Hablar de Moondog es explorar la mente de uno de los artistas más comprometidos por la consigna de descolonizar el proceso didáctico de la música. Un hecho que podría parecer contrastante si consideramos que sus referentes principales eran el jazz metronómico de los años 40, la pulcritud melódica del impresionismo de Gustav Mahler y el rigor espiritual del pueblo apajo.
A la música hay que entenderla y no aprenderla, menos bajo un yugo arbitrario en el que las vibraciones de la percusión son un complemento y no el cimiento fundamental sobre el cual se construye la intención emotiva de las piezas. Sin buscarlo, esa filosofía de ejecución artística -que después habría de mutar en método- se erigió como puente de interacción entre el underground más recóndito y los monstruos del mainstream de aquella época, la misma filosofía bajo la cual compondría varias de las canciones más anómalas y casi contraculturales de su tiempo.
Los tambores y los platillos iban hacia un lado: sincopados, minimalistas y rebeldes a la lógica de las secciones melódicas. De alguna manera, Moondog se las arreglaba para que se encontrasen al final de la vereda. Y así definió una manera de hacer jazz y otra manera de hacer música académica, ambas sin que una u otra perdieran argumentos para que, al menos, pudieran ser grabadas en discos comercializables.
Relegado por la historia oficial, pero respetado por sus contemporáneos, hablar de Moondog es explorar la vida de un personaje cuyos episodios más célebres coquetean con la leyenda urbana porque, justamente, su mito se construyó entre las calles: La sexta avenida de Nueva York a ojos de los transeúntes que vivían a prisa la consolidación de Manhattan como el epicentro de los epicentros. Y ahí estaba él: Con sus instrumentos inventados y la soltura de quien vive sin la obligación de rendirle cuentas al sistema.
Su nombre de nacimiento era Louis Thomas Hardin y nació un 26 de mayo de 1916 en el pequeño poblado de Marysville, en Kansas, Estados Unidos. Se creía vikingo y su físico siempre le ayudó a sustentar la fantasía.
Louis Thomas pasó su infancia entre ritos de los pueblos originarios de los Estados Unidos, escenario donde quedó fascinado por las bases rítmicas, abundantes de silencios y que explotaban la contención de la energía, elemento que marcó su manera de componer.
Su familia nunca limitó la inquietud temprana que tuvo por el arte; al contrario, en medida de las posibilidades de la madre y el padre, lo inscribieron en diversas escuelas para que recibiera instrucción elemental de la música.
A los 16 años, un cinco de julio de 1932, Louis Thomas caminó entre los escombros de la fiesta de independencia de los Estados Unidos; entonces encontró un objeto extraño en el suelo y se dispuso a explorar. El objeto detonó y sus ojos fueron el blanco del fuego. Su propia curiosidad lo condenó y quedó ciego.
A partir de ese momento, al igual que Ray Charles y Stevie Wonder, modificó su manera de percibir la música; no solo en el aspecto técnico de la lectura en braile de las partituras, también en el fortalecimiento de un oído que identificaba cada capa que produce una canción.
Ese poder trajo como consecuencia que el joven Moondog jamás se sintiera cómodo bajo el sistema escolarizado. A su corta edad tenía muy claro que, bajo un régimen de disciplina de ese tipo, se perdía lo prolífica que puede ser la intuición: “Aprender como los demás va a ocasionar que hagas la misma música que los demás”.
El punto de inflexión en su formación profesional llegó cuando, en su búsqueda por expandir las texturas de los sonidos, optó por intervenir la construcción de sus instrumentos para lograr reinterpretaciones de estos. Las adecuaciones principales las hacía en la geometría: bongos cuadrados, arcos de violín cilíndricos y arpas rectangulares le entregaban pulsaciones muy específicas en el eco de las notas que emitían.
Así pasó diez años más entre prueba y error dentro del conservatorio de Memphis hasta que, en 1943, se mudó a Nueva York con el objetivo de integrarse a la élite de intelectuales que nacían en esa ciudad.
