Situación límite: Max es situada por Vecna a orillas de un final catastrófico. Le rodea el cuello y el cráneo con sus manos llenas de unas protuberancias que a los ojos de la lógica humana podrían ser percibidas como llagas de un incendio del que nadie salió vivo. Pero Vecna no es humano y tampoco responde a la lógica ni a la misericordia.
Sus amigos al otro lado del portal observan con alarma cómo Max se eleva petrificada y con los ojos revueltos. Saben lo que eso significa: es el mismo camino que atravesaron las otras víctimas y tienen la certeza de que, sí no reaccionan, le aguarda el mismo destino grotesco.
Una voz desde el radio emite esperanza con distorsión y estática…
Max, cuya mente rebota entre dimensiones, revisita su pasado, el pasado en el que todavía vivía su hermano y se sentía plena con sus otras relaciones. También ella lo sabe: un segundo más y sus huesos serán manipulados hasta la fractura. Como era de esperarse: tiene miedo y a pesar de la culpa y la tristeza que le agobian el corazón, su sentido de supervivencia es aún más fuerte y clama por la solución.
“If I only could,
I’d make a deal with God,
And I’d get him to swap our places,
Be running up that road,
Be running up that hill,
Be running up that building,
If I only could, oh”
‘Running Up That Hill (A Deal With God)’ es el primer sencillo del quinto álbum de Kate Bush. Lanzada a principios de agosto del 85, la canción fungió como el propulsor para recuperar el cause comercial de la artista, mismo que se vio afectado por el sonido poco accesible de The Dreaming (1983). Bush ni siquiera estaba segura de querer ser famosa pero entendía que ante las condiciones de su contrato discográfico con EMI, lo mejor era buscar acuerdos.
Para el sello, las primeras versiones de lo que sería ‘Running Up That Hill’ resultaban inmejorables porque vinculaban las texturas complejas y elegantes de la segunda mitad de los 70, con los sonidos electrónicos y futuristas que predominaban en los 80; y todo esto sin descartar el sincretismo nato de Kate para narrar.
No todo fue tan fácil. El nombre preliminar hacía alusión a Dios y al Diablo, lo que incomodó a EMI, ya que asumieron que la mención explícita de ambas figuras sería una balazo en el pie en países ultra conservadores, lo que eventualmente terminaría por afectar las ventas de todo el disco.
Kate Bush se decantó por Dios debido a la fuerza lírica que representaba pactar con el máximo poder del mundo occidental. Para ello, eligió utilizar la misma referencia que en su momento Paul McCartney empleó para ‘The Fool On The Hill’, canción de los Beatles de 1967 que también habla de Dios, específicamente del pasaje en el que Jesucristo subió al monte de Getsemaní para exigir respuestas a su padre sobre la labor que implicaba sacrificar la vida.
‘Running Up That Hill (A Deal With God)’terminó por ser un éxito rotundo que a lo largo de la historia ha gozado de las respuestas que solo las canciones icónicas generan: covers, controversias, análisis de discurso y números que se cuentan en cientos de millones.
Max escucha la contundente interpretación de Kate y reacciona para zafarse de las garras de su enemigo. Identifica la fuente de su canción favorita y empieza a correr… El rostro se le salpica de sangre y de memorias punzo cortantes de todas las almas devoradas por Vecna. Su cuerpo flaquea y la salida de emergencia se aleja y se empequeñece pero entiende que es su única oportunidad. Silencio de golpe.
La canción y la mente prolífica de una de las artistas más importantes de los últimos cincuenta años es redescubierta por una generación que, sin saberlo, ya la había escuchado a través de la garganta de otras.
Las reproducciones se cuatriplican en cuestión de días y YouTube se llena de video análisis del track; sin embargo, para entender la verdadera revalorización cultural de “Running Up That Hill” hay que recurrir a los comentarios:
“Esa parte de la serie se siente como cuando atravieso un cuadro depresivo y las cosas que me apasionan me salvan de dar el paso sin retorno”.
“Ahora, cada que tenga miedo voy a escuchar a Kate Bush y correré como Max”.
