Hoy en día hay conciertos en vivo y festivales casi cada semana, los melómanos de todas las edades tienen que decidir de entre un mar de opciones a qué eventos les permite el bolsillo o la tarjeta de crédito asistir.
Pero sobre todo los más jóvenes no siempre están impulsados por su gusto musical para ir a un encuentro de bandas, muchos de estos masivos se han convertido en un must para varias generaciones cuya ausencia en el concierto o festival de moda les puede significar días interminables de bullying por parte de sus amigos.
Se llama “sentido de pertenencia” y es parte del crecimiento de cualquier ser humano, ese momento inefable en el que se necesita ser parte de la tribu y por lo tanto, ser partícipe de sus rituales, de entre ellos el más importante en la actualidad es haber estado ahí, viendo a tal banda o artista en el escenario.
Sabiendo esto, los grandes corporativos que organizan estos eventos hacen lo impensable para atraer a esas personas y acarrear a sus arcas toneladas de dinero; los festivales han crecido en el número de días de duración, entre dos y cuatro, en la cantidad de asistentes que soportan hasta 10 horas de pie o caminando bajo el sol, de un escenario a otro, para ver la mayor cantidad de bandas o DJ´s que se pueda y por supuesto cazar a sus favoritos en cada line-up, pagando cervezas tibias por 100 pesos y luchando por transitar entre el río de gente que se agolpa frente a las carpas y los stage.
El origen
Hasta la década de los 60, los artistas nacionales e internacionales solo se presentaban en clubes y centros nocturnos frente a un limitado grupo de personas que ocupaban mesas y pedían bebidas y cena para disfrutar la velada.
Pero sorprendentemente y luego de los sangrientos acontecimientos del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, el gobierno mexicano, que era sumamente represor con los jóvenes en aquellos días, permite que se realice el Festival de Avándaro.
El 11 y 12 de septiembre de 1971 en Avándaro Valle de Bravo, en el Estado de México se llevó a cabo el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro (llamado el Woodstock mexicano), que reunió a diversas bandas nacionales muy importantes en aquel momento como Three Souls in My Mind, que después sería el Tri, Peace and Love, Los Dug Dug´s, La Revolución de Emiliano Zapata y La Ley de Herodes, para un concierto multitudinario al que se calcula asistieron entre 250,000 a 500,000 personas (aunque se vendieron 75,000 boletos en 25 pesos cada uno), generando una situación que obviamente se salió pronto de control.
El difícil acceso a pie al lugar del festival, la lluvia incesante que no paró en ningún momento, la incalculable cantidad de alcohol, marihuana y LSD que se consumieron durante los conciertos y la prendidez de la gente, dieron como resultado que las cosas se complicaran.
Si bien no hubo heridos ni riñas, las noticias que circularon durante los días siguientes al festival, donde se hacía énfasis en el sexo y las drogas vinculadas al Rock & Roll y a la juventud, fueron suficientes para que el gobierno prohibiera durante años cualquier tipo de concierto masivo y encuentro musical.
En lo que se conoce como “la larga noche” que prácticamente duró diez años, ningún artista local, ya no digamos internacional, pisó un escenario mexicano bajo la amenaza de clausura y cárcel para quien se atreviera a organizar un evento de esta naturaleza.
Además, el Auditorio Nacional estaba abandonado, el Foro Sol no existía, el Palacio de los Deportes estaba en ruinas, el Metropolitan era un cine y la Plaza de Toros México y el Estadio Azteca se enfocaban religiosamente a los eventos deportivos que albergaban.
Fue hasta el 17 de octubre de 1981 cuando la banda británica Queen, que estaba en su mejor momento por aquellos días, fue traída para dar un concierto en el Estadio Ignacio Zaragoza de la ciudad de Puebla.
Con Freddy Mercury al frente y entusiasmando a las 50,000 personas que se dieron cita para ese evento, el grupo interpretó rolas clásicas como Bohemian Rhapsody y Another One Bites the Dust colmando de locura el estadio poblano.
Sin embargo, el veto se extendió aún más y los trágicos acontecimientos del 19 de septiembre de 1985 en los que la Ciudad de México quedó semi-destruída, sumergieron a la sociedad entera en una suerte de “luto colectivo” en el que la música no tenía cabida.
Para 1989 las aguas retoman su rumbo y Rod Stewart es invitado a presentarse en el Estadio Corregidora de Querétaro, en un concierto que es hoy día el parteaguas en la historia de los eventos masivos en México, pues a partir de ahí se ve el potencial de negocio que los artistas tocando en directo tienen y la necesidad de traer a nuestro país a músicos de gran calibre.
