La tarde de un día como hoy, pero hace 50 años, decenas de estudiantes se organizaban en las calles de la Ciudad de México para asistir a un mitin convocado por el Consejo Nacional de Huelga en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.
Era un mitin más de los muchos que desde el verano de 1968 se realizaban por todo el país reuniendo a los estudiantes de preparatoria, vocacional y educación superior que, como muchos otros jóvenes alrededor del mundo, vivían un despertar de conciencia que traducían en acción social. Los mítines también convocaban a profesores, empleados, amas de casa, comerciantes, obreros e incluso campesinos, que veían en el espíritu combativo de los muchachos una esperanza abierta enfocada al cambio.
Tlatelolco es parte del corazón de la ciudad capital, su simbolismo y relevancia histórica se remontan a la época prehispánica cuando se estableció ahí, en algunos islotes cerca de la orilla norte del lago que ocupaba todo el Valle de México, una ciudad tan antigua como Tenochtitlán y que en su momento de esplendor albergó el mercado más grande de Mesoamérica, al que llegaba gente de todas las latitudes, para adquirir infinidad de productos.
También fue ahí donde se llevó a cabo una de las primeras masacres de las muchas que marcaron y consolidaron la conquista española, con Hernán Cortes blandiendo su espada y dirigiendo sus arcabuces a los sorprendidos mexicas y tlatelolcas que vieron como, mientras la sangre corría al lago, su universo entero se desmoronaba.
Cinco siglos después, en 1985, Tlatelolco fue nuevamente escenario de la tragedia, al derrumbarse tres enormes edificios durante el terremoto de 8.1 grados que sorprendió a la ciudad esa mañana, falleciendo decenas de personas, en tan solo unos segundos.
La Plaza de las Tres Culturas por sí misma es un ícono de nuestra historia, en ella se conjugan, arquitectónicamente, el pasado precolombino visible en los restos de la antigua ciudad de Tlatelolco, la época colonial, representada por el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco y la era moderna, materializada en la Torre de Tlatelolco, sede hasta el 2005 de las oficinas de la Secretaría de Relaciones Exteriores y, ahora, del Centro Cultural Universitario y el Memorial del 68 de la UNAM.
Así que por su energía, su importancia y su significado, no fue gratuito que los estudiantes y sus adeptos eligieran justamente la Plaza de las Tres Culturas para reunirse alrededor de sus demandas contra un gobierno priista, inamovible por aquellos días, que ya había mostrado su tendencia a la represión y la intolerancia en los meses previos al 2 de octubre de 1968.
Cerca de las 5:55 de la tarde del miércoles 2 de octubre, cuando cientos de personas se encontraban ya reunidas en la Plaza de las Tres Culturas, convocados para escuchar la postura de los líderes del Movimiento Estudiantil sobre los diversos conflictos acaecidos desde el mes de agosto, tanto en escuelas del Instituto Politécnico Nacional como de la Universidad Nacional Autónoma de México, que llevaron al ejército a tomar varios planteles y sitiar otros con lujo de violencia, dos bengalas rojas fueron disparadas desde la Torre de Tlatelolco; minutos después, desde un helicóptero militar en vuelo sobre la plaza otras dos, una roja y otra verde, fueron lanzadas como señal para que el Batallón Olimpia, un grupo paramilitar de contrainsurgencia creado por el gobierno para infiltrar el movimiento, abriera fuego en contra de los manifestantes y militares que resguardaban el lugar, para hacerles creer a estos últimos que los jóvenes eran los agresores.
Los militares, en su intento por defenderse, repelieron “la agresión de los estudiantes”, disparando no solo a estos últimos, sino también a la multitud de manifestantes que se encontraban en la plaza.