Lo que podría evaluarse como resultado del marketing o una consecuencia del efecto mariposa, es en realidad la materialización de lo que Kate Bush siempre buscó con su música: sonorizar realidades de todos tipos que se conjugaran con el universo que ella misma se construyó: Uno en el que habitan sus miedos, sus pasiones, las personas a las que admira y cada poema que leyó.
Desde el día que se escribió, esa canción estaba hecha para salvar a Max… Y a todo aquella persona que lo necesitase. Kate Bush. Fin de la escena.
El universo presupuesto que Catherine Bush habría de nacer el 30 de julio de 1958 para ser artista. Tal es el arraigo con esa condición que, la única forma de abordar su vida es desde el Arte: El que la formó y el que hizo. De dimes y diretes, poco y más: Apenas dos parejas sentimentales en casi cuarenta años y un hijo. Cero problemas, conocidos al menos, con vicios o despilfarros. Ni una sola controversia que pudiese generar titulares amarillistas. Pues revolución musical y un interés insaciable por lo anómalo… Por las ficciones que inspiran cotidianeidades y cotidianeidades que ojalá fueran meras fantasías.
Originaria de Bexleyheath en el condado inglés de Kent, es hija de Robert y Hannah Bush, médico y enfermera respectivamente; y como la medicina siempre ha sido una profesión más o menos bien remunerada, pertenecían a la clase media alta británica.
Creció rodeada de las siete Bellas Artes y sus hermanos y hermana fueron los primeros en responder a ese privilegio: Hannah era bailarina tradicional, Robert era pianista, Paddy era técnico en reparación y mantenimiento de instrumentos, y John era fotógrafo. Por eso nadie se sorprendió cuando Catherine empezó a escribir y componer canciones desde los nueve años.
Al leerle sus creaciones a la familia Bush, era palpable la influencia de la literatura anglosajona y francesa del siglo XIX; así como el cine fantástico y de terror de las décadas de los 30 y los 40. Emily Brònte, Lon Chaney, James Joyce, François Truffaut y más. A partir de ahí y hasta sus 16 años, cada día era un paso en la preparación de la bestia creativa en las que se convertiría.
Su convicción se fortaleció después de ver el último show de David Bowie de la gira de Ziggy Stardust en el Hammersmith Odeon Theatre de Londres en 1973.
Según su hermano Paddy: “Catherine dejó de pestañear durante un minuto completo porque no podía creer lo que sucedía frente a sus ojos”.
Era mediados de los 70 y en el Reino Unido se libraba una batalla de identidad y estética que además se libraba entre dos generaciones no tan lejanas, pero sí distintas. Por un lado, la generación de la Invasión Británica (misma que se subdividía entre las bandas de Rock n Roll y las bandas de Progresivos) contra los nacientes Punks. Los primeros, a sus ya treinta y tantos, que vivían entre el glamour y la opulencia; y los segundos, algunos incluso adolescentes, macilentos, contestatarios y desaliñados. Jagger, Harrison, Page y Waters argumentaban que los Syd Vicius y los Joe Strummer se iban a cargar con la música inglesa, ya que consideraban al punk un movimiento sin motivo, ni estética; y estos respondían que bandas como los Stones perpetraban el status quo.
En esa coyuntura, la familia Bush de encargaba de compartir una cinta con casi cincuenta composiciones de Catherine, a la espera de que llegasen a los oídos adecuados. Y así fue, gracias a un amigo en común que tenían con David Gilmour, guitarrista de Pink Floyd. Éste quedó tan maravillado con una versión seminal y rústica de ‘The Man With The Child In His Eyes’que no dudó en visitar el persona a la jovencita.
Al calor del té de las once, los Bush y Gilmour escucharon el performance de Catherine.
“Desde la primera nota de su voz supe que ésta mujer iba a salvar a la música inglesa… Cada canción que tocó aquella tarde era una confirmación de lo grande que sería”. -David Gilmour para la BBC.
De inmediato Gilmour movió su agenda para profesionalizar el diamante que estaba frente a él. De su propia bolsa financió una especie de EP en el que las mejores composiciones de Bush hasta ese momento serían grabadas para que funcionara como material de presentación ante la EMI.
