Con la visita de Brad Pitt a la Ciudad de México para la premiere mexicana de Once Upon a Time in Hollywood, la novena película de Quentin Tarantino, se refleja la sensación por una figura que de alguna manera se siente aún relevante en medio dentro de una industria cinematográfica completamente distante.
Se puede hablar del fin de otra era en Hollywood, una que termina generacionalmente y estilísticamente en el marco de una época inclinada a reboots, franquicias y re-adaptaciones, frente al llamado “cine de autor”. En medio de todo, Once Upon a Time in Hollywood es una película de Tarantino, cuya narrativa no tiene un objetivo claro. Esto no a su defecto, pero más bien con un claro marco histórico en donde el cineasta juega y desenvuelve sus ideales.
Se mantiene la necesidad de Tarantino por corregir la historia con venganza extrema y en esta ocasión más que una burla a los villanos de la historia para quitarles poder, asegura repercusiones con serios cuestionamientos sobre el tipo de “héroes” que buscamos.
Mientras que las ruedas de prensa alrededor de la cinta parecen centrarse en el amor del director por ciertos periodos y perfiles de la industria Hollywoodense, la película es más bien un comentario sobre la violencia, exclusivamente en el sentido de cómo funge como acción y sus holgadas consecuencias.
No obstante, hay un claro aprecio por el ambiente que solo puede dar la necesidad y sensibilidad de Tarantino. El actor americano clásico confrontado con su inminente desaparición frente a una nueva juventud hippie. El producto audiovisual de nicho y su irreverente cultura. Las tomas elaboradas y escenografía detallada. Los jóvenes actores de un nuevo Hollywood.
El detalle en Once Upon a Time in Hollywood goza de ser una dedicatoria a un periodo histórico en el desarrollo cosmopolita de Los Ángeles. Tarantino aprovecha ser un director tradicional pero divertido, para deslumbrar en esta época. Las escenas indulgentes que parecen no contribuir a la narrativa o el comentario, son más ejercicios contemplativos. Así dando un observatorio cultural.
Estos ambientes construidos por una película que glorifica un momento en el tiempo, dentro de una historia que glorifica otra época, contrasta aún más las distancias generacionales. Los sets de televisión del viejo oeste, se muestran por momentos hiperrealistas y en otras obviamente kitsch. El estereotipo de personajes como Rick Dalton y Cliff Booth es aparentemente arcaico, pero al final revalorizado.
Once Upon Time in Hollywood no se siente como una película cuentacuentos, sino más bien una rememoración y por medio del mismo vehículo, de resignificación de ciertos lugares que ocupan cosas como la masculinidad, el cinismo, el carisma y el impulso en momentos históricos donde estos ideales se perciben arcaicos.
En esta misión, Tarantino no parece un provocador ni tampoco un vanguardista, pero definitivamente problemático. Sin embargo, su comentario se escucha y su eco permanece incluso en los más distantes a este universo.