“La vida ante sí” o de Sophia Loren como un milagro

// Por: Concepción Moreno

vie 29 enero, 2021

Hubo una época, por allá de los 60, en que el cine europeo gobernaba al mundo. Era una competencia significativa al cine de Hollywood. En México había fans de Jean-Paul Belmondo, Brigitte Bardot, Liv Ullman, Marcello Mastroiani, Alain Delon, Gina Lollobrigida. El público seguía la cintas de De Sicca, Fellini, Bergman.  No eran “cine de autor”, aun cuando los cineastas fueran verdaderos maestros. Era cine para todo mundo. No eran las películas que llegaban solo a la Muestra o al Cineteca, sino que llenaban los cines enormes de aquel tiempo.

Y la reina de la escena era, sin duda, Sophia Loren.

Maestra de engañar al tiempo, Loren parecía eterna. Una mujer hermosa, una actriz simpar. Ver películas como El signo de Venus, Dos mujeres o Bocaccio 70 , por solo mencionar tres, es seguirla con la mirada. Una ladrona de miradas, eso era Sophia Loren.

Un día Loren decidió retirarse. El cine ya no la emocionaba. Un icono como ella no podía envejecer frente a la cámara. Loren se volvió un recuerdo. Su hijo la dirigió en la fallida Entre extraños en 2005, y después nada: el retiro, la aparición pública esporádica, una serie biográfica. Dormir en sus laureles: se lo merece.

Eso hasta que llegó La vida ante sí, el regreso de Loren al gran cine.

Dirigida por Edoardo Ponti, hijo de la diva y el productor Carlo Ponti, La vida ante sí es la feel-good-movie que todos necesitamos en estos momentos.

Rosa (Loren) es una exprostituta sobreviviente al Holocausto. La Italia contemporánea es un país arcoíris: blancos, morenos, negros, judías, católicos, musulmanes, todos revueltos en los barrios bajos, todos sobreviviendo con base en su ingenio. En ese mundo vive Momo (Ibrahim Gueye), un niño de 12 años que llegó a Italia desde Senegal a los 3 años de edad.

Momo es huérfano, le hace falta cariño, disciplina, dice el doctor Coen, quien se había hecho cargo de su crianza. Al buen doctor se le ha acabado la paciencia con ese niño torvo que pinta más para vendedor drogas que para ir a la escuela. Momo no quiere ser como cualquier otro niño: quiere ser el mandó del bajo mundo. Esa es su única esperanza.

Loren con Edoardo Ponti, director de la cinta e hijo de la actriz

Redenciones a la italiana

El doctor Coen (interpretado por Renato Carpentieri) no encuentra cómo llevar el barco de Momo a buen puerto.

La solución: dejárselo a Rosa.

El asunto puede sonar arbitrario, pero no lo es. Rosa se retiro de la prostitución, pero nunca perdió de vista a sus colegas más jóvenes: les cuida a sus hijos. Acepta a uno más, siempre y cuando el doctor Coen sea quien pague los gastos. “A este lugar le dicen refugio”, dice Momo para sí, “yo digo que es un hoyo de mierda”.

Rosa y Momo pronto establecen una relación tensa, retante. Pero, claro, poco a poco se van volviendo más cercanos a partir de las tragedias que los unen.

Si bien es la historia más repetida del mundo–dos personajes que se salvan uno al otro en tiempos aciagos–, la película da ciertos giros (que no les contaré) que la hacen no solo una cinta amable, también la convierten en una gran película. En uno de los mejores momentos, Rosa-Loren se esconde en un sótano. Momo la sigue. Y es entonces cuando Rosa se da derecho a enloquecer con Momo como su verdadero redentor.

Es posible que La vida ante sí sea formulista, pero es una gran muestra de cómo renovar un cliché. Es el tipo de película ideal para el Oscar: un melodrama de temas sociales. Blanda, sí, pero entretenida, hasta conmovedora. Es la carta de Netflix para llevarse los galardones de este año. A pesar de ello, no se la pierdan.