No fue un acto menor: las canciones se grabaron en los legendarios Abbey Road con los ingenieros de audio y arreglistas que estuvieron presentes en las sesiones de los últimos discos de The Beatles o del mismísimo Dark Side Of The Moon.
El resultado convenció a la disquera sin tanto problema y estaban decididos a convertirla en el proyecto que hiciera frente a la popularización del Punk. Su primer disco se cocinó a fuego lento; de hecho,la primera inversión de EMI se utilizó para que Catherine optimizara sus habilidades para el canto, el piano, la danza y la actuación.
Ella se preparó con los mejores, incluido Lindsey Kemp, el mentor de expresión cultural que formó a Bowie para la Ziggy Stardust era.
“Yo enseñaba en el Dance Centre del London Covent Garden. Un día simplemente me informaron que se uniría a mis clases. En su primer día llegó peinada con mucha pulcritud. Vestía un jumper de terciopelo negro, del mismo color que su tutú y sus medias. Lucía muy profesional y su comportamiento era muy gentil. Eso sí: era extremadamente tímida. Te veía con sus enormes ojos verdes pero apenas podía pronunciar palabras; entonces llegó el momento del baile y en ese momento fui consciente de lo que estaba en mis manos: una fuerza salvaje e imparable que ejecutaba cada movimiento como si de eso dependiera la vida. En aquel momento yo no sabía que ella quería ser cantante, pero era evidente que sería una artista fuera de la proporción a la que estamos acostumbrados en este país”.
A finales de 1975, todos estaban convencidos de que era el momento de lanzarla. The Kick Inside (1978) es la presentación en sociedad de la renombrada Kate Bush. Un trabajo difícil de descifrar en primera instancia debido a la mezcla de sonidos y la particular manera de articular oraciones gracias a un vocabulario super dotado.
No importó que apenas fuese su debut para que Kate enmarcara las grandes cualidades de su arsenal, mismas que además parecían heredadas de los mejores exponentes del momento: el dramatismo de Freddie Mercury, la teatralidad de Bowie, la singularidad vocal de los cantantes de Supertramp, los ensambles rítmicos de Yes y King Crisom y las capas sonoras de Pink Floyd.
Aún con esos referentes, Kate Bush es única y el público europeo la reconoció como el puente estético entre los 70’s y los 80’s. Vanguardia pura. En menos de veinte días, ‘Wuthering Heights’ llegó al número uno de los charts del Reino Unido y ella se presentó en los mejores shows televisivos de Inglaterra.
EMI no quiso perder el ritmo y básicamente la obligó a lanzar un segundo material en el brevísimo lapso de seis meses. Con el tiempo en contra, Bush y su equipo recuperaron maquetas y demos que quedaron fuera de su predecesor y las terminaron para lograr Lionheart. Musicalmente la placa no ofrecía gran novedad respecto a The Kick Inside (1978). De hecho sentía como material adicional del debut. Algo así como una compilación de Lados B. Por lo mismo, el público no lo recibió con tanta euforia y en voz de la misma Kate Bush:
“Sí, es un disco decente porque se produjo profesionalmente; pero en lo personal nunca me he sentido conforme con el resultado, y tampoco culpo a las personas que deciden omitirlo cada que escuchan mi repertorio”.
Para remediar su inconformidad y frustración, Kate revitalizó a su equipo con nuevos músicos, también de la élite. Gente que trabajaba con Peter Gabriel, con Duran Duran, con el mismo Bowie formaron un entorno con el que Bush pretendía darle un giro de tuerca a su sonido.
A lo largo de dos años y gracias a la experimentación con tecnología de punta como el famoso Fairlight (considerado el padre de los procesadores de sonido), se gestó Never For Ever (1980), una producción que, por un lado ya abrazaba por completo a los 80’s; y por otro, exploró sonidos folklóricos del mediterráneo, África y el norte de Europa.
El disco catapultó la personalidad excéntrica de Kate Bush al punto que ella deseó. Convivir con ella dentro y fuera del espacio creativo siempre traía sorpresas consigo.
