A 50 años de la matanza de Tlatelolco, los problemas sociales son distintos, las motivaciones son varias, la impunidad es la misma, pero el espíritu de lucha y exigencia al gobierno que presentaron los estudiantes del ’68 sigue presente en la esencia de las nuevas generaciones.
“¡El 2 de octubre no se olvida!”, frase por demás escuchada cada octubre al recordar uno de los episodios más trágicos de la historia nacional. Frase que, si bien está acompañada de injusticia e impunidad, refuerza la idea de que los jóvenes tienen ese ímpetu de lucha social que se necesita para tomar las calles y manifestarse en contra del sistema, sin importar los tiempos ni las problemáticas.
Pero, ¿cómo ha marcado la matanza de Tlatelolco a las nuevas generaciones en sus propias luchas sociales?
Joel Ortega, autor de libro “Adiós al 68”, activista y participante del movimiento estudiantil de hace 50 años, está convencido de que se debe combatir la atmósfera del terror en el movimiento social mexicano: “El mensaje de que la lucha es siempre un riesgo de muerte no puede seguir siendo un lastre que carguen las generaciones actuales”.
“Esa masacre jamás se puede olvidar ni perdonar, yo lo que digo es que cerremos ese ciclo y pensemos para adelante”, señaló Ortega, quien afirma que aún hay temas pendientes del siglo XXI como los feminicidios, los migrantes, la libertad sindical, los derechos humanos, entre muchos otros que deben tomarse como prioridad en lugar de seguir manifestándose por la matanza de Tlatelolco.
“Más que recordar a los muertos o al mensaje sombrío, hay que recordar el mensaje de libertad. Fuimos dueños de las calles por varios meses, yo rescato esa parte”, exhortó el autor reiterando su postura de darle vuelta a la página y unir esfuerzos que generen acciones para cambiar la situación actual del país.
Por su parte, Jacobo Dayán, especialista en Derechos Humanos y profesor en la Universidad Iberoamericana, hace énfasis en cómo el Estado Mexicano nunca dio una respuesta satisfactoria a los acontecimientos del 2 de octubre.
“No abordar de manera seria el ’68, el ’71, la guerra sucia, dejó a México en condiciones muy débiles para afrontar la violencia de hoy. La sociedad se fue acostumbrando a que el Estado no respondía ante actos de violencia del tamaño del ‘68”, apunta Dayán afirmando que ahora la gente tiene la idea de que no va a haber solución ni pasará nada cuando se presentan crímenes de gran magnitud o actos de violencia en el país.
“Si se hubiera abordado de manera seria, se hubiera ido abonando una confianza en las instituciones del Estado de que proveen justicia, verdad sobre los hechos, reparación a las víctimas, y se comprometen a que esto no vuelva a ocurrir. Hoy tendríamos protocolos de uso de la fuerza de la policía y del Ejército, controles civiles a las fuerzas armadas. No los tenemos”.
Esa es la marca que dejó la masacre de Tlatelolco: el hartazgo a la impunidad y al abandono de un gobierno que se muestra inoperante ante la injusticia social. Esa impunidad que ya es costumbre en las tragedias, esa que sigue doliendo con el pasar de los años. Las manifestaciones se hacen más frecuentes, producto del hartazgo social, ese que puede más que el temor infundado hace décadas por el Estado.
El consciente colectivo mexicano recoge de estos hechos lo más trágico: las muertes, la impunidad, el abandono de las autoridades. Pero también tiene muy presente el espíritu de lucha, ese que viene en el ADN de las nuevas generaciones.
El siglo XXI tiene sus propias problemáticas, pero las batallas son las mismas, como lo mencionó Joel Ortega, los jóvenes tienen el poder de tomar las calles, la libertad de manifestarse, de unirse por el bien común.
El 2 de octubre no se olvida, se recuerda luchando por las causas actuales en beneficio de la sociedad que aún puede beneficiarse de los movimientos. Más allá de la tragedia, ese debe ser el verdadero legado de la Matanza de Tlatelolco.