Era el 8 de marzo del 2020 y desde que desperté sabía exactamente a dónde dirigirme. Sin embargo, desconocía lo que viviría. Lo único de lo que estaba segura es que pasara en la marcha feminista, sería historia.
Comencé el camino y poco a poco pude verlo. En las calles, jóvenes con carteles, pañuelos morados y verdes. En el transporte, miradas y voces dirigidas al mismo destino y, a través de los vidrios, mujeres vestidas de morado.
Llegué al monumento, uniéndome a un colectivo que con un gesto cordial y cálido me recibió, me dieron rosas blancas y una pulsera de cinta morada para identificarme y no perderme en el camino.
Comenzó la marcha. Lo único que podía pensar en esos momentos era en dimensionar la magna cantidad de mujeres reunidas, pues a cualquier punto que volteara se veían masas de personas sin un fin. Éramos una inmenso mar de voces bajo el sol de marzo.
Al llegar al monumento, tuvimos que esperar 40 minutos, pues había demasiada congestión de gente. Poco a poco empezamos a caminar y las voces se acrecentaban: “Ni una más, ni una más, ni una asesinada más”, “Yo sí te creo”, “Señor, señora no sea indiferente, se matan a mujeres en la cara de la gente” o “…tiemblen los machos que América Latina será toda feminista”.
Las voces al unísono, frases llenas de coraje y esperanza, las jacarandas complementando el paisaje morado que portábamos, rostros que se vuelven conocidos, en medio de toda este clamor es inevitable, no estás sola. Todo lo que alguna vez pensaste, sentiste o te guardaste, ahí revive y es de todas; todas lo han vivido, todas te creen, y todas caminan como símbolo de lucha contra la injusticia, violencia e impunidad que se vive día a día en nuestro país.
Llegamos a Bellas Artes, los monumentos estaban cubiertos, rodeados de policías y las mujeres exclamaban el porqué no las protegían igual a ellas, culminando en un intercambio de miradas y silencio. Estaba cerrado el paso a la Alameda y comenzamos a dispersarnos.
Al final, sólo podía ver los rastros de aquel día, vidrios rotos, llamas encendidas, policías ocultos detrás de sus cascos, dolor impregnado en pintura y palabras, frustración. Todo me pareció ser una metáfora de un daño visceral que está consumiendo a esta sociedad, y sólo me llego a preguntar hasta dónde llegará.