“Kate se apropió de una condición que parecía limitada al uso de los hombres: la de la rareza. Todo mundo validaba que Bowie, Freddie Mercury o Andy Warhol fueran raros; pero a Debbie Harry, a Joni Mitchell y a Carole King les exigían que fueran bien comportadas, que expresaran un aspecto femenino hegemónico. A las que intentaron irrumpir esa idea las llamaron brujas. Ahí tenemos a Janis Joplin o a Stevie Nicks. Kate lo logró y nos abrió un mundo de posibilidades a las que vinimos después: no hay Björk ni Sinnead O’ Connor mi Lorde sin Kate Bush”. –St. Vincent para Rolling Stone
De manera simultánea, con dos discos y medio bajo el brazo, Kate Bush montó su primera gran gira. Su objetivo era construir un espectáculo que fuera más allá de la música y que le permitiera expresarse en todas sus facetas. Así, con todo el despliegue de su ingenio, The Tour Of The Life fue pionera en experiencias multisensoriales al ofrecer pasajes teatrales, shows de mimos y clown, lectura de poesía en voz alta, pasarelas y por supuesto la ejecución de sus grandes éxitos. La serie de 28 conciertos fue pionera en el uso de los primeros micrófonos inalámbricos de diadema, mismos que no funcionaron tan bien, pero que sentaron un precedente de lo que vendría después.
“En cincuenta años de trabajar en Brodway, jamás he vuelto a ver un espectáculo así”. -Anthony Van Laast, director de escena de The Tour Of The Life.
Para cuando terminó el tour y la promoción de NEVER FOR EVER, Kate Bush sentía que estaba seca de ideas, por lo que creyó que la mejor idea era tomarse un descanso.
Durante ese lapso, se dedicó a convivir de otra manera con sus músicos y con sus mentores: David Gilmour y Peter Gabriel. En lo que podría denominarse como la culminación de su entrenamiento profesional, Kate tomó la decisión de que quería tomar control total de sus discos y a partir de ello, romper la figura comercial que EMI había construido alrededor de ella.
“En esa época Kate transitaba por muchos estados de ánimo como consecuencia de su deseo por evolucionar como artista. Tenía un sentido del humor absurdo y oscuro. Como cuando me hizo llegar un cheque por los créditos en Never For Ever. Cuando le pregunté qué había hecho yo además de conseguirle el Fairlight, me contestó que era por abrir la ventana en una de las calurosas sesiones del disco”.
Es así como tras casi un año de trabajo, en 1982 publica The Dreaming (1982), el álbum más discutido de su discografía. Odiado por unos y amados por otros, se considera que su cuarto álbum es el pináculo de la experimentación Bush. En él, rompe con las estructuras convencionales del Pop y compone canciones sin estribillo, con versos larguísimos, con coros que se repiten todo el track… A nivel de recursos tampoco se dio abasto. Si el Fairlight fue trascendental para armar los arreglos de Never For Ever (1980), en The Dreaming (1982) se vuelve el interprete principal de todas sus ideas: sampleo de puertas, sonidos de animales, instrumentos desafinados o en reversa. Como era de esperarse, el resultado fue densísimo, inaccesible para los cánones del mainstream; y por lo tanto, desechado por la audiencia e incomprendido por la crítica.
“Muchos veredictos coincidían en que Bush fracasó en su intento por hacer el Pet Sounds británico”. -Rob Sheffield para Rolling Stone.
Esto originó que EMI acrecentara sus dudas respecto a lo que Kate Bush podía generar para beneficio comercial, por lo que de común acuerdo impulsaron una pausa más larga de la que se tuvo entre sus trabajos previos.
En esos tres años Kate se dedicó a viajar y a recolectar sonidos e instrumentos de todas partes del mundo, una intención que puso en marcha desde sus discos previos pero que pudo vivir directamente hasta ese momento. A Bush ya no le gustaba la idea de grabar su material en diferentes estudios de Europa, por mucho que fueran los Abbey Road o los Soundfabrik de Berlín; así que invirtió un porcentaje considerable de sus royalties en construir uno en su propia casa con lo más avanzado de la tecnología.
