El Proyecto de Dictamen aprobado por el Senado de la República el jueves pasado, con relación a la regulación o descriminalización del uso de la marihuana en nuestro país abre, por primera vez en épocas recientes, la posibilidad inédita de permitir a los millones de consumidores de cannabis en México apegarse a un marco normativo que tenga más que ver con el sentido común que con las tradicionales políticas punitivas que, como ya hemos visto por décadas, han sido inútiles para normar el consumo de una droga sumamente popular en nuestro teritorio.
Con todo, hay que señalar que bajo el proyecto —que permite ahora la posesión ya no de tristes cinco gramos de mariguana, sino de 28— en apariencia avanzado, subyace una percepción casi idénticamente demonizante con relación al cannabis que la que se ha tenido en el pasado: igualmente hay penalizaciones si se excede la cantidad “tolerada”.
Igualmente, se permite un número limitado de plantas en casa (no vaya a ser que de buenas a primeras los ciudadanos, enloquecidos de ambición, decidan virar al narcotráfico acumulando plantas y más plantas de esa infernal mariguana en sus hogares, para ir a envenenar a los hijos de los vecinos y a todo el barrio alrededor) e igualmente se puede ir a la cárcel si se quebranta la “legalización” en los términos que hasta el momento se plantean.
¿A quién escandaliza en este país que un ciudadano cualquiera —mayor de edad, siempre mayor de edad— salga de una tienda de conveniencia cargando catorce, veinte o cincuenta paquetes de cigarrillos? ¿quién le dice algo al grupo de amigos que llenan la cajuela con cajas de cerveza?
Por alguna razón misteriosa, todo lo que a los legisladores no les molesta con relación al manejo de las sustancias tradicionalmente consideradas “legales” sí se vuelve motivo de intensa alarma cuando se habla de mariguana. Esa sustancia cultivada en el infierno que, aún “legalizada”, la cannabis se va encontrar sujeta a una serie de controles absurdos por un buen tiempo, a menos que la Cámara de Diputados incorpore a la regulación un repinte de sentido común que permita a los consumidores —y productores— manejarse con la misma libertad con que ya se manejan aquí los gustosos del alcohol o el tabaco.
De manera que, para no variar, nos enfrentamos a un marco regulatorio que refleja en buena medida la esencia de nuestro país, sublimada desde El Estado que paternalmente nos dice: sí puedes poseer, pero hasta aquí; sí puedes cultivar, pero el número que yo te indique; sí puedes consumir “libremente” pero ay de ti si este gusto tuyo excede la norma porque vas preso…un revivalde la política punitiva, pero con un repinte de barniz modernista.
Con todo (como ya lo he mencionado en otros espacios) el proyecto de dictamen es lo único que tenemos hasta el momento y el hecho es que resulta mucho más dinámico y acorde a los tiempos que la viejísima ley que se ha mantenido aquí desde hace décadas. Como suele decirse, “toda ley es perfectible”…ya veremos si en el caso de la mariguana, efectivamente, lo que esté por venir sea más genuinamente “legalizador” que lo que ya se está previendo desde ahora.
Al frente de todo, se encuentra la lucha por defender las libertades individuales y el derecho inalienable al libre desarrollo de la personalidad. No son temas menores.