Alberto Aguilera Valadéz es, probablemente, el underdog definitivo. Máximo símbolo del mexicano que sale de la provincia para hacerse rey de la capital y triunfar en todo el país: de la polvorienta Ciudad Juárez de la década de los 50’s a ídolo máximo de la música hispanoamericana. Hipersensible, excéntrico, divertido, frontal, prolífico e inmaculado… Juan Gabriel, en toda la extensión de su nombre.
Siete de enero, 1950. Nacido en Parácuaro, Michoacán; Juan Gabriel, antes de ser la leyenda de los ropones lujosos fue el miembro más pequeño de una familia de campesinos apenas modesta y llena de tragedias. Gabriel Aguilera Rodríguez y Victoria Valadez Rojas eran los padres de diez hijos que en su mayoría murieron al nacer o sin haber cruzado los diez años de edad.
Don Gabriel, campesino de oficio, dejó a su estirpe cierta mañana de abril después de un suceso fatídico que lo orilló a irse sin explicaciones y con prisa: en su rutina diaria de la tala inició la quemazón para nutrir a su tierra de nitrógeno; pero el viento le jugó una mala pasada y la corriente ocasionó que el fuego se propagara hasta las propiedades de sus vecinos. Siempre paranoico, la angustia que supuso pensar en los problemas sociales y económicos que eso le acarrearía lo llevó a intentar suicidarse en el río que circundaba su comunidad; sin embargó, fue rescatado en la agonía de su ahogo. El fracaso de su plan le causó una conmoción aún mayor, por lo que su estado de shock se volvió cosa de todos los días y tuvo que ser ingresado en el ala psiquiátrica del centro médico más grande de Michoacán. Su familia nunca supo todo lo que pasó, incluso a pesar de la enorme fortuna que el menor de los Aguilera Valadéz construyó a través de su talento. La versión oficial indica que al paso del tiempo Gabriel Aguilera falleció en aquel hospital; otros, los que convivían con él todos los días, cuentan que huyó en cuanto tuvo oportunidad.
‘’Sembrando la tierra de sol a sol. Dice mi hermano Lupe -el mayor- que era un hombre trabajador. Que estaba lleno de inspiración. Esperando a mi padre que no supo de el. Aún no se, ni donde esta la tumba de mi papa. Unos dicen que en México, y otros que en Michoacán. Unos dicen que no ha muerto, y otros que no vive ya. Parácuaro, Parácuaro, pueblito testigo de tanto dolor’’. – Juan Gabriel en la canción ‘’De Sol A Sol’’.
La ausencia del señor hizo que Doña Victoria tomara a sus chamacos e iniciara un peregrinaje que terminó en Ciudad Juárez, cuando llegó a la casona de María Romero Mora, quien había sido empleadora de la abuela de Juan Gabriel.
Si bien es cierto que Alberto Aguilera Valadez siempre ha sido acechado por la soledad, tuvo la fortuna de encontrarse con las personas adecuadas en los momentos indicados. A los cinco años de edad fue inscrito en el internado de la Escuela de Mejoramiento Social para Menores, donde permaneció hasta los trece.
Alejarse de su madre a tan corta edad creó en él un hueco que tardó décadas en llenar; a cambio, se hizo de un carácter combativo que resultaría determinante para afrontar todos los contratiempos que le obstaculizaron la vida. En esa institución fue apadrinado por Micaela Alvarado y Juan Contreras; particularmente este segundo lo dotó de oficio y cariño, por lo que fue inevitable que Alberto lo viera como el padre y mentor que nunca tuvo. Primero por medio de la hojalatería y después con el arte, Juan Contreras le enseñó a ganarse sus pesos de manera honrada.
‘’Adopté el nombre de Juan Gabriel para rendirle homenaje a mis dos padres: el que me concibió y el que me mostró un camino para ser’’. – Juan Gabriel en entrevista con Verónica Castro
El Alberto adolescente se hartó del internado y en la primera oportunidad se valió de su labor como encargado de la basura para escapar. Luego de una temporada con Juan Contreras, este le recomendó regresar con su madre para recuperar un poco de los ocho años que estuvo lejos de ella.
