Pocos artistas han tenido tantas épocas como Lady Gaga; hubo una época en que su figura fue disruptiva y extrovertida, cuando usaba vestidos hechos de carne cruda y la transportaba a lo largo de la alfombra roja en un huevo. Hubo también una época de jazz, cuando después del fracaso relativo de su tercer álbum, Artpop (2013) vendió 2.5 millones de copias, según sus estándares, una decepción comercial) dejó de perseguir las listas para hacer un disco con Tony Bennett.
Hubo una época de country-pop, cuando se obsesionó tanto con la hermana muerta de su padre (que murió antes de que Gaga naciera), que hizo un álbum completo sobre ella. Y luego estuvo la etapa de los Oscars, cuando siguió los pasos de Barbra Streisand para protagonizar el film A Star is Born (2018), dirigido por también el coprotagonista, Bradley Cooper. No en vano a Stefani Germanotta se le ha comparado con la excentricidad y versatilidad que poseía David Bowie.
Chromatica (2020) llega en la etapa donde Gaga anuncia su regreso al pop desde 2013 (a excepción de “Perfect Illusion”, sencillo que aparece en Joanne (2016)) y se trata de un álbum producido y co-escrito por Michael Tucker, mejor conocido como BloodPop; se llama Chromatica porque “son todos los colores, todos los sonidos”, declaró la cantante en entrevista con Zane Lowe.
En esta producción, Gaga retoma la corriente del pop que percibimos en la década de los años 90 y principios de los 2000 y en una especie de homenaje, integra sonidos de música electrónica acompañado de un futurismo adoctrinado en el arte del álbum. “Sólo baila”, ese fue el mantra que lanzó la estrella del pop, quien ahora, madura, sabia y decidida, da vuelta en la pista de baile en un par de plataformas rosadas, en un set electro, impulsado por cohetes. Para 16 pistas, apenas es posible respirar.
A pesar de su sonido extrovertido, Chromatica es un álbum profundamente introspectivo. Cada melodía es un himno de duda, autorreflexión, autodestrucción y autodeclaración, cantados por alguien que ha vivido una agresión sexual, una enfermedad crónica y una depresión debilitante.
“Mi mayor enemigo soy yo”, canta en “911”, “Sigue repitiendo frases que se odian a sí mismas; He escuchado suficiente de estas voces”. En “Plastic Doll”, que lamenta la forma en que la adoración se convierte en objetivación una vez que te conviertes en propiedad pública, ella canta: “Tengo cabello rubio y labios de cereza; soy de vanguardia, soy microchip; ¿soy tu tipo?” Su voz resulta estridente como siempre, su enunciado que puede parecer ciertamente dramático es, en realidad, muy profundo y cuanto más desesperada es la letra, más florece la melodía.
Para una superestrella mundial a la que no le faltan privilegios, Gaga tiende al solipsismo. “No te vuelvas loca por todo esto”, le advirtió su abuela en el documental de 2017 Gaga: Five Foot Two, recordándole suavemente que Joanne había estado muerta por más de 40 años. Pero en ese álbum, Gaga se estaba apropiando, hasta cierto punto, del trauma de alguien que nunca había conocido; en Chromatica se está apropiando y aferrando a sus propias experiencias dolorosas.
La colaboración de Ariana Grande “Rain on Me” se las arregla para hacer el trabajo ligero de una metáfora muy simple: la lluvia representa lágrimas, le dijo a Vulture, pero también alcohol. “Prefiero estar seco; pero al menos estoy vivo”, dice el coro house-pop. Es una especie de encogimiento de hombros que se puede interpretar como “las cosas pueden no ser geniales, pero podrían ser peores.”
Chromatica es, en general, un álbum extravagante, a veces incluso exagerado, pero con el tiempo, seguramente revelará más significados y en ese punto, ella dará paso a su próxima era.