Luego de los acontecimientos de los últimos meses, pero sobre todo de las primeras semanas de este extrañísimo 2017, hay un mar de ideas y emociones fluyendo en todos y en todas partes del mundo que nos hacen pensar que estamos en un momento de coyuntura histórica inevitable e innegable, pero además de que para sobrevivir la realidad actual hace falta una Revolución Global.
En México esa necesidad se expresa más que nunca tristemente en las redes sociales y las conversaciones de café más que en las calles, la solidaridad del mexicano difícilmente está hecha para este tipo de acciones colectivas donde todos nos comprometiéramos a hacer algo realmente trascendente para cambiar, no solo el gobierno y las instituciones, sino sobre todo nuestra naturaleza como sociedad.
En una sociedad egoísta, mal educada, valemadrista, con una grave amnesia histórica, racista, clasista, sexista y violenta se da el caldo de cultivo perfecto para tener la clase de gobernantes que tenemos y de los que todo el tiempo nos quejamos.
El verdadero cambio entonces y con ello la verdadera revolución es cambiar como sociedad, batallando todos desde nuestra humilde trinchera, siendo más amables y menos cabrones, siendo más solidarios y menos ciegos a las necesidades de los demás.
Sin embargo, no es ya una revolución que podamos librar solos, es una revolución global donde México, al tener relaciones, económicas, culturales, sociales y de muchas otras índoles con prácticamente todos los países del mundo, forma parte de una realidad compartida con todo el planeta.
Tampoco es una revolución que podamos evadir, estamos obligados a ser parte de ella sin importar nuestra edad, profesión, nivel socioeconómico y cultural.
Por una sencilla razón: Si no nos movemos y actuamos, la realidad nos va a pasar por encima como una aplanadora.
Soy un convencido de que las acciones del nuevo Presidente Norteamericano, a las que todos temen por lo peligrosas que se perciben para la comunidad internacional, más allá de los Estados Unidos, nos benefician si sabemos asumir la actitud correcta frente a este nuevo orden mundial.
Se trata de que frente al castigo y la “ofensa” no nos rasguemos las vestiduras en Facebook despotricando con el irrespetuoso tirano del norte, sino que nos motivemos para ser la mejor versión de mexicanos que podamos lograr.
Si van a hacer muros, que los pongan, si sigue diciendo que los mexicanos somos lo peor del universo, que lo diga, lo más importante es que nosotros nos convenzamos de que no lo somos y que hagamos lo necesario en nuestro país y fuera de él para que en el mundo se hable bien de nosotros por nuestras acciones, por nuestra actitud y por nuestra energía.
La auténtica revolución no es con armas, es con ideas, es con talento, es con sentido común y energía positiva, es con respeto, la tolerancia por ejemplo es una de las mentiras más grandes que nos decimos a nosotros mismos, tolerar es: “respeto tus ideas y lo que eres… pero allá… de lejitos”.
No necesitamos ni tolerancia ni intolerancia, necesitamos respetar sin medida y estar dispuestos a compartir con todos aquellos diferentes a nosotros, que básicamente son los otros 7000 millones de personas que habitan esta nave que flota a la deriva por el universo y en la que queramos o no, estamos embarcados todos juntos en una aventura y en un viaje del que no conocemos el destino.
Disfrutemos entonces la incertidumbre, abracémosla, encontremos en ella las sorpresas escondidas y alimentémonos de ellas, si esas sorpresas son malas, no tengamos miedo, el miedo es solo una historia que nos contamos a nosotros mismos, argumentando situaciones a futuro que ni siquiera sabemos si ocurrirán…y la mayoría de las veces el miedo paraliza.
Una revolución de verdad comienza por entender que la familia no es la base de la sociedad, lo es el individuo, pues este es la célula de la que parte todo.
Así que comencemos esa revolución en nuestra propia evolución, eduquémonos, llenemos el disco duro que tenemos entre las orejas de cosas increíbles y no de basura, compartamos con la gente que nos rodea, aprendamos de ellos antes de criticarlos, venzamos el odio, fortalezcamos nuestra capacidad de adaptación.
Cuidemos nuestra mente y nuestro cuerpo, nuestro espíritu y fortalezcamos nuestra energía con todo lo que nos rodea y maravillémonos con el regalo que nos dieron al dejarnos en este planeta extraordinario.
Una vez logrado eso podemos integrarnos bien armados a la otra revolución, la que se está gestando día a día en muchos rincones del orbe y donde mucha gente está apostando por eventualmente y con el trabajo y los sacrificios que esto requiere, lograr la calidad de vida que todos soñamos.
Son entonces muchas revoluciones… no una.
La vida no es justa, nadie dijo que lo sería y es una maestra sin misericordia, pero de que aprendes… aprendes… aprendamos entonces de nuestro pasado y revolucionemos nuestro presente para acceder al mejor futuro posible.
La Revolución comienza adentro y es necesario asumir nuestra posición en la realidad para que este viaje corto que llamamos vida sea de verdad extraordinario.
Cuenta una historia budista que existía un pueblo al pie de una montaña tan grande que tapaba la luz del sol y la gente de ese pueblo vivía la mayor parte del día en las sombras.
Un día vieron caminar por la calle principal a un decidido monje que llevaba en la mano una cuchara. Alguien le preguntó:
“¿A dónde va con esa cuchara?”
“Voy a quitar la montaña con ella”
“Pero ¿Con una cuchara?, ¡Así nunca va a acabar!”
“No, pero voy a empezar…”
Empecemos nuestra revolución hoy… Solo así se logra SER y no solo ESTAR.