Ayer sucedió algo que sin duda todos los melómanos mexicanos deberían de celebrar. El anuncio de Travis Scott como headliner de Ceremonia no es solo un guiño multi-millonario a aquellos nichos, fanáticos de la cultura del sneaker y del Fortnite, también es la visita de quien probablemente sea el artista que más influye dentro de la generación venidera.
Una vista al futuro que sí, probablemente llegó un lustro tarde, pero que además abre la puerta a que un artista de rap de clase mundial sea headliner de un festival en este país que normalmente rehusa o ignora de la música rap… Algo aun más raro, una visita cuando el artista en cuestión sigue teniendo una influencia artística y mediática titánica.
Hablar de Travis es hablar del protagonista de una cultura muy estadounidense. Ya se mencionó, sus colaboraciones con Nike y con Dior, sus conciertos virtuales que lo transformaron en la cara de Fortnite durante un par de años; también es el primer artista que colaboró en la cajita feliz de McDonald’s. Un protagonista de Meet With The Kardashians y todo lo que lleva implícito el vivir dentro de la farándula estadounidense. Reclamos, engaños, breakdowns, un seguimiento mediático parasitario.
Su figura seduce, al igual que su imaginario. Sin embargo, aquí estamos por la música y hay que hablar de la música de Travis Scott y del cómo alcanzó tal nivel de impacto dentro de los Estados Unidos, sobretodo dentro de sus generaciones más jóvenes. Con más de mil millones de escuchas en Spotify, cuyo mayor porcentaje se acumula en hombres de 17 a 24 años, el trapero es la cara y el icono de la Gen Z.
Cuando pienso en Travis Scott, lo primero que me llega a la cabeza son los cientos de adolescentes con quienes he compartido una partida de Fortnite. Chavitos anglosajones que siempre tienen a Travis, o a alguien de su círculo inmediato, cantando en el fondo de su habitación. Ellos gritan las letras, en lugar de rapearlas, y tratan de cantar, aunque sin el autotune que caracteriza al creador de Rodeo (2015).
Después pienso en lo triste que me parece esta música. “Estas deben ser las canciones teen-oriented más depresivas de la historia”, me digo mientras el chico tararea la letra de ‘90210’ en el control remoto de mi PlayStation: “Baby’s hook on feeling dooown”, dice, tratando de imitar los sonidos de la canción, pausados, despersonalizados.
Mucho se ha criticado del autotune por “desgastar” la necesidad de aprender a cantar, ese mal concepto que tenemos de que para atrevernos a hacer algo hay que “sacrificarnos” con años de estudios o simplemente “nacer con talento” cuando una capacidad técnica no sirve de mucho dentro de las industrias creativas. Poco hablamos de él como una herramienta, justamente… creativa, con el cual gente como Travis ha jugado para llegar a posibilidades expresivas inéditas.
Aquí hay que entender que, como la mayor parte de los raperos estadounidenses de éxito de su generación, Travis Scott es literalmente un alumno de Kanye West. A Kanye se le ha aplaudido por muchas cuestiones, también se le ha criticado, pero nadie puede hacer a un lado su manera tan innovadora de ver el papel de la voz en la música. Para Kanye, la voz lo puede ser todo. No solo la melodía, es el ritmo, son las armonías, son las texturas, son las bases, son los detalles.
Travis, como su mentor, ha desarrollado un personaje y una experiencia auditiva alrededor de este concepto: La voz como un todo y no la ve solo como una herramienta para cantar una melodía. En el puente de ‘90210’, Travis utiliza su voz como su fuese un sintetizador, pasando de La a Sol, creando una textura frías fantasmagórica, en la base de su canción. Suena como si un espíritu estuviera llorando y esa es su introducción en la mayoría de sus canciones.
Bases de una película melancólica de terror, el imaginario de una feria abandonada, un mundo rodeado por la falsedad de la pornografía y noches de sexo, pero sin amor. Todo esto acompañado de una voz que no es humana, pero tampoco es robot. Es la voz de alguien que está inmerso en un mundo de tecnología, el llanto de un hombre que no se percibe más que como un fantasma.
No puede ser una casualidad que un artista con estas características sea la máxima de una generación que vive encerrada en su habitación, jugando Fortnite con mexicanos, subiendo videos a TikTok y viendo memes en Reedit. La generación que pasó la mitad de su adolescencia en soledad, obligada a alejarse de las otras personas debido a la pandemia. Sin abrazar, sin amar, durante los primeros años en los cuales debieron hacerlo.
La música de Travis Scott es el desahogo de todos aquellos que por un minuto no se han sentido como parte de su propio cuerpo y es la catarsis de una generación que no tuvo un abrazo por tres años. Por eso es que sus conciertos son tan violentos.