono finamente colocado y un piano a su lado derecho, con una cola larga. La consola, también con detalles de madera, está a mi costado, con sus dos monitores gigantes y un par de pantallas brillantes. El lugar es cálido, pero el pensamiento que me rodea es todo lo contrario. Este es el fin, este es el fin de Pedro Y El Lobo.
Es difícil de explicar, pero este sello mexicano que inventó el concepto de los Silent Concerts llevó la palabra -casa- de -casa dicográfica- a su máxima expresión para una comunidad de músicos y escuchas siempre pendiente y muy fiel. Manteniéndose a un costado del mainstream, incluso de lo que podríamos considerar como el –mainstream– del –under– mexicano, este proyecto fue una propuesta única en la historia de la música nacional; sin mencionar noble, sin ningún interés fuera de la música por la música misma.
Preocupados por el sentimiento, en lugar de por el ruido; por la comunidad, en lugar de por los números, hacía sentido que Pedro y El Lobo se centrara específicamente en la difusión de música diseñada para escucharse de forma íntima. El folk, el post-rock y el experimental con toques académicos que siempre remiten a pequeñas salas, noches de té caliente y un paisaje natural.
Fueron muy exitosos en ello, pues no solo presentaron a algunos de mis proyectos mexicanos favoritos de los últimos años, como Moonatic, Joaquín García y Lázaro Cristóbal Comala, sino que también firmaron a artistas internacionales del tamaño de Matt Kivel y Low Roar, que previo a su reciente fallecimiento se colocó como una estrella internacional gracias a sus constantes colaboraciones con el auteur de los videojuegos Hideo Kojima.
Podríamos hablar de los Foros IndieRocks! y los Lunarios llenos de gente, expectante, ante la promesa de ir a un show único en el cual están prohibidos los celulares, las bebidas, y la voz propagada que no sea la del músico protagonista y de la gente que quiere acompañarlo con su canto. Sin embargo, todo empezó aquí, en la primer planta de una casa de tres pisos de la Colonia Condesa. Una planta que aun mantiene su calidez y que parece ser el recuerdo más interesante de los doce años de carrera del sello.
Todo nació por un poco de “suerte y privilegio, pues encontramos este espacio que mi abuela nos dejó cuando murió”, me menciona Diego Morales, sentado en su oficina, repleta de discos de vinilo, que está justo frente a su tienda hogareña… Playeras con su hermoso logo de lobo, posters numerados de sus conciertos más populares. El amor por la música se percibe en el aire.
“La sala estaba llena de muebles viejos, los quitamos, limpiamos, pintamos e iniciamos con una laptop y un solo micrófono”, mencionó. “Era un espacio creativo, nuestro, en una época en la cual aun vivíamos con nuestros padres. Empezó a ser nuestro espacio, este lugar que estaba abandonado”, afirmó con respecto a los inicios de su sello, mismo que empezó a formar junto a un ingeniero de audio y un músico cuando eran apenas unos adolescentes. Experimentando, creando con el impulso creativo que solo las mentes más jóvenes mantienen. “Fue algo chido para la generación de abajo y algo que a mi abuela le hubiera gustado ver. Suena muy bonito usarse para que los proyectos familiares empezaran a desarrollarse”.
Fluyeron los años y los fundadores de Pedro Y El Lobo empezaron a grabar a sus amigos, músicos interesados, como ellos, en las vibraciones más cálidas, relajantes y nobles que pueden producirse con una guitarra acústica y un piano, grande, para terminar trabajando con algunos de sus artistas favoritos de la infancia. Diego dice que ha trabajado incansablemente para cumplir con los sueños de su yo de 21 años, un yo del pasado a quien no ha decepcionado.
“Sí queríamos que agarrara tracción en términos económicos porque buscábamos independencia y encontrar formas de dedicarnos a lo que nos gusta”, afirmó sobre su enfoque con pecualiaridades do it yourself que se acercan más a la música punk que al folk introspectivo y bello al cual se dedico a difundir durante la última década y media. “Tuvimos la suerte de ir encontrando cómo separar el negocio de la música”.
