//Por: José Iván Ruiz Trejo
A Javier Valdez #NoNosVanACallar
Un calor incesante es el que cubre a la Ciudad de México de manera incesante. Incluso en una velada tan mágica como la ha regalado Sting en su concierto en el Auditorio Nacional, parece que las altas temperaturas no iban a parar el gran set que tiene el inglés, ex The Police y un virtuoso músico que da shows perfectos, de principio a fin.
Y es por eso que también está empujando a su propia familia que ha demostrado que se rodeó de la mejor influencia. Fue su hijo Joe Sumner quien abrió la noche en el recinto de Reforma con algunas de sus canciones. La forma de rasgar la guitarra en canciones como “Jellybean” dio paso también a la segunda banda invitada: The Last Bandoleros. Agrupación que tiene una mezcla poderosa de Hard Rock con tintes de Tex-Mex y un poco de country que entretuvo un poco a los impacientes seguidores del británico.
Fue pasadas las 21:30 que Sting salió al escenario, sin tener que hacer una presentación larga y con solo su bajo de armamento, lanzando los primeros acordes de “Synchronicity II” del álbum homónimo para que todos soltaran el grito acumulado. Enfundado en una camiseta corta y demasiada actitud, volvió a recordar su pasado en la banda de Londres para cantar “Spirits in the material world” para seguir con el buen ‘hype’ creado al tocar “Englishman in New York”.
Gente de todas las edades (literalmente, este concierto fue a prueba del tiempo) escucharon más del nuevo disco “57th and 9th” con “I can’t stop thinking about you” que ligó perfectamente con “Every little thing she does is magic” que volvió a encender al público, quien se tardó en llegar a sus asientos después de estas primeras canciones.
El poder vocal de Gordon Sumner está intacta y lo demostró con otras melodías como “One fine day”, “She’s too good for me” y “Seven Days”, donde los tonos jazzísticos y el ‘tempo’ que trae su baterista Josh Freese, que le dio buen paso al primer tema lento “Fields of gold”, mientras las parejas se acurrucaban un poco y descansaban los pies en sus asientos para también escuchar “Petrol Head”.
“Down, down down” solo fue un preámbulo para que “Shape of my heart” retumbara en el Auditorio, reviviendo las imágenes de la cinta “León: El perfecto asesino”. El escenario, que era de lo más simple, no necesitó de efectos visuales sino de una gran capacidad del artista para llenarte de magia pura, algo que volvió a desencadenar “Message in a bottle”.
Fue entonces que Sting le dio paso, de nuevo, a Joe Sumner para hacer un cover de “Ashes to ashes” de David Bowie para empalmarla con “50,000”. Con ello, el juego de luces volvió a aparecer con “Walking on the moon” y “So lonely”, con lo que la sospecha de que llevaría los grandes hits de su buena etapa en The Police se hacía realidad.
Era el momento perfecto de tocar “Roxanne” y hacer un ‘mix’ interesante con el cover de Bill Withers “Ain´t no sunshine” para salir en su primer encore. Uno que no duro demasiado para llevarnos otra vez por la gran “Next to you” y preparar el telón final con “Every breath you take”, más esperada y vitoreada que nada por todo el recinto que no podía creer el buen estado vocal del cantante, quien sigue siendo el maestro de los tiempos para enganchar a la gente.
Tuvo que ser el segundo encore con “Fragile” con la que el momento de ensueño terminaba. Suena pretencioso pensar que no extraña a Stewart Copeland y Andy Summers en algunos momentos, pero esa capa gruesa de haber sido parte de la historia del rock con ellos la ha soltado para crearse el sello tan rebelde, tan atractivo y, sobre todo, tan perfectamente mítico que puede presentar, desde hace tiempo, siendo solo Sting.