El algoritmo de preferencias en la Internet está diseñado para situarnos frente las cosas que más amamos pero también a las que más odiamos; y es que la gente que trabaja en marketing, data y media a esos niveles sabe que nada genera tantas interacciones como los dos polos opuestos de la pasión. En eso se cimenta la viralidad.
Dicho eso, a través del odio y del amor se tergiversan los debates y se elimina toda posibilidad de consenso y matiz; lo que al final, lejos de dejar una reflexión enriquecedora para la sociedad, solo nos obsesiona con la posibilidad de tener la razón sin importar las consecuencias.
Cada semana aparece una polémica que pone lo anterior en evidencia; sin embargo, la disputa legal entre Johnny Depp y Amber Heard lo ha llevado a otro nivel… Un nivel en el que nos sentimos representados por ellos como si fuese el encuentro definitivo de la “lucha de géneros”: Las mujeres en búsqueda de credibilidad y los hombres por demostrar que las mujeres también mienten, pasando por alto, con alevosía y ventaja, que tanto ella, como él son personas blancas, hegemónicas, millonarias y asesoradas por un equipo cuyos recursos apenas estarían en los sueños más exagerados de las personas normales en un escenario similar.
Para el momento en el que lean este texto, seguramente ya sabrán que el jurado falló un “empate técnico” en el que ambos son culpables de difamación salvo que, la multa imputada para Heard es de 10 millones de dólares -establecidos según el tabulador de la ley estadounidense- más cinco millones a razón de daños punitivos; mientras que Deep fue condenado a pagar dos millones.
El impacto mediático, por otro lado, será mucho más severo cuando se traduzca en un referente social para causas que sí nos incumban: Las de personas que conozcamos, que vivan en nuestro país, bajo las mismas leyes que nosotros, porque se dará por hecho que todas las víctimas pueden ser otra Amber y todos los victimarios pueden ser Johnny (como si fuese motivo de orgullo).
Jamás sabremos si cuando Gil Scott Heron dijo que la revolución sería televisada, también se refería a la fetichización de la justicia como el mayor producto cultural del sueño americano; pero vistos a la distancia, resulta increíble que los casos de Ted Bundy, O.J Simpson y Michael Jackson no nos hayan enseñado aún que lo mejor que podemos hacer ante estos circos es, ignorarlos. Por nuestro propio bien.