El éxito puede cobrar a cambio un costo muy alto: tiempo, sangre, pérdidas… Dolor. Nadie mejor que Tina Turner para corroborarlo. Oprah Winfrey -su amiga cercana- decía que ella representaba la posibilidad: ”la posibilidad de vencer a los años y emerger de las cenizas para demostrar que sólo tú eres quien decide cuándo estás acabada”.
Esta mañana se anunció que Tina falleció a los 83 años en su castillo de Küsnacht, Suiza; acorralada por una larga batalla contra una enfermedad que le ocasionó problemas renales y hasta un derrame cerebral. Y aunque suena como a un final catastrófico, es probable que esas hayan sido las menores de las tragedias en la vida de alguien que atravesó más tristezas que alegrías, según su propio testimonio.
A este mundo no llegó como la fuerza imparable sobre el escenario que todos le conocimos: era un 26 de noviembre de 1939 y su nombre era Anna Mae Bullock. La ubicación geográfica era Nutbush, Tennessee pero ella más bien recordaba un sótano sin ventanas destinado para las madres afroamericanas. Ya saben: plena época de la segregación en Estados Unidos. Aunque de su madre supo pocas cosas exactas, incluida su edad, siempre intuyó que cuando la parió apenas era una puberta.
”Que fuera una época distinta no significa que las niñas de ese momento no vivieran aterrorizadas con la idea de tener que hacerse responsables de una vida a los 11, 12 años. Mi mamá no me quería pero tampoco podría culparla porque prácticamente la obligaron a tenerme. ¿Qué otra cosa pudo haber hecho?”.
Cosechaban algodón como casi todas las familias de color en esa zona de la unión americana. Su papá era despiadado y violento con todas las mujeres de la casa. Eventualmente, su mamá huyó y su papá detrás de ella. No supo más de ninguno y se repitió el ciclo de hacerse cargo de alguien sin siquiera haber cumplido los quince años, solo que ésta vez se trataba de su hermana.
Como pudo, sobrevivió y lo volvió su verbo insignia.
Tras vagar en hogares de familiares y la caridad, a los 17 y como cualquier adolescente, buscó la diversión en la vida nocturna. Una cosa llevó a la otra y a los 17 quedó embarazada por Raymond Hill, el saxofonista The Kings Of Rythm, famosa banda de Rythm & Blues que dominaba la zona.
Él nunca se hizo cargo y a ella, con barriga llena y una hermana, la echaron a la calle.
Sin renunciar a la vida en los bares, hubo un episodio que le dio un vuelco a su vida… Un vuelco que la sacaría del apuro inmediato pero que daría inicio a los peores años de su vida.
“Fuimos al bar de moda y Ike tocaba el órgano junto a su banda. En un momento, el baterista se acercó a nuestra mesa y puso un micrófono delante de mi hermana para que cantara; sin embargo, ella se negó y yo lo agarré para quitarnos las miradas de todos. Canté y después de unos segundos Ike me invitó al escenario para seguir la presentación. Al final de esa noche dijo que lo había dejado pasmado”.
Eran los 50 y Ike Turner era toda una tentación: tenía un Cadillac rosa, cierta solvencia económica y talento. No por nada muchos historiadores reconocen que ”Rocket 88” es la primera canción formal de Rock N Roll de la historia. Sí, antes que Elvis, que los Beatles y hasta que Little Richard.
Ike se aprovechó de esa condición y la reclutó para su banda. Su rendimiento en la radio era respetable pero no como para considerarles super estrellas. El verdadero encanto de Ike y Tina eran sus presentaciones en vivo, donde él se destapaba como un guitarrista prodigioso y ella como un auténtico terremoto que derrochaba potencia y sexualidad.
La banda ya no era sin ella, al grado de que comenzaron a explotarla: un calendario extenuante y un total descuido de su salud.
El ”Tina” fue una derivación de ”Tiny” (diminuto en inglés”) en alusión a su complexión pequeña y delgada. Pero de diminuta tenía nada.
En el verano de 1960, ella enfermó de icterecia, un padecimiento derivado del mal funcionamiento del hígado que, en situaciones normales, te obliga a parar toda actividad por lo menos un par de semanas. El problema es que Ike no estaba dispuesto a perder ingresos y en lo que disfrazó de una aventura, la extrajo del hospital para que cumpliera con los compromisos de la gira.
”Siempre fui especial pero Ike lo aprovechó para hacerme creer que era invencible. Decía que las demás chicas de la industria eran frágiles e incapaces, así que bajo ese argumento me orillé a tocar en las peores condiciones posibles”.
En realidad, como dúo, su presencia mediática en la industria tampoco fue tan trascendental para el potencial que tenían: algunos éxitos que se colaban a las listas de popularidad pero nunca en los primeros lugares, y de abridores de los rockeros blancos en sus giras en Estados Unidos nunca pasaron. Eso sí: es muy probable que Micka Jagger, Elton John y Roger Daltrey se convitieran en los showmen que fueron gracias a las clases magistrales que Tina impartía cada que se subía al escenario.
16 años de violencias y abuso después, Tina decidió que era momento de parar. Fue en un viaje a Los Angeles para celebrar el bicentenario de la independencia de su país. Iniciar broncas les era muy fácil y en la parte de atrás de su limosina se desató una batalla casi tan férrea como la que se libraba en Vietnam. Ambos derramaron mucha sangre del otro y al llegar al hotel, totalmente teñidos de rojo, cayeron exhaustos… O al menos él, que se durmió profundamente mientras ella entendía que no tendría una oportunidad como esa. Tomó algunas monedas, la poca ropa que le cupo en un bolso de mano y se fue para jamás volver.
