Por: Nydia Valerio
La cuota de género es un tema que ha sido recurrente en los festivales de música en los últimos años – que si las mujeres son bien o mal representadas, que no hay headliners femeninos, que son siempre las mismas -, a lo que los organizadores se defienden diciendo que lo que se valora no es el género, sino el talento. Y aunque es un argumento válido, con el reciente boom del movimiento feminista y los múltiples ejemplos de la invisibilización de las mujeres en los distintos campos de conocimiento a través de la historia, más que presión por tomar en cuenta la presencia femenina es necesaria la perspectiva del género en todas las actividades humanas y no dar tener respuestas tan blandas.
Uniéndose a las diferentes acciones artísticas y activistas que se vienen realizando en México en pos de las mujeres, apareció el festival Grrrl Noise hace algunos meses y muchas feministas y simpatizantes del movimiento lo abrazamos con gusto. Se manejaba bajo el lema de ser “el primer festival Grrrl en México”, y aunque en la Ciudad de México no era el primer festival con este enfoque sí el primero con tener una fuerza considerable en medios de comunicación y con la participación de proyectos internacionales importantes: Cat Power, Warpaint y Best Coast. En cuanto al talento nacional Sotomayor y Girl Ultra fueron los convocados.
Previo al evento surgieron preguntas como ¿No es muy pequeño el cartel para ser un festival? ¿Por qué en un lugar cerrado? ¿Cómo eligieron a las bandas de este primer festival “grrrl”? ¿Viene el Grrrl Noise a subsanar esa cuenta que tiene la escena musical con las mujeres? El día del evento respondimos estas preguntas.
Adivinar la asistencia era complicado, ya que otro festival se celebraría el mismo día (festival Nrmal) y muchos de nosotros (incluyéndome) esperamos hasta el último momento para tomar la decisión de a cuál asistir. Las puertas del Auditorio Blackberry se abrieron a las 5 de ta larde y muy puntual, a las 6, comenzó Girl Ultra con su show. Para ese momento unas 150 personas la estaban esperando.
La mexicana lucía su muy característico estilo chicano. Se posicionó al medio del escenario y comenzó con su cadencioso R&B. Sonreía nerviosa, y nos contó lo emocionada que estaba muy contenta por compartir escenario con los grandes talentos que continuarán después de ella. Un par de canciones parecieron incómodas, los ritmos sensuales que nos presentaban desde el escenario tal vez fueron demasiado para comenzar.
No fue hasta que con ‘Fuego’ que ella, nosotros, todos, entramos en confianza. Suavemente pasó de su canción a Morenamía de Miguel Bosé, y así, tanto si la conocíamos o era la primera vez que nos encontramos, bailamos. Con los siguientes temas todos dejamos salir nuestro lado más sensual, los más celebrados fueron Cruel y Mala, y ella al terminar se llevó unas sinceras palmas.
Continuaron los hermanos Sotomayor, quienes presentaron tal vez el show más elaborado de la noche. Pau Sotomayor, quien fue el personaje principal de su presentación lucía una capa de tela dorada brillante, con la que bailaba y se hacía seguir con la mirada. Tanto su hermano Raúl como el resto de músicos iban de blanco, en contraste, neutrales con su papel. Sobre ellos un juego de luces y a sus espaldas los visuales en 3D nos inducían a una ilusión antropológica-azteca que nos remontó al mundo tropical que sonoriza su más reciente álbum, Conquistador. La energía natural de Pau nos hicieron bailar desde el primer instante. Con ellos el recinto se terminó de llenar y de animar, y dieron paso a las internacionales.
Best Coast es una banda favorita entre el público mexicano. Así nos los demostró cuando entre gritos remontaron al escenario. Primero Bobb Bruno y luego, acogida estruendosas guitarras metaleras, Bethany Cosentino. Ella muy segura de sí misma y vestida de rojo para tocar – en su mayoría – temas de su álbum California Nights. El público estaba entregado a la experiencia nostálgica y playera de Best Coast, pidiendo desde pista y gradas sus canciones favoritas. El momento más girly de la noche se vivió con Boyfriend, a pesar de que Bethany aceptó que era de sus canciones más criticadas la seguían tocando porque sabían que a sus fans les encantaba, y así fue. Luego, una afortunada fue saludada vía video-llamada ya que al terminar Our Deal, llamó la atención de la cantante que entre el público alguien grababa. Ella pidió el nombre de la chica y le dedicó un saludo.
Continúo Warpaint, el cuarteto por el que el grueso del público asistía ya que cerraron filas hacia el escenario para estar más cerca. Ellas, en medio de una lluvia de luces blancas y humo blanco, comenzaron con Stars. Los asistentes las recibieron encantados y celebraron, especialmente, Elephants, Billie Holiday, Love is to Die y New Song. Fue un show clásico de las californianas, no por eso menos entrañable. Dominan a la perfección cada melodía y cada intención que sale de sus voces e instrumentos, por ello, los fans respondieron a cada estímulo de manera casi premeditada. Sin duda, su show en vivo es algo que ya tienen dominado.
Cat Power cerró la noche, pero para sorpresa de algunos, el aforo quedó reducido a la mitad al terminar Warpaint, sin embargo, la emoción con la que fue recibida Chan Marshall no se vio mermada. Ella subió al escenario para interpretar con guitarra y piano sus canciones más íntimas. Aquello fue más un set acústico, muy personal y nostálgico. La cantante, con más de 20 años de trayectoria, se mostró agradecida con los asistentes todo el tiempo, lo demostraba con palabras y gestos, y más aquel en el que extendió los brazos como recibiendo toda la energía que recibía desde abajo para posteriormente abrazarse con ella.
Canciones como ‘The Greatest’ y ‘Metal Heart’ complacieron al público, de entre los cuales brotaron algunas lágrimas. Y aunque aquellos que sólo querían escuchar Sea Of Love quedaron decepcionados, fue una presentación que cumplió con aquellos que le tienen un lugar especial en sus playlist personales.
Así concluyó el Grrrl Noise. No podemos hablar de cosas como el precio de la cerveza, el guardarropa, la calidad del sonido o la zonas para el público, esos servicios fueron los de siempre en el Blackberry. De lo que sí podemos hablar es del esfuerzo realizado para realizar un festival de calidad, que sea un escaparate fuerte para las mujeres y que funcione tanto para el talento internacional como para exponer al nacional.
Como primer intento fue bueno, aunque como público esperaríamos en el futuro tener un lugar más cómodo para pasar al menos seis horas de pie. ¿Si hubiera una segunda edición, volveríamos a ir? Seguramente sí. ¿Funcionan este tipo de eventos para unir más a las mujeres como artistas? Pienso que sí, pero sólo el tiempo demostrará su fuerza.