La que se vivió este domingo 19 de diciembre en Chile, no fue una jornada electoral convencional: para empezar, porque fue necesaria una segunda vuelta para definir al ganador; y después, porque se convirtieron en los comicios con el mayor nivel de participación en la historia del país sudamericano, con 8 millones y 300 mil votos. Gabriel Boric, pues, se convirtió en el candidato más votado de la historia. El próximo 11 de marzo del 2022, cuando asuma el poder en el palacio de La Moneda, tendrá 36 años y se le conocerá también como el mandatario más joven en tomar posesión.
A unos días de haberse efectuado el ejercicio democrático, se puede dilucidar una conclusión irreprochable: la labor impecable del servicio electoral, el cual -una hora antes de cerrar las casillas- ya contaba con una proyección contundente del resultado a partir de los votos que se habían computado hasta ese instante.
Por otro lado, apenas unas horas después de saberse ganador, Boric ya sabe cuál será el primer gran obstáculo a librar desde el día uno de su gestión: Un parlamento dividido e inquieto, en el no están tan claras las alianzas que se formarán y que se pregunta qué tan a la izquierda estará inclinada su agenda.
En un país en el que según la ONU, el 25% de la riqueza está concentrada en el 1% de la población, la prioridad es rescatar a una economía golpeada por la pandemia de la COVID-19: inflación, bajos salarios y altos niveles en la deuda interna y externa se suman a la disminución en los presupuestos dirigidos a educación y salud pública durante el gobierno de Sebastián Piñera.
Pero la población chilena no se conformará con que Boric estabilice los mercados y disminuya la tasa de desempleo. Él simboliza el paso categórico de un movimiento que inició en el plebiscito de 1988 con el que se dio fin a la dictadura de Augusto Pinochet: El nacimiento de una nación que se deslinde de la sombra de los cuerpos militares y que busque un Chile más justo para las generaciones que regresaron a las calles en 2006, 2011 y 2019 en búsqueda de un sistema que garantice los derechos universales que por nacimiento les corresponden.
Por si no fuera suficiente, su administración también se encargará de supervisar la fase final en el proceso de redacción de la nueva constitución que suplante la carta magna que conectaba al régimen de Pinochet con el presente.
Gabriel nació el 11 de febrero de 1986 en Punta Arenas, en la Patagonia. Proviene de un clan conformado por tres hijos, la madre y el padre. De clase media, los Boric surgieron como consecuencia de un abuelo que emigró desde Croacia a finales del s. XIX. El modesto patrimonio de la familia se lo deben a la industria petrolera asentada en la provincia de Magallanes.
Siempre se mantuvo dentro de la educación privada, y gracias a la lejanía que tiene su localidad de Santiago, los espacios académicos en los que convivía tenían la particularidad de ser asiduos al debate crítico contra Pinochet.
En su casa no eran militantes; pero la presencia de un tío abiertamente socialista influenció su formación política. Su hermano Simón de ahora 33 años cuenta que ese tío era propietario de un espacio en radio en el que denunciaba las calamidades que Pinochet y los suyos ejercían contra los simpatizantes de Salvador Allende.
‘’Nos acostumbramos a recibir cartas en las que amenazaban de muerte a mi tío y a toda la familia’’.
En la secundario Boric empezó a leer la bibliografía fundamental de los líderes revolucionarios del siglos XX. El que sus compañeros tuvieran intereses más típicos de la adolescencia lo convirtieron en alguien solitario, un autodidacta. El ímpetu por incluirse en las discusiones le despertó el deseo por unirse al MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), un grupo extremista que intentó ejercer de oposición armada de los pinochetistas y que fue severamente perseguido por estos durante años. Hijo del Internet, Boric encontró los datos de una facción local de la organización y les envió un mensaje para presentarles sus intenciones. Jamás tuvo respuesta.
Después recuperó la federación de estudiantes en su secundaria y fue cuando decidió que quería estudiar Derecho. Se mudó a Santiago y fue un alumno regular hasta que le tocó enfrentarse al examen final que lo acreditaría como licenciado. Lo reprobó, y aunque tuvo varias opciones de acceder a una segunda oportunidad, declinó en favor de su labor como activista.
Para 2011, cuando se dio el estallido social que exigía una mejora en la educación pública, se postuló para liderar la federación estudiantil de la Universidad Chile, cargó que ganó y lo posicionó como uno de los cuatro nombres clave de la movilización. Desde entonces se enfocó en al trabajo político, donde escaló hasta convertirse en figura nacional de su país.
Durante tres décadas, dos partidos se han repartido el poder; sin embargo, Boric jamás se ha enlistado en ninguna. E incluso desde su imagen institucionaliza el rostro de los suyos: regularmente de cabello largo, barbón y con atuendos que navegan entre la informalidad y lo casual: jeans, pantalones caqui, camisas de franela como las de los leñadores, gabardinas abiertas, Timberlans y tenis. Usa gorras de bandas como Nine Inche Nails, TOOL y Pearl Jam y en sus discursos hace referencias a 31 Minutos. En respuesta, la gente no lo ve como un político pop; al contrario, lo ven como un hombre joven que le es fiel a su identidad, con sus ángeles y sus demonios.
Durante la primera parte de su campaña no tuvo reparos en asentar la dicotomía contra el pasado: “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo en América Latina, ahora será su tumba”.