”Me rompió la nariz varias veces, vivía con los pómulos y los ojos inflamados y sus golpizas siempre acababan con él encima de mi. Fueron literale¿mente 16 años de tortura en todas sus expresiones posibles”.
Para desvincularse lo más pronto posible de Ike, acepto dejarle todo lo material a cambio de poder mantener su apellido, y a la larga, Tina fue más Turner que su ex-marido. Le quedaba la identidad y ese fue, quizás, su tesoro más valioso.
Tina ya solo sabía hacer una cosa y esa era cantar: amadrinada por Cher -otra víctima de violencia de género a manos de su ex esposo Sonny Bono- empezó a actuar en donde puso: bares, ferias estatales, canales locales, programas nocturnos y matutinos de poco rating, como abridora en Las Vegas… Lo que fuera para que el público supiera que seguía ahí.
Ella aprovechó ese par de años para curtirse y no solo ser una fuerza desmedida en la tarima. Aprendió a modular su voz, a gestionar al público y a entender la industria.
Aún así, el éxito no llegaba y ella, además de cansada, comenzaba a frustrarse. Recurrió a todo, incluso a fuerzas más allá de su propio entendimiento terrenal: una vidente le dijo que tenía soltar el pasado pero para eso tenía que re explorarlo y entender qué había pasado. Cambió de manager y Roger Davies se convirtió en su mano derecha. Hubo un movimiento estratégico: brindarle una exclusiva a la revista People para contar todo lo que había pasado con Ike.
Todo, sin censura.
Y le salió bien: el público la vio como mártir, como guerrera y como sobreviviente, los motes fetiche del sueño americano.
El envión mediático despertó el interés de las disqueras sin llegar a nada concreto. Fue cuando Roger Davies entró en acción y peleo para que le dieran un voto de fe. Después de un estira y afloja, Capitol aceptó a medias: le darían dos semanas de estudio y de músicos de sesión pero nada más, sin promoción ni financiamiento para una gira.
Otra vez todo en contra pero a estas alturas ya sabemos cómo era Tina:
Tras varios días sin un resultado espectacular, alguien puso sobre la mesa la sosa ”What´s Love Got To Do With It”, original de Buck Fizz y que había pasado sin pena ni gloria por la radio anglosajona. Tanto que a nadie le convencía realmente pero a esas alturas era intentar eso o nada. Eran los primeros avistamientos del reinado de los sintetizadores y la intuición aguda de Tina sumado a la virtud de sus músico lo hicieron un tema de vanguardia Pop.
20 millones de copias vendidas después y a sus 45 años, Tina finalmente explotó como la estrella mundial que siempre mereció ser.
Y de tocar en condiciones de esclavitud pasó a ser tratada como una reina que llenó estadios como el Maracaná brasileño de casi 200 mil asistentes.
Hacia el inicio de los 90 Tina Turner parecía ir sobrada en todo pero aún tenía una cuenta pendiente, tal vez la más importante:
”Tenía 50 años y sentía que había amado profundamente a todo el mundo pero nadie me había amado a mi. Fue inevitable preguntarme: ¿Por qué nadie puede amarme? ¿Qué hay de malo en mi?”.
Convertida en una estrella global, se mudó a Europa y en su presencia ejecutiva en la disquera con la que trabajaba conoció al productor Erwin Bach, un alemán de 35 años del que no se enamoró con locura pero del que recibía un amor lleno de ternura y sobre todo, reciprocidad.
Mucha gente la critico por los 16 de diferencia. Argumentaban que era la manera de Tina para sentirse más joven y la manera de él para acceder a una fortuna de manera más rápida.
Ninguno se dejó vencer por los titulares ofensivos y se instalaron en Suiza en 1995, donde se quedaron en su castillo hasta el último respiro de Tina.
”Ya había amado con mucha pasión, ya había dado cuerpo y alma por otros. Erwin para mi fue aprender a amar en calma”.
Pero a Tina todavía la aguardaban un par de desgracias más: el 3 de julio del 2018, su primogénito -Raymond Craig Turner- de disparó en la cabeza como consecuencia de un cuadro depresivo.
”Me consuela que Craig fue en búsqueda de la paz que nunca tuvo en la tierra. Hice todo por cuidarlo pero siempre estuvo solo: mi vida como artista no me permitió pasar más tiempo con él y después tuvo mala suerte en la vida. Confío que ahora está en un lugar donde puede ser feliz”.
Cuatro años después, en diciembre del 2022, la misma Tina anunció que Ronnie Turner -su segundo hijo- falleció como consecuencia de un cáncer de colon con el que batalló cuatro años.
“Ronnie: dejaste el mundo demasiado pronto. Con dolor cierro los ojos y pienso en ti, mi amado hijo”.
“Mi vida fue muy diferente a lo que piensan. No fue una buena vida. Lo bueno no alcanza a compensar lo malo. Así que no quiero más recordar todo eso”.
Dolorosamente, Tina se fue con más sufrimiento que dicha; pero si algo sirve de consuelo para aquellos que fuimos alcanzados por su legado, es que nos queda la certeza de que su figura es trascendental para entender la música popular contemporánea, no solo como una voz y una performer que generaba hecatombes, sino también como una artista de vanguardia que trazó el ritmo de toda una línea temporal.
Eva Ensler, autora de Los Monólogos de la Vagina, la define:
”Lo que me resultó impactante, sanador, asombroso, fue su capacidad de transformar públicamente ese dolor en poder. Vi lo que el cuerpo y el espíritu femenino podían hacer gracias a ella”.
Hasta siempre.