Lee Isaac Chung construye en Minari, su celebrada película con la que obtuvo varias nominaciones al Oscar, una triste historia de asimilación. Llena de nostalgia, la trama sigue a una familia coreana en los años 80 que trata de encontrar su lugar en el Gran Sueño Americano.
Jacob, el padre, tiene una aspiración simple: comprar una granjita en el sur de Estados Unidos (Arkansas, para ser más precisos), trabajar la tierra, criar hijos sanos y sencillos que sea totalmente americanos. Mónica, su esposa, tiene otras ambiciones: una vida citadina, más sofisticada. Los dos hijos viven en medio de esa tensión.
La película, como Nomadland (quizá el panorama campirano estadounidense fue el tema de Hollywood este año pasado), es una celebración del paisaje rural: largas tomas de el campo, momentos en los que los personajes se entregan a la exploración: eso también forma parte de su drama de asimilación.
Una de las mejores cosas de Minari son los niños y la abuela, interpretada por la actriz oscareada Yuh-Jung Youn, que se encuentran entre el fuego cruzado de los padres (si bien no hay solo hostilidad entre ellos, se nota que también hay un profundo amor).
La abuela no se calla sus opiniones, es una especie de coro griego que dice lo que los espectadores quisiéramos decir. Los niños, ya nacidos en Estados Unidos, tienen que aprender a lidiar con muchas culturas: la muy coreana de casa y la realidad multicultural de la calle y el pueblo.
En México, un país que como todos sabemos exporta más inmigrantes que cualquier otro bien, Minari resuena distinto: podemos imaginar a cualquier familia mexico-americana pasando por las mismas luchas, el racismo velado de los adultos y el muy rampante de los niños, la falta de trabajo y los deseos de un futuro para los hijos en su nuevo país.
Finalmente, Minari es una hermosa historia de una familia en busca de su identidad. Pero no es una cinta tan fácil: la trama está llena de pequeños detalles que van revelando el corazón de sus personajes, vistos con humor y cariño y compasión. Y con ello no hace sino rompernos el nuestro. Una película que tendrá futuro como un clásico contemporáneo.