A pesar de estar en los últimos días del 2022, han sido días agitados para la industria de la música y los espectáculos en vivo: la discusión sobre boletos, reventa y corrupción tras el que, quizá, fue el mejor año en la historia de los conciertos en México nos deja una sensación agridulce y muchas cosas por cuestionar de cara a lo que se viene.
Lo peor es que se habla de todo menos de lo que debería ser lo más importante: la música. Por eso el show de Thudercat para celebrar el primer año de House Of Vans fue un bálsamo, un oasis en el desierto; porque además de ser el festejo de un punto que que se ha vuelto fundamental para la cultura urbana del país, también fue la prueba de que las cosas podrían (¿o deberían?) ser más fáciles.
Todos los que llegamos a la “Cueva de Mixcoac” sabíamos que era el último gran evento del 2022 y lo afrontamos como tal: con la alegría de cerrar un gran ciclo y con el alivio que representa, por fin, tomarse un descanso.
Porque aunque no lo crean, producir un show y asistir a un concierto tiene su chiste y cada vez es una misión más exigente. Sin victimizarse, eh; al final todos elegimos estar ahí, pero igual es importante mencionarlo.
Y en favor de nuestra causa, el acceso sucedió en calma y sin tumultos.
Como ya es una costumbre en la casa del waffle, el inicio del show fue puntual y tras una última prueba de sonido, apareció una banda, digamos, pragmática: un baterista, un organista y, claro, Thundercat.
Bastó una canción para demostrar que no necesitaban de más. Todos virtuosos y con una energía esplendorosa reventaron el lugar en los primeros cinco minutos.
Así fue como la música volvió a importar. La alegría de Thudercat al tocar nos regresó los pies a la tierra y resignificó -en el momento ideal- la relevancia de escuchar canciones en vivo como experiencia colectiva.
Más allá de cómo logramos acceder o de las chelas o las historias de Instagram: estábamos, ¡estábamos!
Y nuestras cabezas zigzagueaban para entender con los ojos aquello que Thudercat hacía con sus manos.
“Lo malo de crecer es que ves morir a tus amigos”.
Dijo Thudercat en referencia a los amigos que ha perdido en el camino. Entonces, ¿qué mejor imagen para eternizar a tus seres queridos que viéndolos bailar en medio de miles de personas?
Cerca de las 11:40, el concierto terminó y el alivio de alcanzar Metro para regresar se estacionó en el pecho.
Fue un show que gozó la dicotomía entre el caos y la búsqueda del orden perfecto: Jazz, Funk, Hip Hop y el espíritu de Mac Miller.
Seguro regresaremos y ojalá House Of Vans perdure por muchos años más; hasta entonces, que los que se encargan de hacer dinero a toda costa no nos arrebaten lo único que nos queda.