El caos, la locura y la confusión se desataron de inmediato…
Mientras los soldados subían a detener y someter a los líderes del movimiento, que habían estado alternándose el micrófono durante el mitin desde el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua, la gente atemorizada corría en todas direcciones, tratando de entrar a tiendas y departamentos de la Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco, intentando escapar de las balas que desde las azoteas de los edificios aledaños a la plaza disparaban indiscriminadamente los miembros del Batallón Olimpia, vestidos de civil pero con un guante blanco en la mano izquierda, y las balas que los confundidos militares disparaban en todas direcciones, sin ubicar por completo a sus atacantes.
Sin una orden judicial de por medio y con las bayonetas por delante, los soldados entraron a decenas de apartamentos, deteniendo a cualquier joven que encontraran y a cualquier persona que tratara de evitarlo.
Por la noche y la madrugada siguientes más de 3000 personas retenidas por el ejército fueron obligadas a desvestirse hasta quedar en calzoncillos, para luego ser golpeadas y mantenidas bajo sometimiento, antes de ser trasladadas al Campo Militar número 1 y al Palacio Negro de Lecumberri, bajo cargos de sedición y violencia pública entre otros. Muchas de ellas pasaron años en la cárcel antes de ser liberadas, al no encontrárseles ningún delito comprobable.
Sobre la Plaza de las Tres Culturas eran incontables los cuerpos que yacían inertes de los fallecidos o personas heridas de gravedad, amontonadas unas sobre otras; las estimaciones realizadas a lo largo de los años calculan entre 200 y 300 las víctimas mortales de esta tarde brutal y en más de 1000 los heridos… una vez más Tlatelolco se volvió a bañar de sangre.
El sábado 12 de octubre de 1968, el Presidente Gustavo Díaz Ordaz, para la historia el autor intelectual de la masacre, estuvo presente en la inauguración de los XIX Juegos Olímpicos, bautizados como la “Olimpiada de la Paz”; durante la ceremonia, un grupo de manifestantes lanzó sobre el palco donde el presidente se encontraba un papalote de color negro en forma de paloma, en repudio por la matanza de Tlatelolco.
El Movimiento de 1968 fue ante todo un movimiento social en el que, además de los estudiantes del Politécnico y la UNAM, El Colegio de México, la Escuela de Agricultura de Chapingo, la Universidad Iberoamericana, la Universidad La Salle, la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, participaron también profesores, intelectuales, amas de casa, obreros, campesinos, comerciantes y profesionales de la Ciudad de México y estados como Coahuila, Durango, Michoacán, Nuevo León, Puebla, Oaxaca, Sinaloa y Veracruz, constituidos en el órgano directriz del movimiento denominado Consejo Nacional de Huelga (CNH).
El movimiento contó con un pliego petitorio al Gobierno de México con acciones específicas, como la libertad a los presos políticos y la reducción o eliminación del autoritarismo. De fondo, el movimiento buscaba un cambio democrático en el país, mayores libertades políticas y civiles, menor desigualdad y la renuncia del gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI), al que consideraba represor y caduco.
Por su parte, el estado mexicano interpretó el movimiento como un intento de derrocar al gobierno, instaurar un régimen “comunista” como parte de un “Plan Subversivo de Proyección Internacional” y lo criminalizó argumentando que sus participantes eran terroristas, delincuentes o un peligro para la seguridad nacional.
Según los historiadores que han investigado el suceso, la masacre fue cometida de manera conjunta como parte de la Operación Galeanapor el grupo paramilitar denominado Batallón Olimpia, la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la llamada entonces Policía Secreta y el Ejército Mexicano.
De acuerdo con lo dicho por sí mismo en 1969 y por Luis Echeverría Álvarez, Secretario de Gobernación en aquella administración, el responsable directo de la matanza fue Gustavo Díaz Ordaz, al ser él quien ordenó la represión como un acto desesperado para acabar de una vez por todas con el movimiento y sus líderes, a quienes veía como una amenaza latente en un momento en el que México estaba en la vitrina del mundo, al ser sede de los Juegos Olímpicos de aquel año.