‘’Nunca volverás paloma. Triste está el palomar. Solito quedó el palomo. Ahogándose entre sollozos. Pues ya no puede llorar. Pobrecito del palomo. Cansado está de sufrir. Y mirando para el cielo. A Dios le pide su muerte. Que así no quiere vivir’’. – Fragmento de ‘’La Muerte Del Palomo’’, considerada la primera canción que escribió Juan Gabriel.
Desde el día que conoció la música, Alberto Aguilera Valadez supo que se iba a convertir en leyenda. Por eso, al cumplir los 18, emprendió su camino: Tijuana, Rosarito, Ensenada, cruzó a California y regresó a México.
Se hizo ahijado de la argentina San Sussie en el bar Nic Teja; conoció a José Alfredo y a Alicia Juárez y vio a la vedette Grace Renat en todo su esplendor; pero el momento que definió su carrera llegó el día que cruzó las puertas del Bar Noa Noa por primera vez. Juan Gabriel ya llevaba un repertorio considerable de canciones originales cuando entró a trabajar a ese tugurio; y gracias a la confianza de David Bencuomo -administrador del Noa Noa- pudo culminar su proceso de descubrimiento vocal como voz principal de Los Prisioneros Del Ritmo. bajo su primer nombre artístico: Adán Luna, inspirado en el personaje bíblico y su característica fascinación por aquel cuerpo celeste.
Cuando se dio cuenta de la fama local que había alcanzado, se sintió listo para el siguiente pasó: buscar un contrato discográfico que le permitiese grabar su primer material. Y entonces, otro peregrinaje: de Tijuana a la Ciudad de México y del Distrito Federal con rumbo al fracaso porque no tuvo suerte en su primera incursión capitalina. Recobró fuerzas para regresar y en su segundo intento tuvo mejor suerte: luego de persistir afuera de las oficinas de la RCA -en ese entonces la máxima empresa musical del país- consiguió trabajo como corista de Leo Dan, Roberto Jordan y Ángelica María. Aún así no pudo hacerse de la solvencia económica suficiente para mantenerse en la Ciudad de México, por lo que de nuevo tuvo que subir a Ciudad Juárez, donde encontró un espacio en el bar Malibú. Ahorró durante varios meses y en su tercer intento por triunfar en la capital, parecía que las cosas se iban a encarrilar a su favor.
Pero a estas alturas de la historia, ya deberíamos saber que nada en la vida de Alberto Aguilera Valadez podía ser fácil y sin drama. Antes muerto que sencillo, pues.
Su nombre ya resonaba entre el chismerio del jet set mexicano de la época, por lo que su nuevo arribo a la Ciudad de México fue respondido con una invitación para cantar en la fiesta de la actriz Claudia Islas. Según la película Es Mi Vida (1982) dirigida por Gonzálo Martínez Ortega -misma que se centra precisamente en este episodio y que fue protagonizada y supervisada por el cantautor – la anfitriona se le insinuó sexualmente a Juan Gabriel; pero al ser rechazada por éste, ella se indignó y lo acusó de robo. Con sus conexiones en el sistema judicial logró que Alberto Aguilera Valadéz estuviera encerrado en la cárcel de Lecumberri por casi 18 meses, hasta que Enriqueta Jiménez fue a abogar por él y tras un careo con Ofelia Urtuzuástegui de Puentes, esposa del director de dicho centro penitenciario, recuperó su libertad.
Más allá de la propia película, Juan Gabriel nunca realizó un pronunciamiento oficial respecto a lo sucedido, por lo que la barrera entre la realidad y el mito es muy difusa.
De hecho, en el Fondo de Penitenciarías del Archivo Histórico de la Ciudad de México no existe evidencia formal de su estadía, salvo el registro de un hombre llamado Jaime Alberto Valadez que ingresó en más o menos las mismas fechas y que también estaba acusado de robo. Lo más cercano a una confirmación contundente de lo sucedido es el testimonio de Rosenda Puentes, hija del ‘’Negro’’ Durazo, quien declaró que todo lo relatado en la película fue real. Claudia Islas pasó décadas negando lo sucedido.
