Agosto 2013 en Londres: Los últimos días del verano

// Por: Staff

lun 2 septiembre, 2013

Foto: Bahía Flores

El último fin de semana de agosto marca el fin de las vacaciones en el Reino Unido y el verano europeo comienza su declive definitivo. Londres, particularmente, vive estos días de manera especial, con miles de sus habitantes regresando a casa y con el siempre incesante aluvión de viajeros que llegan a una de las metrópolis más significativas y singulares del mundo globalizado. Pieles rojas de sol, turbantes, ojos rasgados, trenzas cocidas y una yuxtaposición de idiomas y acentos atravesados ayudan a comprender una parte importante de la identidad de esta, la ciudad más “multicultural” del planeta. La prolijidad a escala de decorado cinematográfico, el pseudo-alcoholismo como forma de vida (anclada en cada pub, todas las noches) y un adjetivo gentilicio devenido en resumen de una idiosincrasia propia -lo inglés– completan ese panorama diverso. Y la música, claro, participa en forma omnipresente, atravesándolo todo.

londresparapaiEn efecto, no resulta novedoso decir que Londres es una de las grandes capitales musicales de nuestro tiempo. Un lugar predominante en la división social de la industria discográfica a nivel mundial, un conjunto de tradiciones estéticas que han sabido dejar su huella en la historia de la música pop y un mercado interno pujante y en permanente renovación ayudan a moldear esta percepción generalizada. No obstante, bastan apenas unos cuantos días en la ciudad para poder observar el lugar preponderante que conserva la música no solo como arte de apreciación y consumo sino también como forma de vida y expresión cultural. Cada día, en cada distrito, la presencia de lo musical no pasa desapercibida y forma parte del contexto simbólico y material que construye a la Londres que muchos tienen en mente.

londresparapai09Una reseña del show de David Byrne y St. Vincent en el Roundhouse reproducida en el London Evening Standard, el diario que se reparte gratuitamente en el transporte público. Chance The Rapper colgando el cartel de sold out en su primera visita y con apenas un par de mixtapes editados digitalmente del otro lado del océano. Los nuevos álbumes de Franz Ferdinand, Travis o Nine Inch Nails ocupando un lugar considerable en la cartelería gráfica de los subterráneos. La vida propia que conservan las disquerías del Soho en su rol tan conservacionista como germinador, con ediciones de lujo de Led Zeppelin o Madness y con la presencia efectiva de artistas emergentes e inclasificables como James Blake o Mount Kimbie. Los ejemplos se multiplican pero la idea parece ser la misma. Los discos y las canciones circulan entre la gente, en las computadores y los reproductores portátiles, en CD o en el cada vez más revitalizado vinilo. Pero, además, una visibilidad expansiva y heterodoxa contribuye a la existencia de varios nichos en los que el negocio de la música -y su respectiva cadena de edición, distribución y difusión- se recrea y adapta a escalas que distan de ser masivas pero no dejan de tener peso y consistencia propios.

londresparapai0Un poco más lejos de las leyes del marketing existen otras expresiones que dan cuenta de esta suerte de ethos cultural elástico. El final de agosto muestra, también, el círculo en el almanaque que destaca el carnaval de Notting Hill, una especie de sublevación caribeño-antillana en pleno centro londinense que, por un lado, recrea contemporáneamente el espíritu de los soundsystem jamaiquinos y, a su vez, revierte la idea de inmigración y sentido de pertenencia al menos por dos días.

londresparapai11No muy lejos de ahí, los músicos callejeros y la memorabilia rockera forman parte central de la mística de Camden y su mercado vale todo y constituyen una fuente de atractivo turístico en sí misma. Y si de novedades se trata, la ciudad ofrece casos testigo multiplicados por mil. Apenas una noche x en un bar x en Chelsea alcanza para ver a un puñado de artistas en condiciones de ser la-gran-nueva-cosa-patrocinada-por-NME. Martes a la noche en The Trobadour: el blues blanco de Buffalo Clover, el soul Mayerhawthornesco de Red Kite o la cantautoría folk de Shan Smile suenan aleatoriamente para un puñado de curiosos. No obstante, aun en esas condiciones, cada uno de ellos da la sensación de ese poder ser que está ligado no solo a una pericia comprobable, sino también a unas condiciones de producción que habilitan la posibilidad de pensar en grande a fuerza de canciones bien hechas.

Buffalo Clover

Buffalo Clover

En este sentido, el show del lanzamiento del primer álbum de King Krule sirve para entender todas estas variables que se cruzan en la vida musical londinense. Con su álbum editado por el sello XL Recordings (Radiohead, Vampire Weekend) y con una campaña publicitaria que empapeló buena parte de la ciudad, no sería extraño pensar en un evento con flashes y apariciones estelares. Pero lo cierto es que Archie Marshall y su banda ofrecen un concierto de antología para apenas un par de cientos de amigos/fanáticos que terminan haciendo pogo con las versiones explosivas de ‘Rock Bottom’, ‘Out Getting Ribs’ o ‘Easy Easy’. En efecto, la música y la interpretación reeditan el fragor de las pequeñas grandes revoluciones estilísticas, con una sensación de magnificencia contenida que empieza a ver la luz y gana en consistencia a partir de un crecimiento grupal que es tan evidente como emocionante. Sin embargo, estamos en Kingston Upon Thames (una hora al sur del área central de Londres), es el último fin de semana del verano y todo tiene lugar en un club de paredes rojas y strippers ausentes. Aun así, con su mixtura inconfundible de estética rockabilly, hip-hop, electrónica y crudeza post-punk, Marshall probablemente sea ese artista capaz de condensar la energía centrífuga de una ciudad inclasificable. Entonces, que su música sea apenas un murmullo en medio del conjunto de sonidos que atraviesan el ecosistema sonoro londinense sirve, también, para desestimar ciertos sobreentendidos paradisíacos en torno a la capital inglesa. No hay magia ni milagros; más allá de un contexto de circulación inmejorable, la música no dejar de ser una forma más de definición y construcción identitaria. Una práctica que, desde su exuberancia y su dialoguismo, ayuda a reformular los límites de un espacio social en permanente expansión.

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King Krule

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King Krule

King Krule

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