Dentro del marco del Mes del Orgullo LGBT+ y en camino a la 41 Marcha, una serie de contenidos que resaltan tanto la lucha como la inclusión, de esta comunidad en la cultura popular y en la materia de lo social.
Christine Jorgensen es el nombre de la primera mujer transexual cuya historia fue ampliamente difundida en los Estados Unidos. En 1952, tras una serie de operaciones, el cambio de sexo de Christine se había completado. El productor George Weiss, tras escuchar esto, buscó comisionar una película que capitalizara rápidamente con el escándalo generado entre la población, una práctica común entre los estudios de Serie B de la época. Entra en escena Edward Davis Wood Jr., un modesto director con pocas películas bajo su brazo, quien se identifica como travesti y logra convencer a Weiss de ser el indicado para contar esta historia en el cine. El resto es historia.
Ed Wood ha sido objeto de múltiples estudios a lo largo del tiempo y ha maravillado a diversas generaciones con su entusiasmo e incompetencia, llegando a ganarse el estatus de leyenda y generando un culto alrededor de su figura. Es imposible sentir falta de empatía hacia el sujeto, después de todo, tener un sueño que rebasa nuestras habilidades es una sensación común en la vida cotidiana. Su reputación, en su mayoría bien ganada, ha permitido que nos maravillemos con delicias kitsch como Bride of the Monster (1955) y la infame Plan 9 from Outer Space (1959).
No obstante, existe en su catálogo una excepción que, hasta el día de hoy, es injustamente atacada por no acatar los estándares estéticos y artísticos a los que, francamente, nunca tuvo oportunidad de acceder. Muchos críticos, incluso de la época moderna, aún la colocan como una de las peores películas de la historia.
En 1953, Glen or Glenda se estrenó en Estados Unidos con una pobrísima recepción. Si bien las características clásicas de Wood llegan a asomarse en su realización, desde el cameo glorificado de Bela Lugosi, la sombra de la cámara apareciendo constantemente a cuadro o los cómicos props mal diseñados, existen suficientes elementos en la cinta y en el entorno en que fue desarrollada para considerarla una obra transgresora y valiente por parte del realizador neoyorquino.
Cuando Weiss recibe el corte de Wood, descubre que el producto final es demasiado corto, que no tiene nada que ver con lo encargado. Irritado, toma el control para agregar algunas escenas eróticas y algunas escenas apresuradas sobre Alan/Anne, un soldado vagamente basado en Jorgensen. Sin embargo, la más grande rebelión está hecha: Wood ha tomado el dinero de un hombre que busca provocar e impactar a la sociedad y lo ha convertido en un discurso de comprensión y aceptación mediante su propia vida.
De manera resumida, la obra nos presenta a un oficial que, tras descubrir una nota suicida de un hombre travestido (Patrick/Patricia), busca ayuda con un psicólogo para comprender mejor el tema. El Doctor, experto en lo que hoy conoceríamos como la ideología de género, explica mediante dos historias que existen personas que no se sienten cómodas con el sexo con el que nacieron.
“¿Por qué el mundo moderno se escandaliza con este encabezado?” Pregunta una voz mientras un periódico anuncia una cirugía de cambio de sexo. “Hace no mucho tiempo, la gente del mundo decía: ¿Aviones? ¡Eso va en contra de la voluntad del Creador! Si él quisiera que voláramos, nos habría dado alas. Sin embargo, volamos.” Este diálogo, considerado en su momento como una provocación barata, presenta uno de los más grandes ejemplos de pensamiento progresista en plena sociedad americana de los años cincuentas.
Wood confronta a la religión de manera elegante, eligiendo no tomar una postura antagónica, sino buscando el elemento del amor mutuo que esta predica. De la misma manera, se atreve a mostrar una figura autoritaria, el oficial, intentando comprender la cultura queer y desarrollando empatía por lo que antes veía como antinatural. Más aún, desafía la idea común de que el travestismo está acompañado de homosexualidad, dejando claro que Glen está enamorado de su prometida y tiene relaciones sexuales placenteras con ella.
Esto último fue descrito por Tanfer Emin Tunc y Nichole Prescott (2003) como una apología con la que Wood busca normalizar de manera exclusiva el travestismo masculino como una conducta heteronormativa. Es un buen punto, pues la cinta se enfoca mucho en demostrar que Glen es “un hombre normal”. No obstante, el campo limitado del mensaje no reduce la validez y valentía del mismo. “Así es el extraño caso de Glen, que es Glenda, una sola persona. No medio hombre y media mujer, hombre y mujer en un mismo cuerpo, aunque en su apariencia exterior Glen es totalmente un hombre.”
En este momento histórico, Estados Unidos carga con cientos de años de políticas conservadoras sobre sus espaldas. Cualquier tipo de “falta a la moral” es severamente castigada. La revuelta de Stonewall, el evento más importante hacia la liberación de la comunidad LGBTTTIQA, no será sino hasta 1969, 16 años después del estreno de Glen or Glenda. Y sin embargo tenemos aquí a un director, identificado como heterosexual, que disfruta el travestismo, haciendo y protagonizando una obra semibiográfica con la que revela al mundo, incluyendo su esposa, quien actúa en la película, su verdadera identidad.
Una historia tan rica debería ser suficiente para dar un poco de holgura a la calidad cinematográfica. De acuerdo, el papel del narrador es exagerado, las adiciones del productor quitan coherencia narrativa, la presencia de Bela Lugosi es francamente gratuita y se abusa del reciclaje de tomas y la reiteración para hacer un punto. Y sin embargo, como documento histórico, nos encontramos ante uno de los ejercicios más subversivos de su época y, probablemente, de la historia del cine. Un documento que, afortunadamente, es ahora del dominio público y puede ser visto muy fácilmente.