2012 desde Argentina

// Por: Staff

jue 27 diciembre, 2012

Ante la oferta de encerrar dentro de los límites de una columna algunas de mis ideas sobre la música más vital de este año, la elección no hubiera sido difícil. A pesar de la variedad y la calidad de discos como el de Here We Go Magic, The xx, Alt-J, Frank Ocean, of Montreal o Lee Ranaldo, hubiera elegido, sin duda alguna, a los Dirty Projectors. Hubiera intentado detallar la casi interminable serie de razones por la cual “Swing Lo Magellan” me parece un disco fundamental en los últimos años y, más aún, una certificación plena de por qué la banda capitaneada por David Longstreth es una de las más creativas de nuestro tiempo. No hubiera sido nada desafiante ni sorpresivo. Ese álbum tiene un peso propio tan importante como álbumes relativamente recientes de la talla de “Veckatimest”, de Grizzly Bear, “Congratulations”, de MGMT, o “Kaputt”, de Destroyer. Es, en definitiva, el disco que marca un antes y un después en el año calendario que se va.

Sin embargo, la maestría de las canciones, el rol fundamental de la mezcla y el sutil giro estilístico que protagonizan “Swing Lo Magellan” no representan ninguna novedad para los lectores de WARP. Por eso, sentí la necesidad de ir más allá de ese sentimiento de grandeza que produce la música de los Dirty Projectors y elegí seguirles la corriente de otra manera. De hecho, creo fervientemente que los valores que depositan en sus canciones no son algo aislado. Responden a algo más grande, más amplio; si se quiere, a algo generacional. A una idiosincrasia que se ha multiplicado en distintas partes del mundo gracias a las facilidades aportadas por el desarrollo de las nuevas tecnologías y a ese nuevo testamento que supone Internet. Por eso, compartiendo el espíritu y las motivaciones de “Swing Lo Magellan”, acerco tres discos -en principio ignotos- para descubrir, sorprenderse y pasarla bien en el intento:

1. Los Reyes del Falsete grabaron el disco que siempre quisieron. Después de un debut vertebrado y enérgico como “La Fiesta de la Forma”, dónde la interacción del trío de dos guitarras y batería intentaba (y lograba) calcar el sonido “en vivo” de la sala de ensayo, la música de la banda de Adrogué (a apenas treinta minutos de tren de Buenos Aires, Argentina) necesitaba otro tipo de canalización. Por eso, el brillante “Días Nuestros” fue pensado desde un lugar completamente opuesto. La premisa fue, de hecho, hacer y probar todo lo que fuera posible y el resultado final de las canciones agradece esa libertad impuesta. No hay en “Días Nuestros” un momento cercano a la banalidad y al lugar común. Canciones con espíritu alternativo y punk, baladas espaciales, interminables capas de armonías vocales, electrónica intuitiva y melodiosa y, también, una cumbia basada en una lectura absolutamente personal del género. Siempre hay algo que está rompiendo con el clima al que nos acostumbramos y, sin embargo, siempre estamos escuchando a Los Reyes del Falsete en su plenitud. Porque si bien este disco se aleja definitivamente del núcleo duro de “La Fiesta de la Forma”, su impronta sigue siendo la misma. La música es, antes que nada, un vehículo para desarrollar la creatividad y romper con los supuestos que creemos inamovibles. Sobre todo si está hecha entre amigos.
2. Lejos de ahí, en Luxemburgo, pasó algo parecido. Dos jóvenes músicos (Yehan Jehan y Elliott Arndt) consiguieron un estudio y decidieron grabar algunas ideas sin muchas más directivas que la intuición y el conocimiento mutuo. Invitaron a varios amigos y se dedicaron a tocar y a probar diferentes cosas. Cuando se dieron cuenta, tenían suficientes canciones como para editar un disco, que se terminó llamando “Post-Hummus” y representa el debut de Fog Digging Sessions, un proyecto que no termina de ser una banda pero suena como tal. Con una raíz importante en la música negra, el rock and roll en sus diferentes formas, el post-punk y un sonido valvular que se imprime en el cuerpo, Fog Digging Sessions es un muestrario de la música de los ’60 y los ’70 anclado en la espontaneidad y la improvisación. Pero eso no es todo. El aporte de una estética cuasi religiosa a través de unas voces propias de una película de Hitchcock y la inclusión de fraseos de The Doors y Jennifer López hablan del valor fundamental de este álbum casual. Lo determinante, en este caso, ha sido la risa y el espíritu lúdico que pueden encontrarse en los arreglos, en la instrumentación elegida y, también, en los errores y en los rastros de las sesiones originales que se encuentran en cada una de las canciones.

3. Y a pocas cuadras de mi casa también. En Córdoba, cuatro personajes dieron forma a un álbum bisagra en la discografía mediterránea: “Armónicus Daltónicus”, firmado por Anticasper. Nunca antes un disco cordobés había mostrado este tipo de canciones ni había navegado tan cómodamente por esas formas y esos lenguajes. Con sabor a David Bowie, a los Talking Heads, a Pavement y a Radiohead, pero con una identidad propia creada a partir de un cancionero único y de una manera inigualable de interpretar -de tocar, de componer, de pensar la mezcla y los colores de cada uno de los instrumentos- que abarca otras tantas coordenadas estéticas. Con una lírica absurda e ingeniosa que, sin dudas, se constituye en un elemento fundamental en esta película musical que proyectan los Anticasper a partir del poder y el ritmo de las palabras. En definitiva, con un conjunto de momentos y detalles que dan forma a mundo imaginario, tragicómico y, por qué no, posmoderno. Un universo de canciones que, desde una sinceridad plena y desprejuiciada, se constituye en una opción concreta para desenmascarar la inconsistencia de ese argumento que establece el fin de la historia de la música pop.