“La idea es que el estudio se desprendió del sello, pasó a ser un auxiliar, porque empezamos a grabar todo tipo de proyectos. Una época nos explotó la industria de los videojuegos, ahora estamos dedicándonos a los podcast y tenemos muchos clientes para grabar audios”, dijo sobre el espacio que ahora se convertirá en la totalidad de Pedro Y El Lobo, un estudio que estará abierto para cualquier proyecto musical que se adhiera a los intereses sonoros y estéticos del sello.
Sin embargo, previamente este lugar fue lo que propició el haber generado “un balance en el que al estudio le va bien y durante muchísimos años esto subsidió a la disquera, refiriéndome al área en la cual invertimos en apoyar a artistas, lanzando música y trayéndolos a México, organizando conciertos y todo lo que tuviera que ver con el grupo de artistas que poco a poco estuvimos formando”.
Durante años, Pedro Y El Lobo se distinguió por ser una de las compañías más nobles y desinteresadas en la industria musical mexicana. Su único interés era “apoyar a los artistas y tratar de recuperar lo que se pudiera, pero sin estar preocupándonos para que salieran las cuentas. Ese sacrificio nunca lo tuvimos que hacer, siempre pudimos trabajar con la música que nos apasionaba porque el negocio era una cosa y la disquera otra”.
Se pueden ver, los vinilos acomodados a mi costado, esperando a ser revisados. Algunos clásicos de Patrick Watson, algunos otros de The Go Rounds y una copia firmada, hermosa del álbum debut de Low Roar. “La disquera se desarrolló por amor al arte y cuando ya no lo disfrutas, no tiene sentido seguir haciéndolo”.
“Creo que, al final, hay satisfacción en saber que tu trabajo como disquera está viendo el crecimiento de la carrera de cada banda, pero a partir de hace dos años topamos con una pared en la cual el trabajo parecía como para mantenerse en un nivel y no salir del mapa, en lugar de para subir de nivel. Durante la pandemia no pudimos organizar conciertos, fueron dos años de puros lanzamientos y de repetir las tareas básicas de pitchear a playlist, hacer comunicados de prensa, tratar de que se replique la información… Eso empieza a perder su significado y su valor cuando lo repites hasta el cansancio y te das cuenta de lo vacío que están muchas de estas cosas, sobretodo en una cultura del ruido que se nos está escapando”, afirmó Diego.
Dentro del comunicado en el cual anuncian la disolución del sello discográfico, dejan en claro que los últimos años han drenado su emoción por formar parte de la industria de la música y hoy les queda claro que la inmediatez con la cual se construye es lo opuesto al cómo entienden la música y cómo se quieren relacionar con ella. La intimidad deja de ser importante para darle paso a la masividad, la relajación parece ya no ser un elemento de lo que los medios y el público quieren dentro de lo que escuchan.
El ruido, la velocidad y la intensidad ha tomado la posición central de la música actual, junto con las redes sociales, y es por ello que Diego piensa que “cada día lo que nosotros hacemos deja de ser cool y se vuelve cada vez menos cool y menos cool, pero tiene otro valor que ahí está y quien quiera acercarse, puede llegar y escucharlo”.
“Está bien aceptar que la cultura te rebasó, te dejó atrás, pero el público siempre va a estar buscando, un nicho para la música que me encanta, muy introspectiva”, afirmó. “La música no pierde valor por estar en un momento de la cultura en la cual lo que tú haces no está relacionado con lo que genera interés”.
Al final, todos los álbumes editados, los conciertos producidos y las canciones que enamoraron a los oídos de x o y persona por x o y situación se mantendrá, siempre vigente, como las fotografías que adornaban al cuarto de su abuela. “Yo sé de la calidad de la música que hemos puesto allá afuera y confiamos en ello ¿Cuántos de tus artistas favoritos no los conoces una vez que pasaron años del lanzamiento de su último álbum?”.
“Creo que ahora se le da mucho peso a la inmediatez de si al lanzamiento le fue bien o mal, pero creo que el hecho de que la música esté afuera ya es una victoria en sí misma y puede defenderse por sí misma”, afirmó Diego, agregando que el estudio se mantendrá como un medio a través del cual enfocarse en la creación artística.
“El hecho de que en 10 o 15 años por x o y razón alguien pueda llegar a la música de Matt Kivel, The Go Rounds, Low Roar, o cualquiera de los discos de Pedro Y El Lobo, hay algo mágico de que ahí puede empezar a conectar”.