Es un tipo consciente de sus privilegios y jamás se limita en hablar sobre su trastorno obsesivo compulsivo. La despenalización del aborto, la desprivatización del sistema de funciones, la construcción de un sistema universal de salud pública y la liberación de los presos políticos fueron las banderas de su causa, al menos hasta la primera vuelta de las elecciones a principios de este años.
Matías Meza, amigo de la infancia de Gabriel, señala que Boric es un apasionado de la historia contemporánea de su país y de toda Latinoamérica: “Sabe de dónde viene y para quién gobierna. Buscará recuperar las virtudes de sus antecesores pero no será piadoso con los errores que esas mismas personas cometieron’’.
Gabriel Boric ganó las elecciones con 11 puntos porcentuales de ventaja sobre Antonio Kast, lo que representa casi el 55% del total de los votos, un resultado realmente sorpresivo si consideramos que apenas una noche antes se esperaba una carrera palmo a palmo entre ambos.
Los análisis preliminares indican que el resultado tan abultado se debe a dos motivos: la participación de un sector joven que desde hacía mucho tiempo no se involucraba de esta manera y la atracción del sector que por convicción se mantiene al centro de las direcciones ideológicas y que finalmente se decantaron por Boric gracias a la manera en que el joven de 35 años moderó su discurso durante la campaña para la segunda vuelta de los comicios electorales: evitó temas que antes apoyaba con fervor, como la despenalización del aborto, la restauración de territorios para los pueblos indígenas y la categorización de las labores domésticas como la primera instancia de las actividades económicas en beneficio de las mujeres.
Y justo esa moderación es lo que preocupa a los aliados recalcitrantes de Gabriel: en la noche de la votación, con pleno conocimiento de los números, Boric recibió en su búnker a Kast y al séquito de burócratas que llevan aferrados al palacio de La Moneda desde 1980. La cordialidad con la que se dirigió a su competidor han desatado las dudas sobre cómo constituirá su gabinete: ¿Será un cuerpo mixto entre conservadores y esta nueva oleada de políticos? ¿Estará conformado única y exclusivamente por su círculo de confianza? ¿Quiénes ocuparán las secretarías principales?
La mañana del 20 de diciembre se encontró en la residencia presidencial con Sebastián Piñera, actual jefe de estado chileno y con quien también labró una enemistad agresiva y frontal.
‘’Quiero agradecer al presidente por recibirme en su casa esta día. Es un honor para mi poder hablar con usted, con esta cercanía; y también quiero dirigirme a los chilenas y chilenos que nos miran para garantizarle a usted y a ellos que daré lo mejor de mi para estar a la altura del desafío. Me gustaría recordarles que este país saca lo mejor de sí cuando dejamos de lado nuestras diferencias y nos unimos en búsqueda de un mismo objetivo. Del mismo modo, hago un llamado a respetar las tradiciones republicanas sobre las cuales se cimentan nuestros vínculos con simpatizantes y detractores de la clase política chilena…’.
Allá en 1990, en el discurso inaugural del primer gobierno post-Pinochet, el presidente en turno Patricio Aylwin anunció que los militares también serían incluidos en el proceso de transformación, a lo que el público respondió con un abucheo. Patricio, con más aire en los pulmones, exclamó: ‘’Sí, señores; sí compatriotas: este gobierno es para civiles y militares’’.
Con el paso de los meses, Boric se convirtió en un domador de la retórica y la nostalgia. 31 años después, emuló el enunciado de Aylwin al decir que Antonio Kast sería una persona cercana a su administración. Los abucheos, otra vez. ‘’Sí, señores: José Antonio Kast’’.
Patricio Navia, profesor de Estudios Políticos de la Universidad de Chile señala que el futuro del gobierno de Boric dependerá de su sabiduría para elegir los tonos según el lugar en el que esté parado:
‘’No es lo mismo gritar como candidato que gritar como presidente y Gabriel Boric ya se dio cuenta de eso. Con sus amigos, radical y a la izquierda; con sus enemigos, al centro; y cuando toque legislar, conciliador para que no le reboten todos los proyectos de ley, que es lo realmente importante si lo que se busca es el cambio. Tiene que ir más allá de los simbolismos o habrá fracasado’’.
Mientras tanto, la ultraderecha queda muy bien parada a pesar de haber perdido. Ese segmento de la población que parecía agonizante tras las protestas que se suscitaron en la Plaza Italia –también conocida como Plaza de la Dignidad- ahora ha recuperado adeptos y nutrió sus filas gracias a Antonio Kast y sus guiños constantes al pinochetismo y los aparentes beneficios que trajo consigo.
Sin importar si Kast se involucra de manera activa con la labor de Boric, está en la pole para ser la cara del conservadurismo, no sólo en Chile sino también de América Latina.
Después de una década en la que Evo Morales, el matrimonio Kirchner, Lula Da Silva, Hugo Chávez, Pépe Mújica y Michelle Bachelet fueron los bastiones de la izquierda en Latinoamérica; seguidos por una breve hegemonía de la ultraderecha comandada por Jair Bolsonaro, Mauricio Macri y Juan Manuel Santos, el desempeño de Gabriel Boric puede ser clave para encaminar el porvenir del continente.