Navegando en letras: El poder alucinante de los libros #WARPBeforeAndAfter

// Por: Kaeri Tedla

vie 17 marzo, 2017

“Un libro es como un jardín que se lleva en el bolsillo”
— Proverbio Árabe

“Un libro es como un planeta que se lleva en el bolsillo”
— YO

Mi primer libro lo tuve a los 3 años, mucho tiempo antes de saber leer y de ir a la escuela, mi tía Hilda y mi madre o mi abuela ocasionalmente me leían cuentos e historias antes de dormir.

La casa familiar, donde crecí, tenía una biblioteca nutrida, con enciclopedias, novelas baratas, libros de auto-superación y grandes obras literarias.

Leer fue mi terapia cuando niño, así como escribir fue mi terapia al ser adolescente, adulto y viejo; navegaba en historias de los hermanos Grimm, descubriendo que Disney nos engañaba con sus princesas y príncipes a caballo, cuando las historias originales eran mucho más ricas y macabras.

Disfrutaba de las profecías de Julio Verne, viajando a la luna, al fondo del mar o transportado en un submarino desquiciado hacia una isla desierta.

Cuando llegué a los 20 y pude elegir rebeldemente lo que quería leer, me lancé a los brazos del Marqués de Sade, con libros de tal locura y poder, que años después ya en la universidad, al prestárselos a las mujeres, vi como al leerlos se transformaban de púdicas adolescentes en lúbricos demonios sexuales de los que muchas veces me dejé devorar.

Me acerqué a Nietzsche, a Sartre y su Náusea, me devoré a Marx igual que a Cervantes, conocí la literatura “De la onda”, movimiento literario y marginal que encabezaron escritores chingonsísimos en la década de los 70, rebelándose contra la cultura “oficial” de Octavio Paz o Carlos Fuentes, con personajes tan bipolares como José Agustín Ramírez o Parménides García Saldaña.

Cuando pasaron los años me acerqué a desquiciados que me han marcado para el resto de mi vida, H.P. Lovecraft, capaz de crear universos completamente diferentes al que habitamos, con monstruos y dioses, con historias de tal nivel de terror, que muchas veces me hicieron cerrar el libro, al no poder soportar las escenas que esas leyendas generaban en mi mente.

O el gran Nabokov y su Lolita, una obra que hasta la fecha provoca sueños incontrolables por las noches, con ninfetas desquiciadas que me llenan de caricias.

Nunca he leído por obligación o porque “me lo dejaron de la escuela”, siempre he elegido los libros a los que me sumerjo con la única referencia de la vibra, me valen madres los libros o autores de moda, igual he disfrutado a Murakami que a Yukio Mishima, pero siempre con nada que esperar, simplemente desnudándome y dejándome caer en el abismo que asoma al mar profundo de las historias y el aprendizaje

Un buen libro es el mejor compañero, literalmente pone igual o mejor que cualquier alucinógeno, viajamos, conocemos personajes únicos, nos enfrentamos a la naturaleza humana en su más pura esencia, con dioses y demonios,; nos reconocemos a nosotros mismos en los hombres y mujeres que protagonizan las novelas y los cuentos, pues la genética humana contiene, como dicen los budistas, el Archivo Akásico, un espacio de memoria que conserva todo el conocimiento de la vida, desde la primera célula hasta el día de hoy; por eso, cuando al leer aprendemos algo que creemos nuevo y tenemos la sensación de que eso ya lo sabíamos, es porque no lo estamos aprendiendo… lo estamos recordando.

En cada uno de nosotros hay un Newton, un Platón o Arquímedes, un Einstein y un Hawking, un Dalí y un Da Vinci, toda esa información vive y habita en nuestras células y neuronas y basta que un libro incendiario lo detone para que la información se proyecte ante nuestros ojos en mares de locura.

Hoy estoy leyendo Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, conociendo Macondo y reconociendo personajes que representan todos los estados de la esencia humana: santas y putas, dioses y diablos, héroes y villanos, payasos y genios.

En la novela Farenheit 451 de Ray Bradbury, se muestra un mundo donde los libros eran malditos y era una orden del sistema quemarlos en grandes piras, donde el objetivo era no dejar un solo argumento literario de la historia humana: poemas, cuentos, novelas, libros de texto, bibliotecas enteras sucumbieron ante el poder imparable del fuego, pero alguien, en un momento preciso supo qué hacer para preservar el espíritu de nuestra especie plasmado en los libros.

Leer no es un gusto o algo casual, es una terapia, un viaje, un descanso, un ejercicio de la imaginación, una proyección del alma… y lo mejor del mundo… es gratis…

Su mamada de “Lee 20 minutos al día” es una estupidez, lean siempre, lean en cada momento… lean…y serán libres.