Por: @UlisesKentros
Aunque los conflictos reciben una gran atención por los medios (esta columna incluida), la construcción de los actores que inciden en éstos es más importante para comprender al sistema internacional. En luz de ello, la reunión de esta semana entre los presidentes y primer ministro de Estados Unidos, México y Canadá (The Three Amigos Summit) da una oportunidad de abordar uno de los bloques más grandes e importantes del mundo: América del Norte. Escribiendo esta columna desde México, se procurará tener la mirada desde ese país.
En contrario de la Unión Europea, América del Norte no se suele tratar como una unidad política o institucional. Los tres países que componen al subcontinente (Canadá, Estados Unidos y México; aunque también se puede constatar que América Central es parte del mismo cuerpo continental) no comparten ni tratados ni organizaciones que las unan de manera profunda. Con excepción del TLCAN (NAFTA en inglés), la reunión anual de los tres amigos y otros programas menores, no hay acuerdos que unan a los tres países de manera sustancial en áreas más allá del comercio. Existen programas importantes que vinculan a las tres naciones, pero éstos suelen ser bilaterales.
No obstante, ha habido varias propuestas para consolidar la unión del subcontinente. Ante todo, porque unido sería la potencia más grande del mundo. Tom Donilon argumenta en una pieza para Foreign Affairs que América del Norte produce un cuarto de la economía del mundo, tiene fronteras seguras y una población joven. Encima de eso, sus vínculos económicos ya la hacen un área fuertemente unida y altamente competitiva a escala mundial.
La reunión de esta semana pasó inadvertida (más allá de los miles de memes que produjo, y el faux pas de Peña Nieto al hablar del populismo), pero presentó una agenda que puede sugerir un camino hacia una mayor integración de las agendas políticas. La nota de Notimex sobre el encuentro lista cada uno. Varios de ellos apuntan a la consolidación de un bloque norteamericano más cohesivo en cuestiones políticas al exterior: el apoyo al diálogo en Venezuela, respaldar la lucha contra la corrupción en América Central y respaldar el acuerdo de paz en Colombia. Y también al interior: la creación del “Concilio Norteamericano” que produciría reuniones semestrales entre los cancilleres para abordar la agenda conjunta.
¿Se podrá construir una especie de unión norteamericana, con real agencia en el mundo? Al tratar la cuestión del subcontinente norteamericano, es común escuchar que “México es parte de América del Norte sólo geográficamente, culturalmente es de América Latina.” Esa percepción tiene raíces infranqueables; la intervención estadounidense (conocida en EE.UU. como la Mexican War), con sus metas abiertamente expansionistas y racistas produjo un resentimiento que perdura hasta hoy. Este agravio, junto con las reales disputas entre Canadá y EE. UU., mantendrán a la raya a las aspiraciones de un subcontinente unido. Una identidad supra-nacional norteamericana (semejante a la identidad supra-nacional europea de la Unión Europea) está lejos de suceder.
Sin embargo, se pueden constatar algunas cosas que pueden sugerir el futuro de la integración regional. En el reporte de México, las Américas y el Mundo, en el que se registra la opinión pública del periodo 2004-2014 sobre la relación de México con el mundo, hay varios hallazgos. Quiero destacar dos. Primero, el nacionalismo en México no se vive como chauvinismo, o como rencor hacia los agravios del pasado. Más bien se promueve como patriotismo y apego a símbolos nacionales. Segundo, como mencionado arriba, una identidad norteamericana es marginal en México. Mas, una mirada cosmopolita y abierta al mundo predomina.
Las acciones verticales (top-down) tomadas para construir una coherencia norteamericana encontrarán límites en la opinión pública -o, al final, el poder de los votantes. El TLCAN (NAFTA) fue criticado por muchos desde el inicio, hoy evaluado de manera mixta, y con Donald Trump la crítica se actualiza. A pesar de ello, persiste la voluntad y la oportunidad de construir vínculos, de manera democrática.