Hay que decirlo sin rodeos: The Dirt es una película mala. La cinta biográfica sobre Mötley Crüe, basada en el libro autobiográfico del mismo nombre, pone a través de una óptica de tragicomedia los desmanes que realizaron durante su racha como ídolos en los ‘80. Los miembros de la banda son presentados como caricaturas definidas con personalidades un tanto estáticas. Sus conflictos no resuelven en ningún tipo de desarrollo de personaje y las subtramas que surgen alrededor de ellos de manera esporádica no tienen conclusión alguna o aporte importante a la historia. El guión es disperso; la dirección es apenas cumplidora y la fotografía es cliché. Sin embargo, lo malo no quita lo entretenido, y contar la historia de Mötley Crüe exige la falta de seriedad que los caracterizó en su pico de popularidad. Tal como la banda, The Dirt no se trata de ser bueno en términos estéticos objetivos, se trata de divertirse.
La dirección de The Dirt corre a cargo de Jeff Tremaine, en cuyo currículum destaca principalmente el trabajo que hizo como co-creador y director de todo lo relacionado con Jackass. Esta es su primera película con una narrativa en sentido tradicional, pero no resulta difícil entender por qué se trataba del hombre ideal para el trabajo. Después de todo, él formó parte un grupo de personas que llevaban las cosas tan al límite como Mötley Crüe. Su experiencia con el crew de Jackass debió darle una buena idea de cómo es lidiar con la fama, los excesos y la caída hacia el olvido; arco que el guión busca replicar.
La dirección no tiene un estilo definido, salvo por el recurso que le da su carácter a la película desde el inicio: romper la cuarta pared. La manera en la que estas exposiciones por parte de los personajes son usadas durante la historia van desde lo gracioso hasta el cringe, y si bien dan un tono ligero y divertido a la película, se tornan inconsistentes y terminan por desaparecer sobre el tercer acto de la cinta. En este, la historia se centra en los conflictos personales de la banda. Hay varios recursos que hacen muy dinámicos los primeros dos tercios de la película y dejan de existir sobre el final, lo que hace que el último tramo sea inconsistente y lento.
Esta inconsistencia entre los primeros actos y el último podría haberse resuelto simplemente eliminando el tercer acto. Este es el que habla de la etapa menos interesante de la banda, luchando por recuperar relevancia en los ‘90, y es el menos exhaustivo en cuanto a su música y carrera. La razón de ser de esta parte de la historia es humanizar a los protagonistas, quienes han sido representados como imbéciles y despreciables en los primeros actos. No obstante, exceptuando la subtrama de Vince Neil y la muerte de su hija, los miembros de la banda no obtienen un peso narrativo que nos haga creer en esta redención planteada. El guión presenta desde el principio los problemas de cada miembro: el padre ausente de Nikki Sixx, la enfermedad de huesos de Mick Mars y al enamoradizo Tommy Lee. Estos temas son expuestos más nunca profundizados, para luego ser resueltos sin más en el tercer acto, sin peso dramático o narrativo.
Todos estos “problemas” son un salvoconducto para un final soso de reconciliación entre los miembros de la banda. El comportamiento de Mötley Crüe es inexcusable, por lo que la película pierde tiempo tratando de hacerlo. Si la historia se centra justo en la locura y excesos de la época, lo mejor hubiera sido acabar con la banda en la cima.
El valor de The Dirt está en lo que ofrece a los fans de la mitología del rock. La carrera de Mötley Crüe está ligada a algunas de las historias más destacadas del género, conocidas por todos los fans que tienen una visión romántica de los grandes rockstars de antaño. Por eso, muchas de sus escenas y montajes se sienten como fan service. No aportan mucho a la trama y tienen el mero objetivo de plasmar estas historias legendarias para dar a entender la reputación de la banda. Por ejemplo, las escenas de Ozzy Osbourne y David Lee Roth o el montaje POV de la rutina de gira de Tommy Lee. Estos pequeños “sketches” son inconsecuentes e irrelevantes, pero divertirán a aquellos que conocen las historias. Al final, muchos verán la película motivados por el morbo de ver las desventuras de una de las bandas más mitificadas de los ‘80. Estas escenas están hechas para satisfacer esa motivación y nada más. Buscan entretener a costa de la coherencia en la trama o el estilo.
The Dirt es ultimadamente intrascendente. Entretenida pero vacía. Es una película que no termina de cumplir lo que se propone: la glorificación de los excesos del hair metal. En una época de biopics que quedará marcada para siempre por el éxito de Bohemian Rhapsody, donde se decide convertir una historia Rated R en algo accesible para toda la familia, se agradece que The Dirt no haya tomado un enfoque mustio para contar la historia de sus protagonistas. Lástima que no lo hayan logrado con elegancia. Al final, una historia que pudo haber sido contada con la efectividad que usó Scorsese para The Wolf of Wall Street, terminó pareciéndose por momentos más a un sketch de Jackass.