Como en casi todas las industrias creativas, corren tiempos extraños en la Moda: lo que debería ser el eje fundamental de su fuerza creativa y artística ahora ha pasado a segundo plano. Las prendas ya no importan tanto y las figuras de diseñadores y técnicos de la confección ha sido rebasada por la de los directores creativos, stylists, fotógrafos y hasta de publirrelacionistas.
Hoy el foco no está en la propuesta ni la innovación sino en los mensajes… En el impacto mediático que las piezas pero sobre todo el que las campañas generan. En este contexto, Pharrell Williams fue nombrado director creativo de Louis Vuitton para suceder al fallecido -y ahora legendario- Virgil Abloh como cabeza de la división masculina de la famosa casa francesa de lujo.
Esta decisión de parte del comité ejecutivo del grupo empresarial LVMH generó mucha polémica debido a que, si bien Virgil Abloh marcó toda una era para la marca desde su posición de estandarte de la comunidad afroamericana dentro de las esferas aristocráticas de la Moda, reforzó la idea de que hoy la prioridad son las celebridades y el jet set a la hora de ocupar posiciones de poder en la industria.
Hoy, a casi 4 meses de su nombramiento, Pharrell finalmente debutó como director creativo de Louis Vuitton con una colección que nos deja claro algo: la marca ha elegido un nombre para que potencie los símbolos de lo que ahora representa la maison y no está muy interesada en proponer ni reinventarse.
Con una reinterpretación en camuflage del famoso Damier de Louis Vuitton (nombrado por el mismo Pharrell como Damouflage) como punto de partida de la colección, pudimos presenciar el protagonismo de chaquetas cortas de piel, furry coats en apariencia ligeros, trajes sastre que intercambiaron los pantalones por los shorts (muy Pharrell) y muchos accesorios con siluetas, digamos, no convencionales.
Una puesta a todas luces continuista de las labores de Virgil quien, a pesar de no ser un diseñador fuera de serie, al menos se fortalecía de su particular atención al detalle; virtud que Pharrell, en su afán por ofrecer un gran show, no tuvo.
Encumbrado por un piano y un coro Gospel, la plancha enorme del Pont Neuf –uno de los puentes más importantes que cruzan el Río Senna- y la presencia enaltecida del color dorado, el también productor musical apostó sus canicas a la espectacularidad de la pasarela, lo que ocasionó que pasara por alto problemas con el fitting de varios de los looks, sumado a un ritmo extraño en el desarrollo de las trayectorias de sus modelos originada por la extensión de su catwalk.
Elementos mínimos que no son dignos de los titulares en los medios pero que sí pueden dar una idea de las prioridades en la presentación. Al menos en su primera iteración, ha quedado claro que es la primera gran experiencia de Pharrell en el mundo de la alta costura: no es la misma responsabilidad el sentarse en la silla de Louis Vuitton que amistar con Karl Lagerfeld y ser el rostro de Chanel o dirigir una marca de básicos como Human Made y trabajar con Adidas.
Pharrell ha sido respaldado por los suyos: Jay Z, Beyonce, Zendaya, Rihanna, A$AP Rocky y las Kardashian han estado ahí para acentuar la relevancia del acontecimiento que pinta para ser más recordado por la música de su ambientación que por las prendas mismas.
La colección, eso sí, muy probablemente será un éxito comercial rotundo; y respaldará la decisión de LVHM lo suficiente como para mantener ahí a Pharrell por otro par de años, al menos; sin embargo, la presencia de tantos recursos obvios para llegar a lugares comunes deja la sensación de que tanto el fundador de N.E.R.D como Louis Vuitton dejaron pasar una oportunidad irrepetible para dar un golpe sobre la mesa en la industria.
Y no porque el discurso Político, Cultural y Social de celebrar a la comunidad afroamericana dentro de espacios tan selectivos como la Moda haya perdido vigencia; pero Pharrell lo ha abordado con argumentos anacrónicos, sin la reflexión que todos sus contemporáneos han hecho sobre los riesgos de estar en la cima.