Para poder entender la magnitud de la obra más reciente cinta del director polaco Paweł Pawlikowski, habrá que empezar por la impresionante cinematografía de Łukasz Żal quién ya había trabajado con el director en Ida (2013). La experiencia inmersiva y poética de los planos y encuadres son un deleite visual muy particular que transmite una gama emocional adecuada para intensificar una historia de amor tórrido, pasional y sumamente doloroso. La sensación de alejamiento en los contrapicados a los personajes, la iluminación nostálgica, los claroscuros soportados con una paleta de colores en blanco y negro acompañando por sutiles movimientos en planos abiertos y cerrados, han otorgado al Zal una nominación al Oscar por Mejor Cinematografía.
Pawlikowski quería contar la historia de sus padres Wiktor y Zula, quienes vivieron una historia de amor desastrosa y es en ellos en quienes se inspira para hacer esta cinta de pasión cargada de tintes políticos y traición. Wiktor es un músico que que después del terror de la Segunda Guerra Mundial, decide unirse a un ensamble vocal para reclutar campesinos para un show de cultura folk (el director usó al ensamble Mazowsze). Zula, una mujer sobreviviente de un abuso sexual, audiciona y pronto se convierte en la estrella principal de los shows.
Wiktor y Zula se convierten en amantes hasta que ella confiesa que ha espiado a Wiktor debido sus actitudes anti Estalinistas. Wiktor huye a París después de un show en Berlín mientras que Zula decide dejarlo con su propia visión del comunismo. Después de un tiempo vuelven a encontrarse, ahora ella casada con un siciliano y él con una relación inestable. Su amor tóxico es magnético, sus temperamentos incompatibles y sus diferentes ambiciones parecen alejarlos, pero en realidad los acercan peligrosamente a tomar decisiones bruscas disfrazadas de amor.
Los contrastes de una narrativa impecable donde los silencios son tan necesarios como los diálogos y miradas. El caos e intensidad de cada escena gira alrededor de la musicalidad en el arco emocional de los personajes, haciendo un acierto fundamental. La interpretación de Joanna Kulig como Zula es uno de los mayores atractivos junto con la impecable dirección de Pawlikowski.
La fotografía monocromática con grandes influencias de Tarkovsky y la Nueva Ola Francesa se combinan con una influencia musical del folk tradicional polaco con un jazz sumamente nostálgico inspirado en leyendas como Thelonious Monk y Miles Davis que ensalzan el ritmo de las coreografías y bailables enmarcados por una extraordinaria edición y musicalización.
“Cold War” es una película dura, dolorosamente preciosa, visualmente impactante y técnicamente adecuada que cuenta una compleja y dañina historia de amor muy importante en cualquier época.