Viernes. Quincena. Buen Fin. Inicio de puente. Antesala de uno de los festivales más grandes de Latinoamérica. La Ciudad de México es un caos. Departamento, ubicado cerca de una de las arterias más importantes del centro del país, parece casi inalcanzable cuando tocó Yndi Halda.
Al llegar por fin al recinto, el sold out se manifiesta de inmediato. Un foro tan pequeño como este otorga muchas ventajas. Siempre es especial sentir la intimidad con los artistas, como tenerlos en la sala de tu propia casa. Sin embargo, también supone un problema: la visibilidad a partir de la cuarta fila es de limitada a nula.
Todo deja de importar cuando los integrantes de Yndi Halda toman posiciones frente a aquellos estantes que orgullosamente muestran algunos vinilos viejos. Han pasado ya muchos años desde el lanzamiento de su primer material, Enjoy Eternal Bliss(2006), por lo que la primera visita a México de los ingleses ha generado mucha expectación.
“Llevamos mucho tiempo de gira, visitamos Estados Unidos y Canadá, pero puedo decirte que ningún otro lugar, de Norteamérica o el mundo, nos ha dado un recibimiento tan cálido como este. No puedo esperar para volver”, me comenta el tecladista, Phil Self, una vez que la banda ha finalizado su set y se relaja en la barra. Es verdad, desde el primer segundo en que la música inunda las cuatro apretadas paredes del Departamento, los fans se dejan perder en ella.
Hablemos del plato fuerte, la música de Yndi Halda. Una hora y unos minutos, unas pocas canciones. No, corrijo, unas pocas piezas largas, de complejidad superior que besan dulcemente las construcciones del post rock, las figuras del progresivo y la cinematografía intrínseca de la corriente clásica moderna, haciéndolas suyas con la más profunda melancolía.
Las armonías vocales de ‘Together Those Leaves’, en conjunción con un violín apabullante, son suficientes para provocar lágrimas auténticas. No de alegría, ni de tristeza, sino de belleza. Es una sensación verdaderamente indescriptible, el cerrar los ojos y disfrutar la música rodeado de gente pero sintiéndose como el único en un lugar tan pequeño dentro de un mundo inmenso.
Cuando inicia ‘Dash and Blast’, Departamento enmudece por completo. Con delicadeza, la agrupación alcanza un punto en que el silencio es tan importante como los instrumentos en el escenario. Una respiración ligeramente más agitada podría entorpecer el solemne paisaje sonoro que se ha pintado para nosotros. Tras casi quince minutos de construcción brillante, un coro comienza a crecer entre la audiencia.
En el pasado, mucho me he molestado con el poco compromiso que los mexicanos mostramos ante el concepto del silent concert. La idea de permanecer en silencio y simplemente contemplar la grandeza de un acto resulta seductora. Pero ahí, parado entre poco más de 100 personas, luchando por ver un rostro, una guitarra, lo que sea, comprendo mi error. Por una fracción de segundo, contemplo a James Vella, con una sonrisa de oreja a oreja, intentando mantener la compostura ante un público que les aplaude y vitorea a la menor provocación.
‘Golden Threads from the Sun’ y ‘This Very Flight’ comprenden la segunda mitad del concierto. El momento más memorable de una noche muy especial llega cuando, a manera de despedida, los integrantes de Yndi Halda se abren paso entre el público con unas curiosas campanas (tone chimes) en sus manos. Durante un par de minutos, generan escalas y logran una melodía tan bella que estremece el alma.
Así, llega a su final un evento inolvidable, con los fans aplaudiendo, gritando y la banda tomando un momento para conocer a todos los que se les acercan. Phil tiene razón, esa calidez que nos separa de otros grupos, esa necedad de romper el silencio, cuando se hace bien, nos separa de muchos otros públicos. Salimos a la calle con un poco de magia aún en nuestras venas.