“Entre los individuos, como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz…”
Benito Juárez
Godín, ruco, puta, zorra, hipster, millenial, naco, chaca, geek, nerd, mirrey, fresa, emo, bitch, loser; nuestras categorías para describir a quienes nos rodean y son diferentes a nosotros han evolucionado y se han diversificado de tal manera, que hoy es más que complicado desarrollar un sentido de identidad colectiva que nos permita reconocernos como parte de algo… peor aún, de algo trascendente. Si a eso agregamos nuestro origen genético y nuestra diversidad cultural en, por ejemplo, ciudades tan complejas como la CDMX, Guadalajara o Monterrey, la ecuación se vuelve realmente indescifrable.
No solo mexicas y raíces étnicas locales como la olmeca, la teotihuacana, mixe, purépecha, maya, nahua, y tlaxcalteca se mezclan en nuestra sangre, sino que españoles, franceses, chinos, negros africanos, italianos, alemanes, argentinos, japoneses y coreanos, árabes y libaneses también navegan en nuestras arterias y en nuestra psique, construyendo una visión del mundo que de tan diversa, se vuelve un mosaico de posibilidades infinitas.
De Tijuana a Mérida y de Veracruz a Guerrero, la mexicanidad se va alimentando de la materia prima de la diversidad, somos tantos y con tanto acervo, que nuestra cultura se transforma en un crisol donde además, inmersos en el oceáno de la internet y las redes sociales, el mundo entero mete su cuchara en nuestro ecléctico guacamole que consolida el México de hoy.
Lo cierto es que ahora, en pleno 2017, lo que somos de manera social va mucho más allá de nuestras fronteras. México es uno con el mundo: el arte, la gastronomía, la música, el cine, la moda, la cultura y la vida se vuelven una experiencia que solo logra su excelencia cuando llega a toda la comunidad planetaria y se vuelve parte de nuestra genética humana, más allá de banderas y nacionalidades…
Es por ello que cualquier forma de discriminación, ya sea basada en la preferencia sexual, la cantidad y calidad de los tatuajes que portamos (increíblemente en una realidad donde cualquiera se tatúa cualquier cosa), el color de la piel, la condición socioeconómica, el nivel de estudios o la procedencia educativa, se vuelven obsoletos cuando entendemos que el componente clave de nuestra realidad actual es el cambio constante y la diversificación.
Somos humanos… simplemente eso. Con nuestros demonios y dioses, con nuestra locura y nuestra sensatez, con nuestras batallas ganadas y guerras perdidas, somos animales cósmicos, que flotan en una roca a la deriva por el universo de la eternidad. Por eso ningún ego tiene los argumentos para vencer la realidad, no hay éxitos, no hay fracasos, hay vida fluyendo como cascada imparable, golpeando las rocas de esta triste verdad… flotemos, fluyamos, bebamos, besemos, abracemos y muramos para luego, en el cosmos pleno del mundo, resucitar en luminosos sueños…