Con un patrimonio modesto, montó un departamento en Manhattan, lugar al que sólo recurrió para dormir porque toda su cotidianidad estaba en las calles. Llevaba una vida de mendigo porque le parecía estimulante tener contacto directo con la gente que inundaba la gran metrópolis. Evidentemente, los grandes directores de orquesta de cámara y los músicos de jazz no lo recibieron tan bien.
Su aspecto desaliñado, su vestimenta que pretendía emular la pinta del dios celta Odin y los instrumentos poco ortodoxos eran poco favorables para las relaciones públicas. Obstinado como siempre, Moondog se pasó casi dos años tocando en la calle 54, frente a los clubes de jazz más famosos. Tal insistencia tenía que llamar la atención tarde o temprano y así fue como empezó a vincularse con figuras que ya eran leyendas: Charlie Parker, Igor Stravinsky, Arturo Toscanini y Benny Goodman.
Primero por condescendencia y luego por respeto creativo, el “círculo de maestros” le prestaba cada vez más atención, hasta que se dieron cuenta de que -en todo sentido del concepto- estaban ante un artista único en su clase.
Tener apadrinamiento de ese nivel lo acercó a firmar con Capitol, una de las disqueras más dominantes de la historia que aún ahora tiene mucho peso dentro de la industria. Y si bien jamás logró superar el mote de músico de culto, ese acuerdo comercial le dio una proyección antes impensable.
“Sin Moondog nos habríamos tardado diez años extras en empezar a explorar el minimalismo y el ambient. En los 60 él fue la máquina del tiempo que nos empujó al futuro” -Phillip Glass.
Cuando su material cruzo la frontera del Río Hudson, empezaron los problemas mediáticos para Moondog. Alan Reed -curado musical, DJ, poeta y compositor- también conocido por acuñar el concepto de Rock n’ Roll pensó que ante la discapacidad visual de Moondog podría apropiarse su identidad, y por tanto, su obra.
Para el intro de su programa matinal utilizaba las canciones de Moondog y presumía de haberlas inventado. El chisme corrió rápido y llegó hasta oídos de la escena neoyorquina, la cual ya atesoraba el talento de Moondog y quería defender su legado.
Luego de una ardua labor de convencimiento, Moondog interpuso una demanda contra Alan Reed para asegurar la defensa de su imagen y su catálogo. Financiado por el jet set de Manhattan, Moondog empezó en desventaja el juicio. Su vestimenta le restó credibilidad y tanto el juez como el jurado pensaban que todo era una montada del pelo. Fue así que él círculo de superestrellas que frecuentaban a Moondog se vio obligado a involucrarse activamente y pidieron ser llamados como testigos.
Stravinsky abrió su testimonio con una frase contundente: “Señor Juez: está usted frente a uno de los músicos más influyentes del siglo XX. No creo que quiera ser la persona que privó de sus derechos a alguien así de importante”.
Moondog ganó el juicio y formalizó el proceso para blindar su catálogo. Todo estaba en paz.
Desde la década de los 70 y hasta su muerte el 8 de septiembre de 1999, Moondog pasó cada día cobijado por un público y unos colegas que además de respetarle, le querían.
Grababa discos cada que lo deseaba, intercambiaba ideas con sus héroes y heroínas y tocó en la intersección entre la sexta y la 54 hasta que quiso.
De un momento a otro y sin avisar, se esfumó para recalar en Alemania, el país del que siempre se sintió parte y que ahora abrazaba como el destino definitivo.
Las filas que antes esperaban para tomarle fotos se quedaron huérfanas. El murmullo se preguntaba alarmado por su condición de salud y por su paradero; y salvo aquella presentación a finales de los 80 en el Festival de Jazz de la Gran Manzana, no se le volvió a ver.
“Moondog era Nueva York por sí mismo. Él definía la energía de esta ciudad. Él y el Empire State son el eje de equilibrio para que nadie se vuelva totalmente loco” -David Bowie al recordar su primera visita a Manhattan.
En Alemania encontró el último de los amores, una mujer con la que se cuidaría hasta el final. Cambió el casco de vikingo por un sombrero de paja y fue feliz… Siempre bajo sus propios términos.
“Moondog fue el músico favorito de tu músico favorito de tu músico favorito de tu músico favorito” -Frank Zappa.