Las obras estéticas son el reflejo de una cultura y época específica. Los videojuegos, aunque llevan poco tiempo sobre la tierra, también se han consolidado como un lienzo donde diferentes disciplinas convergen para generar un discurso artístico. Fumito Ueda aprovechó las mecánicas del medio para reproducir el contacto humano con Ico (2001); Hideo Kojima las utilizó para generar un sentimiento contrario en Death Stranding (2019); y David Cage explotó la desesperación de perder a un hijo con Heavy Rain (2010).
No obstante, hay otros juegos que, más allá de buscar su propia expresión, están interesados en permitirle al jugador desarrollar su personalidad en un medio digital. Minecraft es, sin duda, el ejemplo más notable y con numerosos casos para citar, pero si hay una entrega que llamó poderosamente la atención durante esta primavera fue Animal Crossing: New Horizons.
El juego de Nintendo puede parecer sencillo al principio. Somos los habitantes de una isla virgen y paradisiaca que podemos modificar a nuestro gusto. No hay muerte, pérdida de vidas o fracaso como tal. Conforme realicemos ciertas actividades, tendremos acceso a nuevos beneficios: construir una casa, tener más vecinos, modificar la forma de las tierras, diseñar nuestra ropa y hacernos amigos de los habitantes de la isla. Aunque nada de esto es obligatorio, si llegamos a interesarnos en alguna de las actividades, podemos ir a nuestro ritmo. Sin embargo, dentro de todas las posibilidades del medio, una de las más llamativas es el desarrollo del jugador como un ser social dentro de la ficción; con una ética que quizás no refleje su forma de actuar en el mundo real, pero que sin dudas crea nuevas formas de interactuar.
Durante el siglo XIX y principios del XX, muchos autores se preocuparon por el poder que las nuevas urbes ejercían sobre los individuos. García Lorca describía a los primeros oficinistas de Nueva York como sujetos que “[…] van al cieno de números y leyes, / a los juegos sin arte, a sudores sin fruto”. Resulta interesante ver cómo un entorno diferente puede cambiar el comportamiento de las personas, influir en la creación de nuevos modelos morales o patrones de comportamiento y justo eso lo podemos encontrar en sociedades digitales.
Los videojuegos son ficciones, y las ficciones, ficciones son. Incluso títulos como Bury me my love, que aborda el tema de los inmigrantes en Europa, son al final discursos separados de la realidad, aunque nos permita empatizar con situaciones del mundo palpable. Existen diferentes formas de comportarnos dentro de un videojuego, ya sea con nuestra propia personalidad, modificándola de acuerdo con las exigencias de la narrativa, adoptando la identidad de un personaje o inventándonos un rol completamente nuevo. Entre más libertad te permita un juego, mayor serán tus posibilidades como individuo digital. En la saga de Uncharted no podemos ser otro más que Nathan Drake, en Final Fantasy VI jugamos como 14 personajes diferentes, pero en obras como Animal Crossing: New Horizons, tenemos las posibilidades de ser lo que queramos.
En los meses que he jugado Animal Crossing, he visto de todo. Personas recreando el mundo de Sailor Moon, sujetos abriendo un negocio de jardinería, pasarelas oficiales de moda y recreaciones de videos de Britney Spears, entre otras cosas. No obstante, el juego también ha sido escenario de protestas por los problemas políticos de Hong Kong, activismo feminista en Latinoamérica y denuncias raciales en EEUU. Aunque es la franquicia de una compañía multimillonaria, y no todos tienen acceso a una Nintendo Switch, los casos de protesta vistos en el juego exponen preocupaciones que van más allá de las calles.
Quizás para muchos no sea relevante una manifestación en un juego porque al final, no están afectando vialidades importantes, edificios de gobierno o instituciones. Pero en muchos casos, estas son las únicas vías para hacer un llamado de atención sin censura. Por eso es importante pensar quiénes somos en las actividades digitales.
Desde el caso de Columbine en 1999 se ha responsabilizado a los videojuegos por muchos de los actos de violencia en el mundo y lo cierto es que no todos los comportamientos en el medio concuerdan con los del mundo real. Muchas personas juegan Fortnite sin ser violentos en persona. Sin embargo, es sorprendente que, a pesar del ambiente amigable, Animal Crossing también sea un lugar donde se han realizado robos, tráfico de vecinos y reproducciones de estudios pornográficos. No quiero decir que esto se deba censurar, cada quien tiene la libertad de hacer en su isla lo que quiera. Sólo quería señalarlo como una reflexión de qué tanto podemos hacer en plataformas digitales y por qué.
Ahora que la pandemia nos tiene a muchos confinados, hemos encontrado en los medios digitales un espacio para la convivencia, el desahogo e incluso el apoyo, pero si tuviéramos que pasar toda la vida en un entorno así ¿qué clase de ética digital tendríamos al respecto?