El joven músico no pudo creer que su primer gran concierto fuera en la Ciudad de México. Que rompió con su música una barrera cultural como los grandes. Que la gente de un país extranjero se le entregó; y que machacaron sus manos en aplausos cuando salía del escenario. Tanta calidez, simplemente no la pudo creer.
“Es sorprendente lo que veo. Volveré tan pronto como pueda”, dijo al regresar a un encore. Y se le quebró un poco la voz.
James Blake, quien jugó por años con la música de papá, un guitarrista experimental británico, como el malcriado que se pone la corbata de su viejo e imagina que es una víbora, o una tripa ensangrentada, se salió con la suya. Con un solo disco se perfila para algo muy grande.
Hizo de las notas una confusión excitante, de los destiempos su base; prescindió de un revestimiento sonoro convencional. Adiós bajo. Adiós estructuras.
Hola pedaleras. Hola sintetizadores. Hola voces distorsionadas. Hola México.
El de este 18 de mayo fue uno de los mejores conciertos del año, y sólo lo vieron los cuatro mil que estuvieron en el Auditorio BlackBerry.
James Blake tiene apenas 23 años y, cuando uno lo ve en vivo, parece una especie de alquimista de la música, que le da vida nueva a partir de su fórmula: un poco de infamia con las bases rítmicas tradicionales; un poco de imaginación y mucho, mucho sentimiento. Dubstep+R&B+Jazz+talento=un gran espectáculo, abarcando toda la redondez de su significado, protagonizado por Blake y sus dos amigos de la universidad.
Una hora de concierto. Hubiera dado igual que fueran tres. Lo curioso de ver a James Blake en directo es que te quedas inconforme porque nunca es suficiente.
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