//Por: Carolina Barragán
Este domingo fui a Chalma, en el Estado de México, a visitar una de las iglesias más veneradas, ya que corresponde al Cristo de Chalma. La leyenda cuenta que en 1537 los frailes Sebastián de Tolentino y Nicolás Perea, de la Recolección de Religiosos Agustinos, evangelizaban la región de Malinalco y Ocuilán y se enteraron de que en una cueva cercana a Chalma se veneraba a Oxtotéotl (dios de la cueva) con sacrificios humanos; fueron conducidos por los indios y al observar las diabólicas escenas, emprendieron la tarea evangelizadora exhortándoles a destruir el ídolo y venerar a Jesucristo. Al tercer día regresaron y vieron con sorpresa que en el lugar se encontraba la piadosa imagen que hoy se venera.
En 1683, Fray Diego Velázquez de la Cadena construyó el edificio que en 1721 reconstruye Fray Juan de Magallanes y finalmente, en 1830, el cronista del santuario Joaquín de Sardo entrega la obra fundamental que ahora conocemos. Carlos III le otorga el 6 de septiembre de 1783 el título de Real Convento y Santuario de Nuestro Señor Jesucristo y San Miguel de las Cuevas de Chalma.
El santuario de Chalma es un lugar de sustitución y de culto a la imagen. Es también uno de los destinos religiosos más importantes del país, la costumbre es que poblaciones enteras se desplacen hasta Chalma una vez al año, a través de los cerros durante dos días y medio a pie, a caballo, en bicicleta y hasta de rodillas.
Ropa secándose al sol, gente comiendo como en día de campo, otros nadando, algunos comprando recuerdos y todo el folclor religioso de México se muestra en Chalma en domingo, que es el día de las mandas, el día en que se concentra la mayor cantidad de peregrinos, pero al Santuario de Chalma se le destinan todos los días. Asisten a diario hombres y mujeres sedientos de consuelo, curación o algún milagro.
El conjunto formado por el convento y el santuario es escénico y tiene mejor vista de lejos. Destaca su cúpula aperaltada de gran esbeltez, la fachada de estilo neoclásico denota la continua actualización que sufrió el edificio que recibe al peregrino con la frase evangélica: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cansados y yo os aliviaré”.
A fines del siglo XVI los Frailes Bartolomé de Jesús María y Juan de San José fundaron un convento en Chalma para atender a los peregrinos cristianizados, a la iglesia se le anexó al convento en el siglo XVIII, al fondo de la iglesia está un altar churrigueresco, donde los peregrinos depositan sus estandartes y ofrendas a su arribo.
Existe un ritual el cual se basa en que antes de visitar el Santuario uno debe bañarse en el manantial, y a los que llegan por primera vez se les hace una corona de flores para que se pongan a bailar y luego esta corona se deposita en el santuario como ofrenda.
Una vez bañado, coronado y bailado, el peregrino recorre los seis kilómetros que separan al Ahuehuete del centro de Chalma, caminando hasta el santuario por la pendiente, el cual consiste en un túnel formado por lonas de puestos que flanquean el camino, donde se venden rosarios, talismanes, milagros, crucifijos, dulces típicos, jugetes, entro otras muchas amenidades, y finalmente saliendo del túnel puede apreciarse el cielo azul desde el atrio del santuario donde se encuentra una fuente de cantera.
A este santuario se le asigna el dicho popular “Ni yendo a bailar a Chalma” (atribuido a las causas imposibles), proviene de que al ir a bailar a Chalma se consiguen muchas cosas, pero el dicho se utiliza para hacer hincapié de que algunas son tan imposibles que ni así podrían lograrse.
Te recomiendo que visites este lugar, aunque no seas creyente, es impresionante ver la fe y la veneración que le tienen al santo todos los que visitan el lugar, arrodillados rogando a los cielos, derramando lágrimas con los sentimientos a flor de piel, conectados a la Divinidad, solo para pedir por los suyos y que les conceda milagros, es verdaderamente maravilloso.
Más allá de ser creyente o no, no pierdas la oportunidad de visitar este espacio lleno de historia y estructura majestuosa.