Un caso que reportó Intersecta, organización feminista y de investigación, en Animal Político: Elvin Mazariegos, un ciudadano guatemalteco, había cruzado la frontera sur de nuestro país para comprar mercancía para su negocio. En cierto momento se topó con un retén militar, en Mazapa, Chiapas. Cuando Mazariegos trató de evitar el retén, de inmediato comenzaron los disparos. La muerte (el asesinato) de Mazariegos fue deplorada por el gobierno de Guatemala. La Secretaría de Defensa Nacional (Sedena) aceptó que el militar que disparó tuvo “una reacción errónea”.
Otro caso: una familia, en un auto con vidrios polarizados, van de regreso a casa después de una fiesta. En la carretera Laredo-Monterrey se encuentran con un retén militar. Les piden que se detengan. Cuando no lo hicieron, hubo disparos. Murieron el padre y el hijo.
“De la sospecha a los disparos en un segundo”, apostilla Estefanía Vela, de Intersecta. “Son cosas que no se entienden y que dan miedo”. La creciente presencia de las fuerzas armadas ha significado varias cosas: control social, opacidad en los temas de seguridad pública y de labores civiles adquiridas por el Ejército y la Marina, y también una debilidad instituciones creciente en el Estado.
De un tiempo a acá hemos visto a las fuerzas armadas más y más presentes en la vida cotidiana de México. Los vemos en labores de seguridad pública, construyendo el aeropuerto de Santa Lucía o el Tren Maya, vacunando con la COVID-19. ¿Qué es este fenómeno y por qué debería interesarnos?
Primero, definiciones. Una cosas es la militarización y otra el militarismo, como explica Daira Arana, investigadora del tema. “Cuando hablamos de militarización se refiere a la conversión de las fuerzas policiacas en los métodos y formas del ejército, o cuando las fuerzas armadas se vuelven policías”, dice Arana. “Militarismo es cuando vemos a las fuerzas armadas adoptar ocupaciones que cotidianamente deberían hacer las autoridades civiles”.
En el texto Reflexiones sobre la policiación de las Fuerzas Armadas, publicado en el espacio Seguridad y ciudadanía de Arana, la académica comparte esta idea: “Cuesta trabajo creer que la Guardia Nacional represente un esfuerzo de transformación del Ejército Mexicano puesto que la discusión pública se ha centrado mayoritariamente en la transformación de las funciones civiles de seguridad pública en funciones de las Fuerzas Armadas.
Sin embargo, los procesos de militarización de la seguridad pública, continúa Arana, guste o no, se ven acompañados de un proceso de “policiación” de las Fuerzas Armadas al dedicarse estas cada vez más a tareas de Policía que de un Ejército regular ante una amenaza a la soberanía del Estado”.
Para que quede claro: cuando vemos a los convoyes de las fuerzas armadas patrullando las calles con la justificación de cuidar la seguridad, hablamos de militarización. Las labores que deberían hacer civiles son asignadas al Ejército o la Marina, como la construcción del aeropuerto de Santa Lucía, hablamos de militarismo.
“Es un fenómeno que puede entenderse desde el lenguaje“, dice Frida Ibarra, de México Unido Contra la Delincuencia, “escuchamos el verbo combatir: ‘combatir a la delincuencia, combatir a las drogas’. Se adopta de manera diaria y cotidiana el lenguaje de la guerra”.
Esto se justifica por la gran popularidad de las fuerzas armadas (la Marina y el Ejército) cuentan entre la población. “No hay policías perfectas, no esperamos que lo sean”, dice Estefanía Vela, “pero el Ejército, a pesar de su gran popularidad entre la gente no sabe cómo lidiar con la población civil”. “La población civil”, dice Ibarra, “confía en las fuerzas armadas por la corrupción que se asocia con la policía”.
¿Cuándo comenzó este fenómeno? Para Sergio Padilla, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM e investigador de la organización Incide, el asunto es antiguo: “Es un caso de larga data, desde bien temprano, antes de la década de los 60 tenemos al Ejército quemando plantíos, persiguiendo a narcotraficantes”. Ibarra sitúa el fenómeno desde la década de los años 40.
Coincide Arana: desde la formación del Ejército Mexicano tal como lo conocemos, hace más de un siglo, la militarización y el militarismo han estado presentes. “Pero el fenómeno contemporáneo nuestro comenzó con el sexenio de Felipe Calderón”, dice Padilla, “es cuando estamos viendo las consecuencias graves del encuentro entre Ejército y las autoridades civiles”.
En el sexenio calderonista las fuerzas armadas salieron con todo su peso a enfrentarse con los cárteles de narcotráfico, pero también a tratar de manera diaria con los civiles. Lo que derivó en mayores violaciones de los derechos humanos, como dice Vela, de Intersecta. “El Ejército es bien opaco, tienen sus propias leyes, no se les puede juzgar como a las autoridades civiles”.
El 61% de los hombres detenidos por el Ejército o la Marina fueron sofocados después de su detención y el 41% de la mujeres fueron violadas. Si de por sí ser mujer en México es precario, con la participación de las fuerzas armadas en la seguridad es todavía más peligroso.
Pero, aunque Andrés Manuel López Obrador propuso al inicio de su sexenio que “la fuerzas armadas regresen a los cuárteles”, la militarización ha continuado en su sexenio, como lo reportó en marzo el Washington Post: a dos años de gobierno de López Obrador, las fuerzas armadas de México han asumido un papel más amplio en los asuntos del país que en cualquier otro momento desde el fin de los gobiernos liderados por militares en la década de 1940.
Y lo peor es que la seguridad pública no ha mejorado en medio de estos despliegues militarizantes. “Por ejemplo, la académica del Programa de Política de Drogas del CIDE, Laura Atuesta, entre el 2006 y el 2011, el número de homicidios a nivel municipal no solo no se redujo, sino que se incrementó por ‘la existencia de enfrentamientos entre fuerzas públicas y presuntos delincuentes’, especialmente si estaban involucrados elementos de la Secretaría de Defensa Nacional”, reporta Intersecta para Animal Político.
Para Arana y Frida Ibarra, el tema no es menor. Se provoca una debilidad institucional seria con la participación del Ejército y la Marina en la vida cotidiana del Estado mexicano. “Es un ciclo vicioso”, dice Ibarra. “Las fuerzas armadas se presentan porque existe una debilidad de las instituciones Estado; cuando el Ejército toma el lugar de instituciones civiles la debilidad se vuelve presente”. E inminente, se podría agregar.
¿Ha servido de algo? Los expertos consultados para este artículo coinciden en que ha servido poco o nada para la materia de la seguridad pública. “Depende desde dónde se vea”, dice Padilla. “No ha servido para que haya más seguridad, pero sí ha servido para tener control social”.
Con el Ejército y la Marina en las calles y la formación de un nuevo cuerpo castrense (la Guardia Nacional)hay un alto es el índice de letalidad , reporta Intersecta: más muertos que heridos resulten en un enfrentamiento. Se puede suponer que la intervención (de las fuerzas armadas) es más letal: que las autoridades tiran a matar. En los años que analizaron (2008-2014), los índices de letalidad del Ejército fueron para todos los años (con excepción de 2013) mayores a los de la policía federal.
Precisamente por esta última razón el tema debe interesarnos a todos. El gobierno civil se debilita, la seguridad pública no mejora y hay un mayor control social por dos instituciones armadas-el Ejército y la Marina- que no saben tratar con civiles. De la advertencia a los disparos en un segundo. Recordemos eso.