Entiendo por qué muchos, al estar tocando en un local abandonado, cierran los ojos y sueñan con estar montados en un gran escenario, con miles de pesos de producción y una gran multitud siguiéndolos a cada movimiento. Eso está bien y puede que funcione para los performers, puede que hasta se prendan más. En el caso de Bam Bam es justo lo contrario. Si estamos en un escenario, a seis metros del público, cerramos los ojos y fantaseamos con estar en la sala de una casa, tocando para nuestros amigos. Eso hace las cosas más fáciles. Puede que hasta nos prendamos más.
Las grandes producciones, los patrocinadores, los siempre presentes medios y las multitudes nos aplastan como hormigas en un cenicero. Afortunadamente, tenemos un arma que en esencia es muy poderosa y que todavía estamos aprendiendo a usar. Con ella luchamos ante el miedo a morir, aplastados por un reflector, electrocutados por un corto circuito en el micrófono, o decapitados por un locutor de radio. Es así que tocamos, rompemos algo y rápido nos bajamos a nuestra zona de confort, lejos de las miradas indiferentes del público que espera con ansias ver a las bandas que les importan. Y es esto lo que puede ser interesante de Bam Bam. Esa inconformidad que se combate tocando.
Siempre cosas nuevas o versiones remasticadas de canciones viejas, casi siempre con integrantes diferentes o los mismos, pero tocando otros instrumentos. El Corona Capital es, hasta el momento, el festival más grande al que nos hemos enfrentado. Esperamos salir triunfantes y no morir en el intento