La noche que murió El Comandante #WARPyearbook16

// Por: Staff

vie 23 diciembre, 2016

//Por: Sofía Cortina Camargo

Pocas veces se tiene la oportunidad de ser testigo presencial de un acontecimiento histórico. Viajé con una idea muy fija de lo que vería en Cuba, una de las pocas tierras en América que han preservado el nombre con el que le llamaban sus aborígenes, los arahuacos; este es sólo uno de los muchos sentidos en los que se dice que por Cuba no pasa el tiempo. En efecto, sabía que mi viaje a la isla se asemejaría a aquel descrito por Wells, pero debo decir que mis expectativas, todas sin excepción, fueron rebasadas con creces: donde esperaba encontrar sólo pobreza encontré una riqueza insondable. ¿Cómo pueden dar tanto quienes no tienen nada? Los cubanos son ricos; claro, no en un sentido material, sino en uno un tanto más trascendente.

Tras recorrer las calles de La Habana con la idea de refrescarnos, mis amigas y yo decidimos ir por unos mojitos. Cuál sería nuestra sorpresa cuando, al llegar al bar, nos negaron el acceso. Había muerto El Comandante. No sabíamos a quién se referían pero luego, en medio del sobrecogimiento del pueblo cubano, comprendimos la significación de todo aquello: había muerto Fidel Castro. La respuesta de las autoridades, claro, fue decretar nueve días de luto nacional; el ya de por sí silencioso mundo de la Habana quedaría sumido en un nuevo silencio. En Cuba no hay Internet, Twitter ni Facebook, bastan las conversaciones entre presentes, entre amigos, riendo a lo cubano.

cuba

De entre todas mis vivencias en La Habana debo decir que ninguna me sorprendió tanto como la docilidad con la que todos asumieron el luto, sin resentimiento, no obstante todas las “libertades” de las que habían sido privados. En los callejones había una quietud que lo dominaba todo.

Los relatos por doquier se referían a El Comandante como una persona generosa. Esto me cuestionó profundamente sobre qué es lo que conocemos de ese país, del heroico pueblo que fue sometido a la merced de una dictadura que resistió el aislamiento y el bloqueo comercial por una cuestión ideológica. Recuerdo cuando Juan Pablo II visitó la isla y citó la encíclica de su predecesor, León XXIII, que criticaba tanto al comunismo como al capitalismo y pronunció: «Que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo», en referencia a que ni el comunismo ni el capitalismo son opciones para el ser humano, porque finalmente son ideologías que no se fundamentan en la trascendencia del hombre.

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No me atrevo a emitir un juicio sobre la persona de Fidel Castro pero sí puedo decir que no percibo en mi país un ambiente de respeto, solidaridad, compañerismo, generosidad y de paz como el que descubrí en el país caribeño, pese a tener muchas libertades. Tampoco creo que seamos justos con Cuba, porque no escucho críticas hacia otros países que viven en la opulencia en presencia, inclusive, de los más pobres.

Me quedo con una imagen que ha taladrado mi interior: «Se puede ser feliz cuando lo importante es el hombre y su trascendencia». Eso es lo que basta.

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