Una consola de 48 canales y la tercera versión del Fairlight fueron el punto de partida de un disco que se hizo con paciencia y a prueba error.
Hounds Of Love (1986) se publicó el 16 de septiembre de 1986 y pese al escepticismo de la disquera debido al perfil barroco mezclado con Synth-Pop del material, terminó por consagrarse como la placa más exitosa de Kate Bush. No conforme con eso, el disco logro posicionarse en el gran mercado que no había podido conquistar: Estados Unidos.
Hounds Of Love se divide en dos partes: la primera va desde ‘Running Up That Hill (A Deal With God)’, hasta ‘Cloudbusting’. Ese primer segmento se caracteriza por mostrar el espectro Pop de Kate Bush: baladas orquestales, arreglos Hard Rock y metales Nu-Jazz.
La segunda parte titulada The Ninth Wave sí está conformada por una narrativa lineal, aunque ésta no se expresa de manera tan obvia. Viene de una pesadilla de Bush en la que se caía de un barco victoriano para hundirse en el fondo del océano. La particularidad es que a pesar de estar en el agua, jamás se ahogaba.
“Se sentía como si no necesitase de oxígeno para sobrevivir; a cambio, me tenía que enfrentar antes mis recuerdos más dolorosos y mis miedos más vívidos”. -Kate Bush para Jools Holand
“Watching You Without Me”, “The Morning Fog” y “Under Ice” fueron la materialización de estos sueños.
Hounds Of Love disipó toda duda sobre el alcance artístico de Kate Bush. A partir de ese momento, se consolidó como un referente de inventiva:
“La idea con la coreografía del video de <<Running Up That Hill>> era que no cantara porque quería emular la tensión y la desesperación de la letra a través de su cuerpo. A MTV no le gustó porque creía que los videos sin lypsinc no funcionaban; pero ella se aferró bajo el argumento de que era la mejor manera de complementar la intención de la canción. Al principio, con todo el monstruo que era MTV, decidieron no transmitir el video; sin embargo, al darse cuenta del éxito de la canción y del vídeo en la televisión europea, no tuvieron más opción que arrepentirse”. -Michael Hervieu, bailarín del vídeo de “Running Up That Hill (A Deal With God)”
De ambición:
“Su intención siempre fue explorar todos y cada uno de los matices del comportamiento humano a través de sus obra”. -Al Palmer, pareja sentimental durante doce años.
De composición:
“Su manera de escribir se parece al proceso de actores y actrices para construir personajes: se pregunta quiénes serían los padres de su protagonista, sus pasiones, sus filias, sus grandes amores… Realmente se convertía en ellos al escribir”. -John Bush, hermano de Kate para la BBC.
Y de interpretación:
“Cantar como Kate Bush es una tarea imposible. No porque posea un rango inalcanzable, sino porque la manera de manipular y estirar su voz es algo que solo ella puede hacer. Créeme que lo he intentado”. -Adele para la BBC.
Kate Bush lanzó cuatro discos más; pero sus fans más arraigados y la crítica consideran que el canon de su creatividad se mide hasta Hounds Of Love debido a lo autoreferenciales y hasta cierto punto convencionales que son The Sensual World, The Red Shoes, Aerial y 50 Word Of Snow, con todo y que alguno de ellos fue pionero de lo que ahora llamamos “visual albums”.
Es importante resaltar que los espacios entre discos se ampliaro, siendo el lapso entre The Red Shoes y Aerial el hiatus más largo: 12 años.
Con la autonomía cómo artista y la posesión de su material, Kate Bush dio el paso que siempre quiso dar: matar a la figura pública y ser simplemente una mujer artista, hija, amiga, madre y amante. Sus apariciones públicas se redujeron al mínimo y solo se sabe que se mudó a una granja junto a su hijo y a su esposo.
““Tu sangre deja de ser tu sangre y se convierte en una opinión de la gente, tu carne deja de ser tu carne y se vuelve una percepción de las revistas, tus ideas dejan de ser tus ideas y se convierten en billetes. Me deslindo de eso”. -Kate Bush