James Wan es un director especialista en el cine de terror. Éxitos como El Conjuro y Saw preceden su mente original; por supuesto que era interesante pensar en la propuesta creativa y narrativa que iba a implementar en la nueva película del Universo Extendido de DC, sobre todo de un súper héroe casi siempre relegado del gusto popular. El resultado es una película visualmente exagerada con una trama lenta y diálogos predecibles pero que tiene el gran acierto en un reparto protagonista. Jason Momoa nació para personificar a Aquaman y Amber Heard a la princesa Mera.
La película inicia con la historia de Tom Curry, un guardián del faro en Massachusetts que una noche descubre a la orilla del muelle a la Reina Atlanna, interpretada por Nicole Kidman, desmayada y herida huyendo de un matrimonio arreglado en Atlantis. Pronto se enamoran y conciben un niño llamado Arthur. Atlanna es obligada a regresar al mar y Arthur crece con la esperanza de volver a verla descubriendo sus súper poderes acuáticos como la telepatía con los animales del mar y la súper velocidad.
Es interesante la construcción del personaje en su etapa adulta, los personajes de las películas de DC generalmente lidian con profundos conflictos emocionales que sostienen sus características y motivaciones en sus respectivas tramas, pero en este caso Arthur es un personaje sin sed de venganza ni fracturas emocionales hondas. Él es un tipo que disfruta de su padre, de proteger a inocentes y beber en el bar local, características que lo hacen plausible y simpático a pesar del abandono de su madre y su evidente empatía por sus raíces.
La trama da un giro cuándo bajo el agua, el Rey Orm decide juntar a los reinos del mar para iniciar una guerra contra los seres de la superficie. Desesperada, la princesa Merca asesorada por Vulko, un Willem Dafoe bastante tibio, busca a Arthur para encontrar el mítico tridente del que lo colocaría como el auténtico Rey de los Siete Mares y así detener las intenciones de su medio hermano. Los obstáculos principales son la negación de Arthur a entrometerse en el problema y sus enemigos acumulados como Black Manta.
Wan no terminó de atinar el tipo de ritmo que quería darle a la película. Por una parte, encontramos elementos de comedia que se adecúan al público familiar, para después explotar en batallas con espectaculares visuales llenos de acción sin sentido. La inserción de los personajes a la trama es desastrosa, particularmente en las últimas secuencias dónde se agregan más y más elementos a la pantalla que terminan por cansar. La fotografía a cargo del ganador del Oscar, Don Burges, es un ingrediente destacable que redime un poco el abuso del CGI combinado con un diseño de producción exagerado.
Aquaman (2018) es una película mala, pero entretenida que no ambiciona sobresalir en el Universo Extendido de DC, pareciendo una alegoría u eufemismo al mismo personaje. Es una cinta que pasa de largo entre la gran oferta de cine de superhéroes de cualquier franquicia y está dirigida a un público joven que gusta de los grandes efectos visuales.