//Por: Rafael Ignacio Oliver
En la tercera jornada del Festival se soportaron fuertes lluvias. Las capas de plástico eran la tendencia y a medida que el día fue avanzando, el barro se acumuló en los pasos entre los diferentes escenarios y en las salidas dificultando considerablemente la movilidad de los asistentes. A pesar de las inclementes condiciones climáticas, y del suelo resbaladizo, la curaduría del tercer día, permitió a los asistentes entrar en calor a punta de baile, así tocara hacer un esfuerzo para despegar los pies del lodo.
El día comenzó con una oferta variada de artistas nacionales, todos ellos con propuestas singulares y potentes: lo más tradicional de la música colombiana con Totó la Momposina y Canalón de Timbiquí; Ali Aka Mind (hip hop); Buendía (que lanzaba disco); Elkin Robinson y Nawal (reggae/calipso); la Champeta de Bazurto All Stars; y la psicodelia tropical de Romperayo (tropical/Psicodelia). A pesar de la variedad y tal vez distancia sonora entre las propuestas, se sentía cierta unidad.
Tal vez más clara era la línea que seguía más adelante en el día. En dos escenarios se presentaban Mateo Kingman, Chancha Vía Circuito, Cero39 y Quantic. Estas propuestas, híbridos entre músicas locales latinomaericanas y electrónica, servían perfectamente de puente entre lo que sonó al principio de la tarde y lo que cerraría el festival en la noche.
Kingman realizó una presentación tranquila y memorable, que mostraba una conjunción impresionante, difícil de encontrar, entre los instrumentos electrónicos y los acústicos, se sentían sonar poderosos los cueros de los tambores; con un sonido que recuerda en alguna medida a Nicola Cruz, a quién vimos en el FEP de 2016, nos hace pensar que se está gestando un movimiento de artistas ecuatorianos que siguen estas líneas estéticas.
La presentación de Cero39 confirmó que la banda ha evolucionado desde sus inicios hasta encontrar un sonido contundente y bailable, y que confirma que en los Andes la música tropical se produce con un tinte diferente. Para ir de allí a ver Quantic (decisión casi obligada por la línea curatorial que mencionábamos), era necesario vérselas con un típico aguacero bogotano, tan corto como potente. Algunos no pudieron esperar a que mermara y prefirieron enfrentarlo sin miedo, pagando el precio: ver a la orquesta de Will Holland completamente empapados.
Esta, se movió entre sonidos ácidos con una pizca jazzística, y canciones más tropicales, colombianas. Muchos asistentes que despistados esperaban ver a Holland en su formato DJ, se habrán cuando menos sorprendido al ver a más de 10 músicos en escena y al inglés tocando guitarra y acordeón. Con esta perseguía el estilo de los maestros vallenateros de la Costa Atlántica. Tal vez los momentos en los que el público bailaba y gritaba con más convicción llegaban cuando aparecía en escena Nidia Góngora, quien previamente había estado junto al inglés en el escenario adyacente liderando la presentación de Canalón de Timbiquí. Ella, con una sonrisa, lo presentó como “el inglés más colombiano”.
Tal vez el momento que menos conseguía ajustarse al ritmo de la curaduría (sin que se sintiera desligado), fue cuando en el escenario principal se presentaron Sublime And Rome, quienes abrieron la presentación con el primer sencillo de la banda: la legendaria Date Rape, seguidos de Wiz Khalifa. Este, como era de esperarse, actuó intercalando temas supremamente comerciales y pegajosos con canciones que sonaban más influenciadas por el gangsta rap; algo así como entrar y salir de una tienda de ropa para adolescentes en una zona peligrosa de la ciudad. Esta tendencia de moverse entre canciones diametralmente distintas en intensión, parece ser cada vez más común en las propuestas de hip hop, la apreciamos también el jueves en la presentación de G-eazy, que a ratos parecía que entrara y saliera de la cárcel a lo DMX, pero luego cantaba canciones que se acercaban más a los primeros intentos de Justin Bieber.
Ya entrada la noche el festival se convirtió en Rave, comenzando con la presentación de Gusgus. ¿Cómo, de una nación con menos de 350.000 habitantes (va más gente al Rock al Parque), salen tantos artistas tan talentosos? Una presentación que mantuvo un ritmo constante, sin muchos altibajos. El tiempo parecía ir más despacio, no obstante el lapso de la presentación se agotó de una manera fascinantemente veloz. El local Julio Victoria, apreciado entre otras cosas por su capacidad de renovarse constantemente y moverse entre géneros, calentaba motores para la presentación de Richie Hawtin mientras deadmau5 cerraba en el escenario principal, y una gigantesca multitud esperaba sentada para tener buen puesto cuando llegara a escena Martin Garrix. Si bien las propuestas de los tres, para el entendido están a años luz de distancia en términos de género, sus presentaciones tuvieron en común una contundencia visual y la capacidad de hacer mover el cuerpo de manera constante e insistente.
Aunque se ha convertido en uno de los más importantes festivales del país (para algunos el mejor) hay cosas en las que la organización debe trabajar. Por ejemplo, pensando en estrategias para que en caso de lluvia los pasos entre escenarios y salidas no se conviertan en peligrosas trampas. Es preciso que los errores con el sonido sean menos y menos graves (aquí el mayor punto a tener en cuenta). El transporte, un tema más complicado porque tiene que ver con el problema en esa materia que enfrenta la ciudad, sigue siendo complejo, es una pesadilla entrar y, sobre todo, salir del parque.
Sin embargo el festival ha alcanzado un punto que tranquiliza a los seguidores. Para los chinos, el número 8 representa abundancia económica y en esta, su octava versión, es seguro decir que el Festival ha alcanzado un buen lugar en este aspecto y que los temores que se tenían en las primeras ediciones de que no se siguiera haciendo o tuviera que cambiar su concepto con el fin de atraer públicos más masivos, ya no existe. Asimismo las largas filas que hacían que el momento del Picnic fuera demasiado largo y obligaban a los espectadores a perder demasiado tiempo de las presentaciones, tampoco se ven. Incluso la disposición de los escenarios, las zonas de comida, la feria y demás, mejoran a cada año que pasa. Esperemos que la organización tenga en cuenta las dificultades que se presentan y el próximo año tengamos un Festival incluso mejor.
Con dolor en los pies y los zapatos completamente cubiertos en barro los asistentes dejamos el Parque 222, a la espera de la siguiente versión.