La tranquilidad de las inmediaciones del Autódromo Hermanos Rodríguez no es reflejo de la expectativa que hay por ver a la leyenda en su vals de despedida. Como el mismo Daddy Yankee lo dijo: hoy es el primero de cinco rounds en su última visita a México como artista en activo.
Ni en los recientes Corona Capital, Flow Fest o en los shows de Harry Styles o Dua Lipa se vio una fila tan larga en la ruta de acceso para prensa. Esta noche se respira diferente, incluso para aquellos que durante años despreciaron la música de Daddy Yankee a partir de prejuicios raciales y de clase escondidos en la conversación de la alta y la baja cultura.
(Conversación insulsa y también llena de prejuicios, por cierto).
El Foro Sol está a reventar. Y si multiplicamos el aforo de 60 mil personas que le caben al inmueble por las cinco fechas que logro llenar el boricua, nos da la robusta cantidad de 300 mil personas, algo así como el doble de lo que meterá Bad Bunny la próxima semana en el Estadio Azteca y el triple de lo que consiguió Metallica en aquel mítico tour de 2012 en el que agotaron 8 Palacios de los Deportes.
Y no es que se trate de ganar a partir de los números; sin embargo, el impacto cultural del reggaetonero más importante de la historia es innegable.
Como ya dijimos, hoy están aquí los renegados; pero también los morbosos, las señoras que llevan 15 años escuchándolo en sus clases de Zumba, niños y niñas que lo descubrieron en Tik Tok gracias al challenge salido de su colaboración con Rauw Alejandro, una generación de veinteañeros que dejó de usar bikers de piel para jugarle al bellako y más importante aún, los fans que han estado desde que llegó el primer mixtape pirata con su música, importado de Veracruz.
La noche es de Daddy Yankee y de ellos, que por más de una década bailaron en las sombras de una bodega en Ecatepec o en Veracruz y que hoy se ven reivindicados por un movimiento que atiborra estadios y es cantado por gente de todos los idiomas.
Una cuenta regresiva de cinco minutos hacia el inicio del concierto: 3, 2, 1… Un avión se avecina imponente desde la pantalla y al llegar a su puerto, se escucha el beat de “Campeón”, track de su último disco en el que se compara con un pedo completo del box.
“Esta noche es para que perren, canten y se la pasen bien. Vamos a regalarnos una última vuelta”.
Y cumple su promesa: dos horas de hit tras hit tras hit tras hit tras hit tras hit tras hit hasta completar un set de 32 canciones en las que todas y cada una fueron coreadas, porque no solo hablamos de canciones que fueron éxitos al momento de su publicación, sino de himnos que se volvieron de dominio popular.
No hay melodrama ni lágrimas: solo se detiene para agradecer por tantos años de apoyo.
“Si yo lo logré, un don nadie ahogado por la pobreza de una vecindad en Puerto Rico, usted también puede cumplir sus sueños: estudiante, empresario, artista… Aquí, frente a ustedes, un claro ejemplo de ello”.
Daddy Yankee se va cuando quiere y lo mejor para su legado, es que ese momento también es el adecuado para el Reggaeton en general.
Antes de sucumbir al blanqueamiento del género y que su música sea absorbida por el Pop… Antes de que el tiempo lo rebase por la izquierda…
“No me veo a los 50 años perreando con chamaquitas de 20. Me voy como campeón con el récord invicto, siendo el puente entre la vieja escuela y la nueva ola. Estoy tranquilo porque me retiro sin deberle nada a nadie después de poner muy en alto el nombre de mi país y de todos los latinos”.
Fue lo que declaró Daddy Yankee en la entrevista donde anunció su retiro y ésta última gira.
Y en el entendido de vincular al pasado con el presente, guiñó a Wisin y Yandel, Héctor El Father, Luny Tunes, Sech, Lunay, Ozuna, Rauw Alejandro y Bad Bunny.
Al final, no será recordado como el primero y tampoco como el mejor; lo que sí: nadie podrá negar que fue el nombre vital para que un ritmo alcanzara la categoría de movimiento cultural. Daddy Yankee es sinónimo de Reggaeton y anoche lo coronamos como el más grande de todos los tiempos.
Fuegos artificiales y suena “Gasolina”. El fin.