Actualmente las ciudades urbanizadas acogen a más del 50% de la población, de acuerdo con cifras de la ONU, hecho que trae como consecuencia una gran demanda de suelo en las ciudades y en sus alrededores. A medida que la población aumenta, los terrenos se urbanizan gradualmente por toda la superficie, sin embargo, el desarrollo urbano de los últimos 30 años ha producido una brecha de funciones por regiones o barrios, es decir, la densificación social en algunas zonas y la urbanización discontinua.
Estos cambios no sólo provocan efectos en las personas, es decir, la ocupación masiva del transporte público o la misma saturación de uso de espacios públicos. Todo genera también, con gran aceleración, la pérdida de espacios naturales y el incremento de daños al ambiente.
No es de extrañar que las administraciones de diversos países transformen su infraestructura por esta razón. En la ciudad de Buenos Aires, Argentina, por ejemplo, se construyó una ciclopista de 250 km que recorre la ciudad completa y en Nueva York han convertido los segundos pisos de las autopistas en paseos peatonales. Se trata de adecuar las grandes ciudades a la gentrificación.
El fenómeno de la dispersión urbana o mejor conocido como urban sprawl refleja el crecimiento de las ciudades que se han convertido en megalópolis en la que su área es determinante en sus procesos de crecimiento.
En Latinoamérica, el desarrollo urbano se transformó a la espacialidad que hoy conocemos en la década de los años 70, y a pesar de que en cada país sucede acorde a sus particularidades, destaca en ellos las densidades poblacionales, la polarización social y la proliferación de las regiones marginadas.
Este fenómeno, también llamado mancha urbana tiene efectos desastrosos en el medio ambiente, la calidad de vida y el capital social de la metrópoli. Es frecuente, además, un aumento de la dispersión urbana por la inmigración interna de cada país, de gente que proviene del campo y forma pequeñas comunidades; esto no sólo densifica las ciudades, provoca también el aumento de pobreza urbana pues estas personas se situarán en una infraestructura urbana fallida que no considera grandes masas.
A ello se suman los servicios públicos insuficientes, la escasez de agua y el crecimiento de la demanda de viviendas en la ciudad.
El crecimiento poblacional en la Ciudad de México es descontrolado y ocupa cada vez mayor zonas de suelo protegido o de conservación, un ejemplo son las regiones que albergan bosques, cuencas y cultivos.
Se trata de zonas que albergan especies de plantas y animales, cuya destrucción no sólo desordena los ecosistemas y provoca mayor daño al medio ambiente, sino que además fomenta la segregación socioespacial de las conocidas “zonas marginadas”.
Esto se traduce en las condiciones de las viviendas improvisadas y carentes de servicios básicos que estan presentes en alcaldías como Milpa Alta, Xochimilco y Tlalpan; le siguen Cuajimalpa y una parte de Iztapalapa.
Es innegable que se necesita una ciudad autosustentable con un ordenamiento territorial que haga frente a los problemas de urbanización relacionados con los servicios, como el agua potable, la calidad de aire, la competitividad económica y laboral; incluso de seguridad.
La dispersión urbana alude a una falta de atención adecuada por parte de la administración, pues no planea la expansión de las ciudades –que está ocurriendo con gran velocidad– y tampoco brinda servicios o viviendas dignas para la creciente población.
Nos encontramos en una ciudad que se expande hacia territorios no considerados para habitar, absorbiendo así espacios agrícolas y ambientales; el problema mayor, radica en lo que sucederá en décadas posteriores cuando zonas protegidas y espacios naturales hayan sido absorbidos en su totalidad por la densificación urbana. La ciudad, como estableció el poeta mexicano y activista ambiental Homero Aridjis, comenzará a morir de sed.