“And if you don’t believe the sun will rise, stand alone and greet the coming night in the last remaining light.”
Chris Cornell
“If I died tomorrow, I will be a happy girl…”
Amy Winehouse
La reciente muerte de Chris Cornell nos ha vuelto a recordar que todos somos finitos y que, sin importar la fama, el dinero o el haber viajado y disfrutado de grandes placeres, todos tenemos nuestros demonios… y en ocasiones ellos también ganan batallas.
Éste suicidio ha puesto al mainstream de cabeza ante la dificultad de entender cómo un hombre que estaba en la plenitud de su vida productiva, en la noche de regreso de su banda Soundgarden a los escenarios y con una familia y un futuro prometedor, pudo poner fin a su vida en un lapsus, ya sea provocado por el consumo de alguna sustancia (hasta el momento todo apunta hacia el Ativan, medicamento “controlado” que tomaba al ser un adicto en recuperación) o por sus luchas internas, que finalmente se volvieron insoportables.
Pero la muerte también ronda al mundo de la música de otras formas; tristemente en días recientes fuimos testigos del terrible acto de terrorismo que enlutó a 22 familias en Manchester y dejó más de 60 heridos, entre jóvenes, niñas, niños y sus padres, luego de un concierto de Ariana Grande.
Así ha sido siempre en la historia, se llama naturaleza humana y condición humana, a veces somos víctimas o verdugos, otras simplemente la muerte llega a tomarnos de la mano y a llevarnos, sin preguntarnos, a una dimensión diferente a esta que llamamos vida, una es parte de la otra y ambas son indivisibles.
Sin embargo, cuando se trata de un personaje con reconocimiento público y más aún, cuando se trata de un músico, el dolor se magnifica y el impacto social y en el inconsciente colectivo generan un luto casi global.
Y es que los músicos se vuelven parte de la vida de la gente a través de su obra, las emociones que tocan, la intimidad que involucran, hace que sintamos su partida como si se tratara de alguien muy cercano a nosotros.
Recuerdo que en algún momento, cuando niño, escuché la frase “¿Dónde estabas cuando mataron a John Lennon?, ¿Te acuerdas qué estabas haciendo?”. Aún conservo la imagen de mi propia madre llorando, sin que a mí me quedara claro por qué el asesinato de un tipo en Nueva York ponía así a tanta gente, sumergida en una profunda tristeza.
Lo viví en carne propia cuando Cobain se suicidó. Quedé impactado cuando un amigo me marcó, viniendo yo en carretera desde Acapulco, para decirme que Michael Jackson murió. Me atacó la ansiedad la tarde en que supe que Gustavo Cerati cayó en coma, así como me sentí liberado aquella mañana en que, andando en bicicleta, escuché por la radio que finalmente había fallecido después de pasar cuatro años en coma.
Existe el famoso “Forever 27 Club”, un grupo de personajes que perdieron la vida justo a los 27 años en la plenitud de su carrera y por causas no naturales, es decir por suicidio o sobredosis. Dicho grupo incluye nombres tan importantes como Brian Jones (Rolling Stones), Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain y más recientemente Amy Winehouse.
Cada uno de ellos al partir, marcaron a diferentes generaciones con la huella del dolor y la pérdida, fueron llorados por miles de personas y hasta nuestros días aún se escriben libros, se hacen películas y series sobre sus vidas y trágicas muertes. Eso sin mencionar la enorme cantidad de homenajes que reciben en cada aniversario luctuoso.
Como siempre, la mejor manera de hacer algo en memoria de estos grandes artistas, cuya aportación ha quedado tatuada en la historia de la música, es escuchar y mantener viva su obra, recordar su talento y sin lágrimas bailar al ritmo de sus sueños, esos que nos dejaron codificados y escondidos en grandes canciones que han sido parte… del soundtrack de nuestras vidas.
La muerte es inevitable, pero la vida también…