Para el 2016, al menos ya había un pulso sobre la década. Uno que para bien o mal, en la rapidez de sus micro-géneros había creado un entendimiento de la vigencia y lo expirado. Uno que puso en tela de juicio los sonidos observados en el ramo de lo alternativo, convertido en un refrito de formato de rock, la manera en que nos relacionamos con la producción de música electrónica y claro el alza de hip-hop como vehículo para el pop.
La cantautora japonesa-americana bajo el nombre de Mitski, llegó con Lush (2012) y posteriormente con Retired from Sad, New Career in Business (2013), como una propuesta de indie rock, que si bien exhibió una mayor sensibilidad para líricas de carácter contemporáneo y gran destreza composicional, no distinguió en el panorama general de nombres con mayor seguridad frente a la novedad.
No fue hasta que lanzó Puberty 2 (2016), un álbum bien esperado, pero de ninguna manera prometiendo el éxito logrado que posicionó a Mitski como un verdadero exponente dentro de un género sumamente gastado. La pregunta obvia se torna al ¿Cómo?
El año estuvo cubierto de una serie de lanzamientos lo suficientemente variado, como para argumentar que cada género cubrió sus exigencias críticas. Lemonade de Beyoncé, Skeleton Tree de Nick Cave, 22, A Seat at the Table de Solange, Blonde de Frank Ocean, Blackstar de David Bowie, Atrocity Exhibition de Danny Brown, solo por mencionar algunos, todos mostraron una industria musical deseosa de la convergencia estilística y multigeneracional.
El mismo año llego My Woman (2016) de Angel Olsen, un nombre consagrado con este mismo lanzamiento y qué funciona para describir la contraparte y verdadero valor de Puberty 2. Ella llegó en 2016 con una voz entre mundos de grunge a la L7, tintes de dramatismo post-punk y una clara proyección de música pop. Musicalmente su acercamiento a géneros como el garage, folk y dream pop crearon de formato de banda de rock, una simplicidad suficiente como para abordar las composiciones desde la construcción de un sonido de guitarra expresionista y una distribución de instrumentos cercana a la de disqueras como Drag City, que en años recientes habían descubierto en sus artistas, una aptitud por outsiders.
De esta manera, Puberty 2 suena familiar, pero abordado desde la práctica de singer-songwriter qué ve en la honestidad y simplicidad de la música, un lugar para posicionar, no una narrativa, pero sí una observación pulsante de la tradición musical oral.
El álbum desarrolla en canciones como ‘Happy’, ‘Once More to See You’ y ‘My Body’s Made of Crushed Little Stars’, pequeños garabatos sonoros que fluctúan entre sonidos familiares y una completa disonancia cognitiva con lo que se supone funciona dentro de ellos. Cómo una fórmula donde la estructura misma es la que se explora y no sus variables.
La historia detrás de la creación de Puberty 2 (2016) se centra alrededor de un regreso a casa para Mitski. En este los temas mundanos de dicha y pérdida aparecen, pero se convierten en las particularidades más puntuales y perspicaces, más no su sentido generalizado, que muchas veces termina haciendo de ellos banalidades. Las observaciones de identidad racial, social e interna le dan voz vigente y profundamente intuitivas.
La sensibilidad al hoy día es mejor exhibida por singles cómo ‘Your Best American Girl’ que corresponde al amor contemporáneo bajo el lente de la fantasía, expectativa e idealización puesta sobre un pareja. Una descriptiva que contrasta con canciones como Shut Up Kiss Me (2016) de Angel Olsen, en el mismo año. Otros ejemplos tienen a “My Body’s Made of Crushed Little Stars” que extrapola la tragedia económica a la existencia religiosa, o “Burning Hill” que en dos versos enfrenta el tema de la melancolía del hoy día.
Todas historias por medio de una vocalización que en sus momentos más pop, radicaliza la experiencia dulce, y en sus momentos más fríos regresa con adornos y armonías que aluden a prácticas como las de R&B. De esta forma, el álbum trae consigo, familiaridad y atemporalidad de recursos y expresiones, pero posicionados a la realidad contemporánea, justamente poniendo al frente el riesgo que implica el rol de artista, de evidenciarse como cómplice de romanticismo y la falta de originalidad. Mitski exhibe frente a la música “alternativa”, el culto de la personalidad y la lírica. Un compromiso con su propia identidad y la denuncia de un compás conocido.