Son las 6:00 a.m. del 15 de abril en Caracas, Venezuela y yo estoy vomitando lo poco que me queda de estómago en el lavavajillas de mi hogar. Sólo 7 horas antes, el Consejo Nacional Electoral (CNE) declaraba a Nicolás Maduro (candidato avalado por el difunto Hugo Chávez) como ganador de la carrera presidencial frente a Henrique Capriles (candidato de la oposición). “Participación histórica” recalcaba el CNE durante la transmisión de los resultados. ¿Los números? 7.505.338 votos a favor del proyecto chavista y 7.270.403 votos en su contra.
Ok, permítanme comenzar de nuevo. Hace falta contexto:
Nicolás Maduro se convierte en el nuevo presidente de Venezuela con un 50,66% de los votos frente a un 49,07% de su adversario, Henrique Capriles Radonski.
¿Muy técnico? Perdónenme queridos lectores, ahora sí:
Nicolás Maduro se convierte en el presidente de Venezuela sólo por un 1,6% de diferencia. Ese 1,6% equivale a 234.935 votos. Para que se hagan una idea nuestros amigos en México: hay más habitantes en la delegación Magdalena Contreras (4,151 más para ser exactos) que el número de votos que definieron la elección venezolana.
Durante la emisión del resultado, el rector del CNE (Vicente Díaz) solicita al órgano electoral que se auditen el 100% de los votos (en Venezuela se habitúa hacer la auditoría con el 54%) para “verificar la consistencia de los números en una situación de país altamente polarizada”. Nicolás Maduro, celebrando la victoria desde el Palacio de Miraflores, respondería al atisbo de una auditoría con: “No tenemos miedo. Que las cajas [de votos] hablen” y, poco después, Henrique Capriles anuncia mediante un comunicado televisivo que no reconocerá el resultado de la elección hasta que se cuenten todos los votos, denunciando incidencias en el proceso electoral y llamando a Nicolás Maduro “ilegítimo” en el cargo. Por primera vez en mucho tiempo se siente un ruido indescriptible en Caracas, una mezcla de abucheo y celebración que, inexplicablemente, emanan el mismo enojo. Caracas a estas horas suena a la sección de comentarios de un video de YouTube: algunos gritan “fraude” desde sus ventanas, otros gritan “viva el Comandante Chávez”. Se oye una voz: “Chavista de mierda, ¡vete a Cuba!”, y casi como un eco otra contesta: “¡Vieja de mierda, vete tú a Disney!”.
12:35 p.m. del 15 de abril. “¿Es ya de día?” Los antibióticos empiezan a hacer de las suyas y, sin poder distinguir el paso de las horas, el televisor se convierte en el hilo conductor de la realidad… o al menos de lo que otros quieren hacer de ella. Palabras como “periodismo objetivo” e “información veraz” son lujos para sociedades politizadas y más cuando se toma en cuenta nuestra idiosincrasia caribeña. Acá la historia de Macondo es tanto crónica como ficción.
En la televisión del Estado (Venezolana de Televisión, o VTV) hablan de que el candidato “perdedor anti-chavista” obtuvo una abrumadora minoría del 49% y usan este gráfico para “ilustrar” la victoria:
Usuarios inundan Twitter con fotografías de una supuesta quema de votos por parte de las Fuerzas Armadas. Las fotos resultan ser de la quema de material electoral de 2007 y, aún así, en la mañana del 16 de abril el diario El Nuevo País amanecería con una de esas fotos en su portada:
Son casi las 4 de la tarde del lunes, y a menos de 24 horas de haberse conocido los resultados, se usan los canales del Estado para anunciar la proclamación de Nicolás Maduro. El pronto a ser presidente ya no parece estar tan entusiasmado con eso de abrir las cajas de votos y ahora desestima la propuesta. Capriles invita a la gente a que se manifieste contra lo que él llama un gobierno ilegítimo, con un “cacerolazo” a realizarse esa noche (¿qué es un cacerolazo? Imagínense si Steve Reich protestara con utensilios de cocina… específicamente ollas, sartenes y cacerolas). La sociedad civil – bueno, el 49,07% de ella- se manifiesta desde que comienza el acto de proclamación hasta bien entrada la noche con esto:
En el mismo comunicado llama a la población a exigir, frente a las sedes del CNE (a nivel nacional), un recuento de votos y, para finalizar, se convoca a una marcha para el día miércoles con destino a la sede principal del Consejo Nacional Electoral, en Caracas, para solicitar formalmente la auditoría del 100% de los votos.
Gente en la calle, ánimos calientes. Los fanáticos políticos son todos iguales sin importar su tendencia: se creen el Cid Campeador cuando en verdad son más como Quijotes. La noche avanza y se escuchan rumores de actos vandálicos contra sedes asociadas con el gobierno, de motorizados afectos a Maduro amedrentando a los opositores, de efectivos policiales respondiendo con perdigones. En Táchira, amigos me dicen que “la vaina está tan fea que parece la post-guerra”. Madrugadas como estas reafirman nuestra ya cimentada paranoia: se oye mucho pero se puede comprobar poco. Queda esperar a la mañana siguiente para enterarse qué era verdad y qué no.
Se habla de 7 muertos en total. El gobierno culpa a Capriles de “instigar el caos”. Capriles culpa al gobierno de “causar la violencia de manera encubierta”. La información de la noche del 15 de abril se mantiene igual de opaca que los primeros rumores que dieron fe de su existencia.
Son las 8:00 p.m. del 16 de abril en Caracas, Venezuela. Ya no estoy vomitando comidas completas como acto de magia, y cada cuantas horas hay un comunicado en televisión de Capriles que luego el gobierno se encarga de tumbar, entrando en cadena nacional. Se hizo una auditoría del 54% de los votos – como exige la ley- pero Capriles exige el recuento del 100%. Maduro llama a Capriles fascista. Capriles llama a Maduro ilegítimo. Capriles muestra algunas de las 3.500 incidencias que rodearon al proceso electoral. La Fiscal General de la República amenaza con procesar una orden de captura a Capriles y otros dirigentes de la oposición. La marcha del miércoles ha sido cancelada y el sonido del país en este momento es igual de bipolar que la división política que padece: del silencio sepulcral se pasa en cuestión de horas a todo el estruendo que pueden generar 7 millones de personas con ollas.
La tendencia no apunta a que las aguas se calmen en el futuro cercano y la estabilidad del país depende de la terquedad de nuestros funcionarios. Independientemente de su tendencia política, creo que pueden estar de acuerdo conmigo en que un gobierno en el que la mitad de la población piensa que no estás en el poder de manera legítima es insostenible en el tiempo. Al menos si no se disipa la duda de manera irrefutable.
A pesar de que siempre me he mantenido imparcial a la estupidez inherente que comparten todos los políticos, pareciera que la demanda de la oposición no es tan irracional como está siendo la respuesta del gobierno. Contar los votos sólo cimentaría la realidad y acabaría con la horda de especulación y rumores que los ciudadanos promedio estamos viviendo. Lamento muchísimo citar al señor Capriles, más cuando siempre me he jactado de ser escéptico, pero estoy de acuerdo con él: “Si ganaste el bingo, no veo el problema con mostrar el cartón”.