Hace un tiempo escuché la historia de una mujer que vivía en Volkswagen, un “vochito”. Se estacionaba en alguna zona habitacional y vivía ahí algunos días. Iba al baño en restaurantes, se lavaba en fuentes, comía lo que podía. El vochito era su hogar, lo último que le quedaba de otra vida. Un día el carro se descompuso y la mujer fue reportada a la policía por vecinos; la trataron como indeseable.
Hasta aquí conozco la historia. La anécdota me vino a la cabeza de inmediato cuando vi Nomadland, la inolvidable película de Chloé Zhao sobre una mujer que lleva su casa a cuestas. Como un caracol.
Fern (Frances McDormand en una actuación que demuestra que es la gran actriz de su generación) lo perdió todo cuando su pueblo, Empire, Nevada, despareció. Muchos pueblos en el mundo son así: desaparece la mina, la armadora, la industria alrededor de la cual se crearon y al momento las poblaciones desaparecen. Es otro nomadismo, el del capital: si no hay trabajo, no hay casa, si no hay casa, lo único que queda es armarse una nueva vida en otro lugar.
¿En qué lugar? Para Fern la única opción es su van, en la que lleva todo lo que podría necesitar. Completamente sola toma la carretera. Buscas trabajos efímeros. Está irremediablemente sola. El viaje es su única constante.
Nomadland es una road movie eterna. Qué bellas son las interminables carreteras estadounidenses. Un país que parece plano, luego rodeado de montañas, luego es un desierto urbano. Todos los parabienes y galardones a Joshua James Richardson, el fotógrafo que captura la belleza de los gran nada habitada que es Estados Unidos.
Existe un Estados Unidos que vive en cada carretera, en cada páramo donde aparentemente nada sucede, pero que está habitados por cientos de miles de personas que viven a la buena de dios. Pensemos en los trailer parks, esa forma del desarraigo tan de ese país.
Pienso en otra historia: Into the Wild, la cinta de Sean Penn de 2007. En algún momento los personajes se encuentran en una especie de comuna de alegres viajeros que eligen vivir en el camino, sin ataduras, sin más raíces que sus familias a las que metieron en una camper y tomaron los caminos.
Eligen, esa es la palabra clave. En Nomadland no existe ese romanticismo. Fern es explotada, humillada, abandonada. Sin embargo, Zhao, la directora, no permite que sintamos lástima por su protagonista. Fern es, por decirlo de algún modo, una persona admirable. Resiliente. Planta cara. Los momentos de gran empatía que la cinta logra es lo que la hace una pieza de gran narrativa.
Como suele ser últimamente con el cine de Hollywood (sobre todo, curiosamente, con el gran cine de Hollywood), Nomadland es la adaptación de un libro, una crónica del mismo nombre escrito por Jessica Bruder. El libro es un exposé de las pésimas condiciones laborales en las que trabajan estas personas que viven en el camino. Son mano de obra manufacturera barata porque suelen ser obreros sin calificaciones que hacen trabajos sencillos y de poca monta. Se aprovechan de su desesperación.
La cinta es menos una denuncia que un análisis de personaje. Frances McDormand lleva el peso de la película con una ligereza que solo una actriz de sus cachas podría. ¿Se merece el Oscar? Se merece el Oscar.
Hablando de premios, este fin de semana son los Golden Globes y seguramente Nomadland arrasará. Esperemos que no sean los únicos galardones a los que pueda aspirar. Ahora que los cines de varias ciudades mexicanas vuelven a abrir, esperemos que Nomadland sea estrenada. Con esa fotografía y esa música minimalista de Ludovico Einaudi la pantalla grande es la única manera de rendirle los honores que merece.