El momento definitivo del pop electrónico, una retrospectiva a Violator de Depeche Mode

// Por: Staff

jue 19 marzo, 2020

Por: Eduardo Kuri

Hablar de Violator (1990) es dedicarle tiempo a una obra maestra no sólo de Depeche Mode, sino de la música pop contemporánea. Lo que lograron con su séptimo álbum fue un éxito anunciado y precedido por enormes discos emblemáticos como Black Celebration (1986)  y Music for the Masses (1987), en los que ya se plasmaban intenciones siniestras combinadas magistralmente con una facilidad para crear canciones pop de electrónica impecable.

La gira de promoción para Music for the Masses había dejado a Depeche Mode encumbrados tras llenar estadios a lo largo de una gira mundial frenética, como puede notarse en el filme 101.  Pero para 1990, la banda regresaba con una exploración de aquello que ya conocían, aunque llevándolo a planos más sofisticados y maduros.

El éxito de sorpresa

El éxito rotundo, a pesar de haberles “caído como sorpresa” estuvo completamente justificado, viendo las cosas en retrospectiva: la impecable producción de Flood, la promoción visual a cargo de Anton Corbjin cuyas fotografías y videos se han vuelto ya icónicos, como ‘Enjoy the Silence’ que es el ejemplo de mancuerna perfecta entre la canción y su video. Con Dave Gahan haciéndose de una imagen que mezclaba elementos western con parafernalia gótica: arneses, botas, sombreros vaqueros, chaquetas, látigos. Todo en cuero negro, una imagen que los ha vuelto un referente de distintas escenas subterráneas.

También hay bastante de erotismo en Violator (1990). Uno un poco retorcido, que se asoma en canciones como el himno de ‘Personal Jesus’, en la ternura perversa de ‘World In My Eyes’ y en el vouyerismo explícito de ‘Blue Dress’. El álbum retrata el punto de rendición ante influencias norteamericanas insertadas mayormente por Martin Gore, con guiños al góspel, al country y al blues, predominantes en su siguiente álbum Songs of Faith and Devotion (1993).

A pesar de la gigante presencia de guitarras feroces, los jugueteos electrónicos de Andrew Fletcher y Alan Wilder esta vez se convierten en composiciones sofisticadas, volviéndose la columna de todo el disco. Es gracias al elemento electrónico y a los continuos sampleos brutales que ‘Halo’ pasa de un recorrido casi fantasmal a una explosión cercana al rock sinfónico; o su presencia en ‘Policy of Truth’, que desde su impactante comienzo obliga a ser bailada. Pero es la aparente calma de ‘Waiting for the Night’ y ‘Sweetest Perfection’ que demuestran las habilidades para usar la electrónica en composiciones alejadas de la pista de baile.

Fue un momento tan definitivo que se ha convertido en un disco clásico e indispensable, para muchos significa uno de los primeros escalones en el descubrimiento de nuevos paradigmas musicales. Es tan clásico, que se ha convertido en un básico de la música, uno de esos álbumes que deben escucharse por su calidad en cuanto a la entrega completa, así como por su influencia en distintos ámbitos del mainstream. Muchas expresiones actuales –y no tanto- pueden rastrearse hasta este momento épico de Depeche Mode.