Como dato curioso ese concierto de Rod Stewart en Querétaro es histórico también por el más grande portazo provocado en cualquier evento realizado antes, pues se calcula que prácticamente la mitad de las 80,000 personas que vivieron el momento ingresaron al estadio luego de saltar las rejas y abatir las puertas de acceso, superando por mucho al escaso personal de seguridad que resguardaba el inmueble.
Así, llega 1998, año en el que nuestro país presenciaría la realización del primer festival musical de su historia moderna, 27 años después de Avándaro: el Vive Latino.
La transformación y el presente
El Festival Iberoamericano de Cultura Musical Vive Latino fue concebido para ser un escaparate de los mejores artistas de habla hispana en la música.
Reunió en su primera edición y durante dos días a grupos icónicos como Café Tacuba, Control Machete, El Gran Silencio, La Ley, Miguel Ríos, Todos Tus Muertos o los Aterciopelados, dando muestra de la vanguardia conceptual del rock en nuestro idioma.
A lo largo de sus 18 ediciones, el Vive se ha transformado y no siempre para bien, pues a pesar de que el evento ha crecido año con año atrayendo a más y más gente, la música ya no es la prioridad; se trata simplemente de hacer un gran negocio para la empresa promotora y las decenas de patrocinadores que se han apropiado de este concepto, convirtiéndolo en un tianguis de productos carísimos y merchandise de mala calidad.
Es por ello que fenómenos como aquel lamentable dueto entre Silverio y la Tesorito, o la presencia de artistas de otros géneros como la salsa o la música de banda han sido posibles; el festival dejó de ser Iberamericano cuando se empezó a invitar a grupos de prácticamente todo el mundo y dejó de ser un evento de rock cuando se abrió a otras líneas musicales. Básicamente perdió su esencia.
Pero pronto llegaron otros eclécticos eventos a atacar el mercado de los masivos: el Corona Capital, el EDC, Bahidorá, Nrmal, Mutek, Ceremonia, Coordenada, Pa´l Norte, BPM, Mayan Madness y muchos más, que ofrecen lineups donde buena parte de las veces incluyen decenas de artistas que nadie conoce, enmarcados en 4 o 5 grupos o DJ´s internacionales de gran nivel.
Pero eso no impide que vendan cientos de boletos a precios elevadísimos que la gente paga, sin que nadie les garantice una experiencia que compense la cantidad invertida.
La transformación y el presente
Y es que la música en vivo debería ser una experiencia única y gratificante a todos los niveles; luego de haber visto bandas como Depeche Mode, Pink Floyd, Metallica, Pet Shop Boys, Jamiroquai, o Rolling Stones en vivo siempre salí transformado, como si me hubieran movido algo por dentro.
El buen músico, el que tiene disciplina y se reinventa a sí mismo para sorprender a su público con cosas siempre nuevas, cuando pisa un escenario y frente a una gran audiencia, debe actuar como un “Chamán” que absorbe la energía de la masa de gente que lo observa, la atrae para sí, la transforma a través de su arte y la devuelve purificada a todos los presentes.
Si un festival fuera concebido primero como un espacio para reunir a las mejores expresiones musicales de tal o cual género y presentar conceptos de calidad, incluyendo artistas con propuesta en lugar de solo llenar el cartel, el precio quedaría justificado y el esfuerzo económico de los melómanos sería recompensado.
En Montreal, en el contexto del Mutek o en el Sónar de Barcelona, me tocó ver sorprendido cómo toda la ciudad y su gente se vuelcan a participar en estos festivales: museos, parques públicos, clubes y galerías se vuelven los venues en donde suceden las actividades, que no solo presentan a músicos de muy buena calidad y de todo el mundo, conocidos y emergentes, sino que además incluyen cine, tecnología y experiencias visuales, arquitectónicas y plásticas estupendas.
Teniendo México, en especial la CDMX, más de 350 museos, superando a ciudades como Londres o Paris, bellísimos jardines, incontables inmuebles para espectáculos como Pepsi Center, el Blackberry, el Foro Sol, el Auditorio, el Plaza Condesa y tantos más y la riqueza de nuestra cultura, podríamos tener festivales envidiables, si la prioridad fuera el arte… y luego el negocio.
Y en el interior del país es igual, ya que ciudades como Guadalajara y Monterrey han venido cobrando fuerza en la presentación de grandes festivales.
Aunque, como va el mundo y la tecnología, no es difícil que en el futuro cercano incluso los conciertos y la presentación de las bandas en un festival se virtualice y aparezcan en holograma cantando, tocando y haciendo su performance frente a la audiencia como lo hizo Tupac Shakur en Coachella en el 2012 al interactuar con Snoop Dogg y Dr. Dre, luego de 16 años de haber sido baleado en Las Vegas.
No nos dejemos infectar por la “festivalitis” seamos selectivos y con nuestra inacción ante las modas y tendencias exijamos que se nos ofrezcan espectáculos y conciertos de gran calidad, así cada peso… habrá valido la pena.