Kiéslowski fue un director y guionista polaco que pasó gran parte de su vida detrás del régimen comunista de posguerra del país. Su trayectoria comenzó en 1956 como documentalista de la mano de profesores que habían encabezado el movimiento documental, entre ellos Jerzy Bossak quien fue partícipe de los “documentales negros”, serie que mostraba problemáticas de la vida en Polonia luego de la Primera Guerra Mundial. Posteriormente realizó su primer largometraje dramático en 1957.
Sus primeros proyectos se caracterizaron por ser narrativas con alto realismo social y dimensión política dentro de una época de apatía, silencio y terribles represiones, razones por las que el trabajo del director no fue mundialmente conocido sino hasta después de la década de los años 80. Dado que se censuraba el material de diversos documentalistas, Kiéslowski optó por descartar ideas excesivamente políticas y a cambio de ello se enfocó en deidades metafísicas, misterios y paradojas del ser humano y el universo mediante temas de identidad, azar o destino.
Las películas que trabajó contenían conceptos apegados a la filosofía, integrando en ellas cierto peso emocional, reflexiones metafísicas y diversas texturas dramáticas donde las anacronías tenían cabida para reescribir el tiempo y la historia; hablar de universos paralelos o la misma muerte en un sentido metafórico.
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Alejado de una visión católica y en general religiosa, el Decálogo propone una serie de inquietudes naturales en el ser humano, que nada tienen que ver con representaciones de origen católico, pese a que está inspirado en los diez mandamientos; éstos funcionan, sin embargo, como una representación del bien y el mal.
El Décalogo de Kieslowski tampoco se trata de una perspectiva moralista, o del deber ser. Los diez capítulos, que duran cerca de una hora cada uno, se pueden traducir como una visión libremente trabajada del problema de las relaciones humanas, tanto públicas como privadas, en un momento muy particular de la historia de Polonia.
Kieslowski no pretende fungir como un juez que dicta lo malo o las conductas aceptables de los humanos ni busca dar un crédito total a sus protagonistas. Tampoco condena los actos que puedan parecer indebidos. Un mérito aplaudido del Décalogo, pues a lo largo de los diez cortometrajes, el director explora en anclaje real de la conciencia de sus personajes y las dificultades tanto subjetivas como sociales que condicionan su relación con los demás. Indaga, sobre todo, en la intuición humana y devela que los diez mandamientos se encuentran muy separados del pensamiento o de la misma naturaleza del ser humano.
A lo largo de los diez capítulos, Kieslowski sitúa a sus personajes en un mundo fragmentado y enajenado por el fracaso y ruptura de los valores morales; por una vida solitaria donde domina el materialismo y el pragmatismo ateo. De manera obvia se muestra una variedad de pecados: desde la negación de la existencia de Dios, hasta el asesinato; pasando además por la mentira, la lujuria y el adulterio.
Los capítulos no son de ninguna manera simples ilustraciones de los mandamientos, sino más bien complejas investigaciones de cómo estos diez principios pueden cuestionar, guiar y ser relevantes para los hombres y mujeres de hoy. En un cierto sentido, las películas, cada una de ellas se entrelazan en una o más crisis de carácter existencial, giran en torno a los mandamientos, a veces siguiendo el significado tradicional y otras veces, alejándose aparentemente de ese significado, cuestionando o desarrollando nuevas y originales direcciones.