Han pasado tres décadas desde el debut de The Stone Roses, el cual fue lanzado el 2 de mayo de 1989. En aquellos años la música en el Reino Unido no atravesaba por su mejor momento. Inglaterra estaba a punto de perder el cinturón de campeón de la música a manos de Nirvana, Pearl Jam y el resto de las bandas de Seattle, que llegaban al knock-out a puño limpio con guitarras pesadas y distorsionadas.
La banda vedette del momento era U2, que recorría su etapa de transición entre sus obras cumbres The Joshua Tree (1987) y Achtung Baby (1991) y estaba a punto de ser catalogada como “la banda más grande del mundo”. Pero, sin avisar, en la ciudad de Manchester, Inglaterra, comenzaron a asomarse The Stone Roses con un primer álbum rutilante que fungió como la fruta del postre del movimiento madchester y la pre-historia del britpop. Todo eso, casi de la nada.
Manchester brilló con la música como símbolo del amor y la libertad, basado en la psicodelia, el dance y en corazones sincronizados con la pista de baile. Casi de la noche a la mañana, The Stone Roses acompañó a Happy Mondays hasta convertirse en estrellas, primero en su ciudad y luego en el Reino Unido. Pero el mayor legado que el movimiento madchester le impregnó a la ciudad norteña es quizás el modo en el que cambió su imagen. Un cambio para siempre. Dejó de verse como una ciudad gris, postindustrial y estancada culturalmente. A partir de los años 90, los jóvenes decidieron estudiar en la Universidad de Manchester, trayendo consigo energía y muchísima creatividad.
La carta de presentación de The Stone Roses fue la mística que tenían como grupo. El mono Ian Brown era el frontman ideal con su actitud pedante y arrogante con la cual se adueñaba de la situación sobre el escenario. Era fascinante verlo en vivo. Su magnetismo no cabía dentro de su metro setenta y tres de altura.
Por otro lado, John Squire era un virtuoso de la guitarra, la mezcla justa entre el salvajismo de Jimi Hendrix y las caricias rítmicas de Johnny Marr. De su mano, las guitarras potentes llegaron para quedarse. Además, Mani Mounfield, era el gran bajista blanco. Tenía el groove típico de los negros y fue quien incorporó el funky al rock, mucho antes de que Flea haga estragos con los Peppers. Por último, Reni Wren era un baterista técnico, capaz de conjugar rock con música bailable. Sus dotes rítmicos fueron aportes fundamentales para el sonido final de los mancunianos.
“La gente dice que somos arrogantes porque no nos entienden”, intentó desmentir Ian Brown de manera arrogante y superada, los murmullos que circulaban y catalogaban a la banda como estrellas pedantes. La altanería del cuarteto quedó en evidencia cuando Jagger los invitó a telonear a The Rolling Stones y se negaron, al considerar que eran ellos quienes debían ser la banda soporte de The Stone Roses.
Soberbia en estado puro. La banda fue la adoración, la resurrección y el porvenir del rock. La ola new wave que The Smiths y The Fall encabezaron en las islas, representaban, allá por 1989, al pasado. “Estamos con el futuro, los ochentas han acabado”, declaró en una ocasión el mono y lo reafirmó en esa joya que es ‘She Bangs the Drums’ en sus letras, “the past was yours, but the future’s mine. You’re all out of time”.
El esplendor de Stone Roses como banda fue breve, pero el legado del cuarteto sentó las bases del britpop, le devolvió a Inglaterra el papel hegemónico que nunca debió perder como nación fundacional de la cultura pop y dictó las leyes sobre cómo debían comportarse, de ahí en más, las bandas inglesas.
Desde el primer segundo, la escucha de The Stone Roses te prepara para una bofetada. No una bofetada violenta, sino una para despabilarte. Para dejarte atento. ‘I Wanna be Adored’ es el himno inicial, en el que la banda se te va acercando de a poco, despacio, tanteando la situación. Lentamente aparecen las melodías, con un sutil riff de bajo de Mani, que te va percutiendo y va anunciando que la banda está llegando. Enseguida, la batería de Reni le da ese impulso característico y la guitarra de John Squire comienza a gemir y el tema explota. Y ahí surge, hipnótica y poderosa, la voz de Ian Brown a decirnos que quiere ser adorado.
El disco es una colección de éxitos impactante. Ya desde esa joya inicial que es ‘I Wanna be Adored’, los Stone Roses te capturan con sus cortes de melodías inmaculadas y ganchos muy pegajosos. El tracklist de The Stone Roses te mantiene siempre bien arriba, no decae ni un segundo. Es un repertorio firme, sin fisuras. El disco debut de los Stone Roses no supo de limitaciones. Cualquier estado emocional estaba incluido. Sonaban deslumbrados en ‘She Bangs the Drums’, invencibles en ‘I Am The Resurrection’ y hasta vulnerables en ‘Made Of Stone’.
Hay grupos y discos que cambian el curso de la historia. Desde el primer impacto visual con su portada, The Stone Roses llegó para pedir la fundación de otro orden. La imagen fue diseñada por John Squire, antiguo alumno de una de las escuelas de Bellas Artes más prestigiosas del Reino Unido y ferviente fanático de Jackson Pollock.
Trae un mensaje directo a la Inglaterra de Margaret Thatcher. La banda creía tener las canciones que musicalizarían un segundo aire para el rock inglés. Todo calzó a la perfección: Su ciudad de origen, el aggiornamento de la música inglesa de los 80, las letras directas de sus canciones y hasta el peinado de sus integrantes. Cada objeto de The Stone Roses confirmó que nada volvería a ser igual, porque estos cuatro veinteañeros hicieron posesión de lo mejor de su distinguida herencia y la convirtieron en la hazaña de una década que lo que más ansiaba era reivindicarse.
El público inglés necesitaba y exigía a gritos la aparición de unos portavoces de manera urgente. Y allí se presentaron Ian Brown y los suyos para revolucionar a los británicos. El legado de The Stone Roses es inmenso. En especial en aquellos años finales de la década del 80, pero sobre todo en el movimiento que vino después, el del britpop de Oasis, Blur, Pulp y Suede.