Incontables libros como La noche de Tlatelolco (1971) de Elena Poniatowska, La plaza (1971) de Luis Spota o películas como Rojo Amanecer (1989) dirigida por Jorge Fons o Canoa (1975), filme que muestra distintos sucesos trágicos ocurridos antes del 2 de octubre, han documentado los acontecimientos de aquel año, dando distintas visiones e interpretaciones sobre lo que impulsó a los protagonistas de este duro momento de la historia a tomar las decisiones que tomaron y que marcaron para siempre la evolución de las luchas sociales en México, que no empezaron en 1968 y que tampoco terminaron ahí… a pesar de los disparos.
El gobierno sigue siendo represor, de formas más sutiles y sofisticadas, pero su ansiedad de control le sigue dando los argumentos para criminalizar a ciertos sectores de la sociedad que expresan su desacuerdo con el status quoo las dinámicas del poder, regidas hasta la fecha por la corrupción y la impunidad en todos los niveles.
México sigue estando cubierto de sangre, pues la violencia desatada en la lucha contra el narco, los femicidios y los desparecidos siguen existiendo de manera latente en nuestro día a día, dejándonos como silenciosos testigos de su poder 43 jóvenes perdidos en la nada o cientos de cuerpos sin identificar, circulando en camiones refrigerantes por Guadalajara.
Cincuenta años después del 68 nuestro país tiene aún muchas heridas abiertas que no parecen querer cerrarse frente a la complicidad, la apatía, la ignorancia o el desinterés de muchos.
Hoy, buena parte de los jóvenes de entre 20 y 30 años de edad consideran combativo postear su inconformidad en Facebook o comentarla en el café, hace cinco décadas salían a las calles a levantar el puño y la voz por un ideal.
No es que una forma sea buena o la otra mala, es simplemente entender que los auténticos cambios en la calidad de vida de nuestra gente y la consolidación de ese México que todos soñamos no van a venir de un gobierno, sin importar el color que lo abandere, sino de una sociedad comprometida y ávida de justicia que, además de levantar la voz en virtual, tenga también las agallas para salir a los barrios y las colonias, a los pueblos y comunidades a ofrecer su talento, sus manos y sus ideas para tratar de mejorar la realidad de cualquiera que lo necesite, sin importar si lo conocemos o no, ayudarnos por el simple hecho de ser mexicanos.
El 2 de octubre de cada año y este en especial, al recordarse medio siglo de aquella brutal matanza, es una oportunidad de oro para reflexionar sobre nuestro papel en el presente, más que sobre los hechos del pasado, para reforzar nuestra convicción contra el autoritarismo y la represión, para conocer nuestra historia y no estar condenados a repetirla.
La violencia sigue aquí, la sangre y el abuso de poder siguen vigentes, pero sin duda México es otro y somos otros los mexicanos que hoy tenemos en nuestras manos la oportunidad de honrar la vida y la muerte de aquellos que nos precedieron.
¿Cómo? Transformando a este país de una vez por todas en la gran nación que tenemos el derecho de ser, con nuestro trabajo y nuestra entrega total al bienestar colectivo.
Que los medios y la internet sean nuestras armas que las palabras y las ideas sean nuestras balas y que nuestro pueblo se vuelva uno para matar ya a los demonios que nos han perseguido desde siempre… así sea.
Visita la exposición permanente Memorial del 68 en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco de martes a domingo. Ricardo Flores Magón y Eje Central.
Lee México 68: juventud y revoluciónde José Revueltas. Editorial Era, 1978.
Ve el documental Tlatelolco: Las claves de la masacre (2003), de Carlos Mendoza Aupetit, producido por La Jornada y CanalSeisdeJulio.
Escucha: En 1969, el grupo de rock-pop Music Team lanza al aire el tema Tlatelolco de su disco “Society is a Shit”, siendo censurados al poco tiempo. Difícil de encontrar, pero vale la pena.