De cualquier manera, Juan Gabriel no perdió más el tiempo y en la primera oportunidad se presentó ante Raúl del Valle, presidente de la RCA, quien a su vez lo llevó a pulir su material con Eduardo Magallanes y Enrique Okamura hasta que lo creyeron listo para firmar el primer acuerdo contractual con el sello.
Así dio banderazo inicial una carrera cuyas cuentas finales nos darían 1800 canciones de su puño y letra, interpretaciones de cerca de 1500 artistas, lo que le convierte en el cantante hispano más versionado y covereado de la historia; el disco más vendido de la historia de la música mexicana –Recuerdos II, con 16 millones de copias vendidas hasta la fecha-; el récord del concierto con mayor asistencia en la historia de nuestro país (350 mil asistentes en la plancha del Zócalo) y uno de los seis artistas latinos que han logrado llenar el Rose Bowl de Pasadena California y el Madison Square Garden de Nueva York en una lista completada por la Fania All Stars, Shakira, Ricky Martin, Bad Bunny y J. Balvin, sin contar las centenas de discos de oro y platino por sus múltiples récords en las listas de popularidad.
Juan Gabriel siempre fue un personaje ambicioso, de carrera larga… Y para contar sus momentos icónicos se necesitan varias manos y tal vez algunos pies.
Como aquel show de año nuevo que ofreció en el Zócalo de la Ciudad de México. Su música fungió de intermediaria en la guerra fría que disputaban el gobierno federal todavía a cargo de Ernesto Zedillo y la administración capitalina a cargo de Rosario Robles. Aquella noche se firmó un acuerdo de paz improvisada con tal de escuchar “Querida” y “Dime Cuando Tú”. No conforme con eso, JuanGa ofreció un espectáculo maratónico en 360 grados, mucho antes de que a U2 se le ocurriera. Seis horas de éxito tras clásico porque sólo él tenía un repertorio para proponer una aventura así de titánica. Y tenía para más:
“Su intención era que tocáramos hasta las nueve de la mañana. Me dijo: <<Vamos a dar el concierto más grande que se haya visto, vamos a darles el momento más feliz de sus vidas, vamos a tocar todas las que nos sabemos y hasta las que apenas vamos a componer. Y que del pago ni se preocupen porque el cheque de todos va a estar en dólares”. – Eduardo Magallanes, director musical de Juan Gabriel.
El objetivo de Alberto Aguilera Valadéz se vio frustrado porque, como era de esperarse, el presupuesto destinado para los gastos del recital estaba totalmente rebasado y ni los priístas ni los perredistas se querían hacer cargo.
Y para maratones, sus entrevistas. Particularmente esa con la Vero Castro en el único late night realmente exitoso que ha tenido este país: Mala Noche No. La conductora sabía crear atmósferas de confianza y lograba que sus invitados hablaran como si estuvieran en la más íntima de las confidencias.
Desde las diez de la noche y hasta las siete de la mañana. Y nadie se despegó de sus televisores. Once millones de televidentes de la época en la que la televisión era el gran escaparate de las estrellas. El patriarca Azcárraga y el productor del programa prefirieron pagar horas extras y multas de los aliados comerciales con tal de no interrumpir al ídolo de ídolos.
Pero es indiscutible que las cumbres de su legado llegaron en todas las veces que se presentó en el Palacio de Bellas Artes. Sobre todo la primera: por contracultural y significativa, porque era la primera vez que un cantante de música popular -o del pueblo, como dicen- se presentaba en el coloso máximo del canon estético.
Ideadas por María Esther Pozo, mujer que en esa época ejercía de subdirectora del INBA, las presentaciones se calendarizaron para el 9, 10, 11 y 12 de mayo de 1990. Las quejas no se hicieron esperar: la alcurnia del mundo artístico mexicano inició una campaña de protesta al argumentar que llevar a Juan Gabriel era restarle valor al recinto y que eso, eventualmente, destruiría la distancia entre los espectáculos para las masas y aquellos dirigidos a un público especializado.
El Divo De Juárez aceptó el reto y recordó su experiencia en los estudios Abbey Road cuando grabó con la filarmónica de Londres: en tiempo récord mejoró sus habilidades como arreglista y productor para poder hablar el mismo idioma que la Orquesta Sinfónica Nacional de Bellas Artes.
