Diario de un comienzo independiente Parte IV: ¡Que suenen las guitarras!

// Por: Staff

mar 24 junio, 2014

Estoy segura de que cuando un músico piensa en la grabación de su primer disco, se imagina encerrado con la banda varios días en un estudio, desde la mañana hasta la noche, en sesiones intensas y agotadoras. Sin distraerse, sin interrupciones.

Nosotros seguramente teníamos la misma ilusión cuando se acercaba la grabación de nuestro disco: un par de semanas de trabajo intensivo que diera como resultado el material listo para ser mezclado.

Han pasado cinco meses desde la primera sesión de grabación. En este lapso de tiempo hemos grabado baterías, bajos, teclados, sintetizadores, cuerdas, metales, guitarras, percusiones y voces en cinco estudios diferentes. Hemos tenido infinidad de distracciones, interrupcciones y contratiempos, y seguimos sin terminar. Definitivamente no es el escenario que yo había soñado en un inicio, pero en todo este tiempo la música ha madurado y ahora vemos que la espera ha valido la pena.

Después de grabar las bases rítmicas en el estudio de Discos Intolerancia nos mudamos a Topetitud, una casa adaptada cerca del centro de Coyoacán propiedad de Molotov y Milo Froideval (gran productor y compositor, ganador de un Grammy Latino). Ese lugar tiene una vibra increíble y mucha calma para hacer un proyecto así – y mucha fiesta a veces –; ahí hemos podido tener largas y fructíferas sesiones. Con el conocimiento técnico de Rich, el ingeniero, como guía y los instrumentos con que cuenta el estudio, hemos podido darnos vuelo por horas. Creo que esta fue la etapa que más se acercó a nuestro ideal de grabación.

Lo primero que grabamos en Topetitud fueron los teclados y órganos (Diario de un comienzo independiente, Parte III), y una vez terminados pasamos a los sintetizadores. Desde el principio tuvimos claro que en varias de las canciones usaríamos sintes para las frecuencias bajas en lugar de un bajo eléctrico y aprovechando que en Topetitud tienen varios, dedicamos una sesión específicamente a buscar esos sonidos. Un sintetizador análogo tiene filtros y osciladores que manejan las frecuencias; muchas perillas y botones con los cuales se pueden obtener muchísimos sonidos, así que nos tardamos un rato en decidir qué era lo adecuado para cada canción.

En eso estábamos cuando apareció Milo para ver qué estábamos haciendo y al escuchar se emocionó tanto que se sumó a nuestra búsqueda. Durante un buen rato no se despegó del Moog y después del Juno (sintetizadores análogos vintage), hasta que encontró justo lo que se imaginaba. Conectó un pedal procesador de efectos y se puso a jugar con él mientras nosotros tocábamos las teclas del sinte; de esa manera él iba manipulando el sonido conforme nosotros tocábamos y creando un sonido cada vez más desquiciado. Cuando vio que nos había encaminado correctamente, se despidió y en un segundo había desaparecido. Su visita fugaz nos dejó algo que las canciones necesitaban y algunos videos como evidencia:

Cuando terminamos con los sintes nos dimos a la tarea de revisar el status de todas las canciones y coincidimos en que hacían falta más elementos orgánicos que equilibraran el peso de las atmósferas sintéticas que predominan en el disco. Ya teníamos definidas algunas ideas para guitarras –que aún no se habían grabado– sin embargo, para lograr dicho equilibrio, empezamos a generar algunas otras.

Podemos presumir que dentro de nuestro círculo de amistades se encuentran algunos de los guitarristas que más admiramos y varios de ellos ya estaban en la mira. Uno por uno los fuimos invitando a grabar y todos aceptaron.
El primer guitarrista invitado fue Demián Gálvez (Los Dorados, Centavrvs); lo citamos en Topetitud un día temprano en la mañana para grabar un par de guitarras acústicas y él llegó algo desmañanado pero dispuesto a grabar en las dos canciones que le asignamos. Sabíamos el mood que buscábamos pero decidimos no preparar previamente las ideas porque confiábamos en que su instinto guitarrístico haría que todo fluyera bien y que encontraríamos algo bueno. Pero no fue tan fácil. Demián no conocía a fondo la música y no podía sentir tan claramente la energía de las canciones; él esperaba que nosotros lo dirigiéramos más. Fue un poco frustrante. Rodrigo y él pasaron un buen rato buscando ideas pero no lograban dar con algo que les gustara; no sabíamos si se necesitaba algo más rítmico o melódico, algo muy cercano a la armonía de la canción o algo más arriesgado, etc. y conforme más buscábamos, más perdidos nos sentíamos. Finalmente, después de un par de horas, logramos grabar y quedar considerablemente satisfechos, pero con la sensación de que debimos habernos preparado más.

