Moise es un compositor haitiano que empezó a tocar el piano a los siete años de edad. Desde entonces no ha parado su desarrollo como artista, siempre empujándose a practicar y estudiar con la intención de entregar canciones que pudieran convertirse en piezas indispensables para la vida de sus escuchas.
Su música es una colección intrincada de melodías a piano, dramatizadas con cuerdas, y sintetizadores atmosféricos. Es música cinemática creada con para formar parte de productos audiovisuales cargada de influencias muy distintas entre sí. Él cita a Andre Crouch, Herbie Hancock, Vladimir Horowitz y Caribbean Sextet como las razones por las cuales se enamoró de la música. Sin embargo, su música se acerca más a la música de cámara contemporánea de Rachel’s o las bandas sonoras de Nine Inch Nails.
Es por todo esto que el compositor decidió mandar una carta a WARP Magazine en la cual profundiza en su trabajo, vida y proyección a futuro.
Siendo hijo de dos inmigrantes africanos, siempre quise ser el mejor en todo lo que hice. Tal vez fue por la presión con la que crecí rodeado. Mis padres fueron muy afortunados, porque consiguieron venir a Estados Unidos para seguir su educación superior. Fueron beneficiarios de un sistema que dio a un pequeño grupo de estudiantes universitarios ruandeses la oportunidad de venir a Estados Unidos e ir a la escuela con un beca.
Mis padres trabajaron duro, más duro que la mayoría, lo vi cada día. Durante largas noches, mi papá pasaba mucho tiempo estudiando para los exámenes después de leerme una historia antes de ir a la cama. Mi madre que trabajaba largas noches en el hospital para obtener la educación que necesitaba para ser enfermera algún día. Su ambición era evidente y me la traspasaba también a mi. Tanto es así, que fui el niño que trató de hacerlo todo.
Al crecer intenté hacer casi todos los deportes, desde fútbol hasta baloncesto e incluso béisbol. Incluso aunque no fuera el mejor de mi equipo, yo fui el niño que se fue a casa después del entrenamiento y practicó un poco más, hasta que hice agujeros en la pared y me regañaron para que no volviera a hacerlo. Aunque sacrificaba muchas de las paredes de nuestro apartamento en busca de ser el próximo Michael Vick, en el fondo mis padres estaban orgullosos de ver a su hijo poner el esfuerzo y el compromiso necesario para ser el mejor. Con el tiempo, me apoyaron cada vez más.
No fue hasta la secundaria que comencé a descubrir una pasión diferente que ardía dentro de mí, una pequeña cosa llamada música. Evidentemente, la música no influye en la mente y el cuerpo de la misma manera que el atletismo. En lugar de centrarse en la competencia, la música se centra en la expresión y la libertad. Creo que es por eso que resonó tan fácilmente conmigo, fue un cambio de la forma en que estaba evolucionando: en vez de estar enfocado en ser siempre el mejor, ahora se trataba más bien sólo de ser yo mismo.
En mi escuela, donde cada estudiante tuvo que elegir una actividad artística o musical para participar, elegí unirme a la banda musical. Una vez que me uní a la banda, tuve que descubrir qué era lo que iba a tocar…y de hecho no fue muy difícil para mí encontrar el instrumento que cambiaría mi vida. La primera vez que escuché la trompeta fue con los discos de Stevie Wonder que mi papá tocaba de vez en cuando. Nunca supe realmente cómo se veía este instrumento, pero sabía cómo sonaba. Rico en tono y capaz de cortar cualquier mezcla, sentí que tenía que tocarlo con mis propias manos.
Cuando finalmente comencé a tocarla, pude alcanzar un ritmo rápidamente. A través de la práctica y la buena enseñanza, conseguí ser uno de los mejores músicos en nuestra sección de metales en nuestra banda. Tristemente, mi pasión por la trompeta algún día se murió. No sé si esto fue producto de haberla tocado tanto a una edad temprana o por tener tantas otras pasiones que tenía que equilibrar al mismo tiempo. Todavía practicaba deportes y mi amor por la trompeta no fue capaz de detener ese impulso. Dejé de tocar la trompeta formalmente a nivel de banda cuando terminé la secundaria, pero no pasó mucho tiempo después de eso, cuando finalmente comenzaría el camino de mi vida en donde me encuentro ahora.
Una vez más, me presentaron al canto de una manera orgánica. Nunca me veía como un cantante, sabía que podía hacerlo, pero no fue hasta la secundaria que un amigo del vecindario que trataba de ser el próximo 50 Cent me invitó a grabar una canción en su sótano. “Hermano, has visto cómo lo hago, creo que podríamos hacer una canción, yo la produciré, solo elige una canción que te guste y te grabaré”, dijo Andrey.
La primera canción que canté y lancé fue grabada ese mismo día, una versión de la canción Spotlight de Usher. Aunque cuando la escucho hoy me da un poco de vergüenza, para mi representa el comienzo necesario. A diferencia de la trompeta, esta era una pasión que no podía pasar tan fácilmente. Una canción se convirtió en dos y dos se convirtieron en tres. Lentamente, pasé de hacer covers para encontrar mi propia voz, grabación y producción de mis propias canciones.
Ser artista y hacer música no se trata de competencia, de hecho, nunca debería existir ese sentimiento. En cambio, se trata de expresión y de encontrar cuál es tu voz y poder expresar eso de una manera que la gente pueda relacionarse. A mi todavía me gustaría ser el mejor que haya existido, pero ese no es el enfoque como era cuando practicaba deportes, esa presión ya no existe. Poder contar tu historia sin límites es mucho más satisfactorio que las presiones con las que uno se consume cuando siempre está obsesionado en ser mejor que todos los demás. Es más difícil encontrar el amor propio y encontrar tu propia voz cuando pasas cada momento persiguiendo ese sentimiento. Con la música, no puedo sentirme restringido porque no hay límites más allá de los que te pones.
Todavía soy hijo de dos padres inmigrantes que vinieron aquí para ser las mejores versiones de sí mismos y espero poder continuar con ese legado.