El resultado estuvo a la altura: acompañado por Enrique Patrón de la Rueda como director invitado, el recital logró hablarle tanto a conocedores como a la base más dura de su fanbase. Aquellas veladas de mayo vieron a JuanGa en plenitud: divertido, dinámico, cálido, gracioso y muy fino para interpretar.
“Espero que algún día todos mis compañeros y compañeras tengan la oportunidad que tengo hoy, porque este teatro tan bonito es de México y de su gente. Que le den más oportunidades a otros cantantes populares como alguna vez se las dieron a Mozart, a Chopin y a Beethoven; y no es que me compare con ellos, más bien los comparo a ellos conmigo, porque alguna vez también fueron músicos del pueblo, como lo soy yo ahora… Y después se convirtieron en clásicos”.- Juan Gabriel en su primera noche en Bellas Artes.
“El gran final. Juan Gabriel interpreta «Ya lo pasado pasado», y pide un aplauso para el amor y ya luego desemboca, en acto de banalidad chovinista, en una canción en donde México resulta país único sobre la faz de la tierra ¡Viva México! ¡Viva México! De acuerdo, ¿y a propósito de qué?. Pero ni ese final un tanto municipal y espeso, disminuye la apoteosis, la entronización íntima y colectiva del huérfano que es hoy el signo del cambio de los tiempos y de la capacidad de asimilación de la moral tradicional que, de seguir las cosas como van, terminará beatificando a Juan Gabriel”. – Carlos Monsiváis en la reseña del concierto para La Jornada.
El periodista Víctor Roura fue menos permisivo en su reflexión: lejos de la argumentación clasista de los otros críticos, él aludio a que la presencia de Juan Gabriel en Bellas Artes solo beneficiaba al star-system de Televisa y al sistema político en general.
“Salinas de Gortari estaba ahí y no fue gratuito. Ese vínculo entre el presidente y el héroe de masas fortalece la enajenación que tanto le ha costado a la sociedad mexicana”.
Para apaciguar las aguas, Victor Flores Olea salió a anunciar que Alberto Aguilera Valadéz donaría un millón de pesos al presupuesto de la Sinfónica Nacional, lo que era suficiente para pagar todas las giras y salarios de la orquesta durante un año.
De todas maneras, Juan Gabriel nunca tuvo empacho en expresar sus preferencias políticas: fue militante oficial del PRI, partido en el que escribió muchos de los jingles de campaña, incluido aquel de la elección del 2000 en el que cantaba: “Ni Temo, ni Chente, Francisco va a ser presidente», en alusión a los candidatos Cuauhtémoc Cárdenas («Temo») y Vicente Fox («Chente»)”, acto que después sería reprochado por quién a la postre ganó la contienda: Fox ordenó que le realizaran una auditoría severa para que pagara todos los impuestos que el antiguo régimen le perdono.
Juan Gabriel simplemente declaró que a los artistas deberían estar exentos de pagos y auditorías por los servicios que ofrecían a la sociedad mexicana: “Los políticos van y vienen, los artistas son para siempre”. Su última muestra pública de afecto hacia su partido fue aquella carta de 2012 en la que le pedía a Peña Nieto que tuviera confianza porque el PRI “tarde o temprano, siempre iba a volver”.
A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Juan Gabriel parece ser esa figura irreprochable de nuestro país. Y es que esa cultura de la cancelación que ya alcanzó a José José, a Joan Sebastian y al mismo Vicente Fernández -por sus excesos y su comportamiento violento- le perdona todo a Alberto Aguilera Valadéz: el que también tuvo excesos, desplantes y además, fue militante de la dictadura.
La facción conservadora también le concedió el indulto: por desdeñar al catolicismo en el país de los católicos y por ser ese gran icono queer en el país de los machos.
“Como toda persona que ama la libertad, buscó mi propia filosofía, mis propios parámetros y construyo una identidad para entender el mundo que me rodea”, se dijo a sí mismo cuando Alberto Aguilera Valadéz entrevistó a Juan Gabriel en el último performance a la altura de su leyenda.