Para la siguiente sesión –con Adrián López (Qué Payasos, Monocordio)–, Rodrigo y yo nos juntamos antes a revisar las canciones que se grabarían para tener claro qué buscar en el estudio y que no sucediera lo mismo que con Demián. Incluso le mandamos la música desde algunos días antes para que la fuera trabajando por su lado. Algunas de las partes ya estaban establecidas; habíamos grabado previamente figuras melódicas con teclados pero en nuestra búsqueda por un sonido más orgánico las queríamos regrabar con guitarras eléctricas. Cuando llegamos al estudio, Adrián ya conocía bien las canciones y además tenía algunas propuestas. Conectó su guitarra y se puso a tocar. Había sacado algunas cosas tal cual como estaban grabadas en las maquetas y para mí fue muy impresionante oír a un músico ajeno al proyecto tocar esas partes que yo conozco tan bien, con un sonido que definitivamente las hacía brillar más. Podría decir que fue casi mágico.
Grabamos las ideas que estaban preparadas y después nos pusimos a experimentar con cosas improvisadas en el momento mientras Rich jugaba con las perillas de los pedales de efectos para ir alterando el sonido durante la grabación. Para terminar, Adrián sacó un pequeño frasco de vidrio de su mochila y, arrastrándolo por las cuerdas como slide, grabó lo siguiente:

Para otra de las canciones – una especie de blues traído a la época actual – quisimos invitar a alguien a tocar un solo de guitarra muy melódico que ayudara a la canción a llegar a su clímax y el elegido fue Paco Vives (productor y director de Nahk Records, y guitarrista de Zikam). También a él le enviamos la música y unos días después fuimos a su estudio. Después de platicar un rato el tipo de sonido que imaginábamos él empezó a conectar pedales para buscarlo. Una vez alcanzada la cantidad de distorsión y efecto adecuados soltamos la pista y él empezó a tocar. La idea era simple: una línea melódica suave que se fuera construyendo poco a poco hasta llegar al solo: el momento climático.
A pesar de que teníamos la idea clara, sentíamos que era un momento delicado que teníamos que cuidar; era fácil dejarse llevar hacia algo más pretencioso, pero la canción pedía algo que ayudara a equilibrar entre los elementos electrónicos de la base rítmica y la melodía bluesera de la voz. Paco logró sintetizar nuestras ideas y el resultado fue una melodía sencilla y emotiva, pero con un sonido áspero.

Al último guitarrista invitado que grabamos (con quien tardamos algunas semanas en hacer coincidir las agendas) le reservamos las dos canciones más energéticas del disco. Lo que buscábamos, lejos de un sonido tradicional de guitarra, era ampliar el espectro sonoro de la canción e irnos más hacia algo procesado e intrusivo, y que no se asociara necesariamente con un género musical específico. Alex Otaola (Santa Sabina, San Pascualito Rey) definitivamente era el músico adecuado para esto. Él estuvo trabajando ideas por su lado y días después recibimos su propuesta por correo. Tratándose de él –un músico poco ortodoxo sin miedo a explorar– no sabíamos en realidad qué esperar, y en efecto su propuesta fue más sorprendente y alucinante de lo que habríamos imaginado, y por lo tanto, perfecta. Al poco tiempo, ya en su estudio, entre los tres trabajamos más las ideas y perfeccionamos detalles como la rítmica de las líneas y un par de notas que estaban indefinidas para que cuadraran con los demás elementos de la canción. Ya estando ahí, obviamente nos empezamos a emocionar y a grabar ideas que surgían en el momento. Las líneas de guitarra –unas más procesadas que otras– se empezaron a entrelazar formando un diálogo esquizofrénico que acompañaba a la voz y le imprimía justo la fuerza que le hacía falta a ese momento del disco.

No es poca cosa poder decir que varios de nuestros músicos favoritos de la escena nacional son invitados en la grabación. Sucede que también son nuestros amigos pero eso no cambia el hecho de que su sonido y su genialidad son admirables y por eso los elegimos. Que ellos hayan escuchado la música y aceptado participar de inmediato ha sido de las cosas más emocionantes de todo este proceso.

Cada vez estamos más cerca del final de esta etapa, falta lo que para mí es lo más emocionante: las voces. Lo que sigue: mezcla (proceso en que se equilibran los niveles internos de cada canción) y masterización (último ajuste en donde se equilibran los niveles sonoros básicos de todo el disco). A pesar de que la producción del disco ocupa gran parte de nuestra energía, debemos empezar a pensar en lo que sigue, y eso implica armar el acto en vivo. Hasta ahora hemos sido sólo Rodrigo y yo quienes hemos estado a cargo de todo pero después del lanzamiento será responsabilidad de la banda hacer que la música siga sonando y teniendo vida. Por eso nos hemos dado a la tarea de buscar a los músicos adecuados, y parece que los hemos encontrado. Ahora debemos resolver cómo montar la música y ensayar lo suficiente para estar a la altura del sonido del disco.